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Palabras que se escapan

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Lo cuenta la escritora Rosa Montero: a la muerte de su marido estuvo tres años sin poder escribir. Las palabras huyeron. La entiendo. Esa huída de las palabras a veces tiene que ver con la escritura y otras veces con la lectura. Dura más o menos pero siempre es dolorosa. Cuando las palabras son tu medio de expresión es terrible que desaparezcan cuando más necesitas expresarte. Existe también, en el duelo, la imposibilidad de leer. Sobre todo cuando la lectura ha sido un firme asidero durante los meses en los que la enfermedad ha cercado la vida. Tras la pérdida, parece que la lectura, al menos la lectura de libros, la mas honda, fuera un recuerdo permanente de momentos difíciles. Muy duro todo. Para mi han vuelto las palabras, pero los libros aún no. Merodeo por los ejemplares, busco las novedades, miro mis libros favoritos, pero no he podido sentarme a leer en estos meses. (Imagen: Obra de Miki Leal)

Niños

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Dalida, Angelita, Antonia, Andrea... Rosamari, Ramón, Miriam, Ezequiel, Desirée, Vicente, Sara... Patricia, Nicolás, Javier... Isa, Paqui, Josemari, Francisco, Juanma, Gracia, Rafael, Gregorio, Marypaz, Mónica, Mariajosé, Antonio... Caty, Tere, Carmelita, Manoli, Charito, Lolo, Mili, David, Salvador... Paqui, Loli, Mame, Lucy, Merceditas, Manoli Otero, Enrique, Manolín, Antoñete, Purichi, Loida, Fina..

El cartero siempre llamaba...las veces que hiciera falta

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Eso es. El cartero llegaba siempre a mi calle en torno al mediodía, un poco antes de almorzar. Venía con su uniforme, gris según creo recordar, y su gran bolsa al hombro. No existían los carritos ni nada parecido. El cartero traía todo tipo de cartas, porque, en realidad, ese era el medio de comunicación que más se usaba. Los telegramas eran cosa excepcional y el teléfono lo mismo. Así que las cartas lo eran todo, eran la ventana al mundo, el lazo con el exterior. Junto con las conversaciones en las casas, los patios o la calle, las cartas eran el medio de comunicación por excelencia. A mi casa llegaban cartas del banco, de familiares y amigos. Avisos. Comunicaciones. Yo tenía mucha correspondencia siempre. Cartas de amigos que estudiaban fuera, cartas de amigas. De alumnas, cuando llegó el momento. De pretendientes. De novios (mejor dicho, de novio). Llegaban las cartas de los primos que vivían lejos, desde Barcelona, Madrid o La Carolina. Las cartas de las niñas de Chiclana,

La mujer que pasea con el niño

La mujer tiene treinta y tantos años. Su piel morena, con ese tono dorado de los países del Caribe, luce esplendorosa. Lleva siempre los labios pintados de rojo, el pelo muy largo y de color caoba, los ojos muy grandes y reidores. Va sobre tacones muy altos, con vaqueros ajustados, camisetas con letreros y cazadoras rockeras. Cualquiera que la vea puede pensar que es una persona feliz, con una vida feliz y sin preocupaciones.  Pero la mujer no va sola cuando pasea por las calles del pueblo, de este pueblo cercano a la capital, lleno de nuevas urbanizaciones, de edificios nuevos, de amplias carreteras por donde la gente hace footing. Nunca va sola. Lleva, con movimiento airoso y decidido, un carrito. No un carrito de bebé. Un carrito de niño. Un carrito diferente, rojo intenso. En el carrito va su hijo. Tiene ocho años y la piel más oscura, rizos, una cara risueña casi siempre. Tiene parálisis cerebral. No anda, seguramente nunca andará. Apenas habla. Oye mal.  La madre y el hijo p

Fría noche

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A veces las noches son frías. Frías y solitarias. Tiempo vacío. Silencio rotundo. No puede uno engañarse a sí mismo. No puede distraerse con el vano ruido que oculta los verdaderos sentimientos. Inevitable que lleguen estas noches. Aunque las horas previas las manos revoloteen por Twitter o por Facebook. Aunque la tele traiga algún concurso, una serie, una película nueva, en la que los protagonistas se enamoran, inopinadamente, todo el tiempo del mundo para ellos. 

Miki Leal, pura poesía

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En el curso de Arte que estoy haciendo en este trimestre, organizado por el CICUS de la Universidad de Sevilla, sobresale Miki Leal, que ayer nos contó y nos enseñó algunas de sus obras. He seguido a este artista con anterioridad y su charla de ayer, además del visionado de esas obras, me confirmó que es un pintor con estilo propio, sabiduría profesional y muchas cosas que decir y que expresar por medio de la pintura. Además, me ha hecho escribir y volver a este blog, después de tantos días de silencio. El próximo martes, 29 de octubre, se inaugura en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, que está en la Cartuja, una muestra de su obra con el nombre de Plato Combinado. El comisario de la exposición es mi compañero y amigo Sema D'Acosta, profesor y crítico de Arte, que prepara unas cosas preciosas y súper originales, por lo que, seguro, merecerá la pena. Me gusta muchísimo la pintura de Miki Leal, su punto de vista, la forma en la que interpreta la realidad, su mirada...Puedes b

Sin palabras

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A mis lectores: No tengo palabras estos días. Tan sólo las frases del poeta "compañero del alma, compañero" . Que tenemos que hablar de muchas cosas. Pero tú ya no estás y yo te echo de menos y no tengo palabras.

Triana la otra orilla del flamenco. 1740-1931

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El barrio de Triana en Sevilla es un universo plagado de interés para propios y extraños. Pocas veces hay un espacio físico que concite tanto interés literario y de todo tipo. Triana es, también, una forma de vida que ha sobrevivido en muchos aspectos a través de los siglos. Interesa por tanto, mucho, conocer los detalles de ese micromundo que, para muchos, entre los que me incluyo, es algo más que un lugar para vivir o para disfrutar. Por eso, la literatura sobre Triana despierta siempre un interés que resulta lógico entender, a la luz de lo que estamos exponiendo. El autor del libro, Ángel Vela Nieto (Triana, Sevilla, 1944) tiene en su haber un número importante de libros de temática trianerista, contribuyendo con ellos al bibliotrianerismo de una forma considerable. En esta ocasión, su acercamiento al conocimiento del arrabal lo realiza a través del arte flamenco, una manifestación artística muy ligada al barrio en todas sus manifestaciones, tanto vivenciales, como artísticas

Triana, tu nombre

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Esos cuatro puntalitos que sostienen a Triana San Jacinto, los Remedios, la O y señá Sant'Ana. La Soleá de Triana delimita un espacio geográfico y sentimental. Terminan hoy los días grandes de Triana aunque esto es un decir. Porque Triana basa su grandeza en que su medida es puramente humana. Difícil acotar su significado para aquellos que no han tenido su vivencia cotidiana. Perdurable su huella para aquellos que, en algún momento de su vida, tuvieron la oportunidad de formar parte de su paisaje. Aunque sólo sea porque aquí los ritos se aprenden de forma intuitiva. O porque es un barrio asomado a un mar que no lo baña. O porque su historia muestra gestas fuera de la propaganda. O porque los naturales se confunden con los que eligieron este sitio para vivir. O porque es el espacio lógico hacia el que se asoma al Aljarafe. O porque es la forma más genuina de vivir Cádiz en Sevilla...En realidad, Triana es una isla que el paso de los siglos ha ido anudando, con puentes y caminos,

Paseo entre libros en una mañana de verano

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Una de las cosas que más me satisfacen es ir "de librerías". Pasear por esas calles comerciales en las que hay dos o tres establecimientos en los que sabes que vas a encontrar los libros con que has estado soñando desde hace días, algunos de los cuales te han interesado por su título, por sus autores, por la historia que cuentan o por una especia de intuición inexplicable. Así que esta mañana he tenido ocasión de recorrer la calle Asunción y, dentro de ella, visitar la librería Beta, que es un sitio encantador en el que hay tantos libros nuevos como de toda la vida. Mi hijo y yo nos hemos separado al entrar allí. Él, en esta ocasión, no se ha decantado por libros de filosofía, economía, historia o clásicos griegos y romanos. En esta ocasión ha ido a buscar obras de un autor que le gusta muchísimo y que a mí también me gusta: Dashiell Hammet . Dos libros de Dash se ha comprado y ha estado a punto de comprar un tercero, pero le advertí entonces que no lo hiciera, porque

Una escuela llamada Soledad...

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La escuela tenía solamente cuatro aulas. Era, pues, una escuela muy pequeña, la escuela más pequeña que he conocido nunca. Las aulas estaban situadas dos a dos, unas orientadas al norte y otras al sur. En medio de ellas, unos pequeños cuartitos indicaban los aseos. La escuela era tan pequeña que no tenía sala de reuniones, ni de reprografía, ni despachos, ni nada, nada salvo esas cuatro aulitas, enfrentadas entre sí, unas al norte y otras al sur.   Era esa orientación la que las diferenciaba. Las aulas que daban al sur eran muy alegres, pues recibían la luz del sol de forma respetuosa y placentera, menos, en los meses de calor y mucho más en los de invierno. La humedad se evaporaba como por arte de magia en sus paredes cuando recibían los clamorosos rayos y el aire del viento sur, lluvioso pero cálido. En cambio, las aulitas del norte eran sombrías, tenían siempre una pátina de oscuridad y tristeza, porque el sol pasaba de largo y sólo recibían el influjo de los vientos pesad

Algo más que enseñar

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La historia de la didáctica del flamenco tiene enhebrados numerosos nombres de maestros y profesores que, desde hace años, han considerado que valía la pena esforzarse por transmitir el flamenco a los alumnos. A partir de los años ochenta, al menos, esa larga lista ha sido la forjadora de una manera de acercarse a este arte desde la escuela, utilizando una metodología interdisciplinar y haciendo del flamenco algo cercano para los jóvenes y niños. Estos profesores han arrojado claridad en un territorio marcado, en ocasiones, por los matices oscuros; han abierto caminos de conocimiento en un marasmo de leyendas, tópicos y mitos sin demostrar. Su labor ha de ser reconocida y, como en todo profesional de la enseñanza, ese reconocimiento ha de venir de parte de sus propios alumnos, que han adquirido un bagaje difícilmente comparable: para ellos el flamenco no será nunca algo ajeno, sino que lo sentirán unido al desarrollo de su infancia y su adolescencia.   Entre esos nombres, además

Antonio Mairena: Cruzando el puente

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En la más influyente obra teórica que Mairena escribió, con el respaldo formal de Ricardo Molina, ya se adivina que el cantaor y estudioso del flamenco había caído en la cuenta de que Triana era, al menos, uno de los centros fundacionales del cante. Por ello, en “Mundo y Formas del Cante Flamenco” [1] la presencia de Triana se extiende a las descripciones de algunos cantes, sobre todo las tonás, soleares y seguiriyas, así como a la aparición de artistas de filiación trianera, por nacimiento o vivencia, la mayoría de los cuales sitúan Mairena y Molina, en ese arranque ingenuo de dividir el mundo en dos partes, del lado de la tradición y la autenticidad.   Así, los Cagancho o Frasco El Colorao comparten espacio con otras grandes figuras, maestros todos del cante en una época de formación estilística en la que tanto papel desempeñaron aquellos que, por su talento y su intuición, fueron capaces de armar el entramado de este edificio que aún nos produce asombro por su perfecta estr

Veranos de chanclas y azotea

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Cada vez que los medios anuncian o comentan la ola de calor de cada verano, mis recuerdos vuelven a aquellos años de mi infancia isleña en los que era feliz, aunque no lo sabía. A aquellos veranos en los que los ritos se seguían y se conservaban año a año. En los que el aire tenía un tono especial y la vida una secuencia que, por repetida, no perdía nunca su encanto. Lo que me quedan de esos veranos de mi infancia son imágenes, retazos, momentos, que se esconden en los pliegues de la memoria pero que vuelven a aparecer en un ciclo ininterrumpido de pasado y futuro: Las noches en mi azotea, viendo el cine de verano y luego, sentada en el escalón de la calle, esperando que pasaran de vuelta a casa los espectadores. Las tardes en el patio, antes de que la casa perdiera su jardín, remojando las chanclas de gomas de colores y colocándoles conchas marinas para que parecieran tacones. Las horas de cuchicheo en la azotea, desgranando secretos, secándome el pelo al sol, una larga melena

Retrato de niña con mapa al fondo

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A los seis años me llevaron al colegio. Aquel colegio estaba en una casa antigua. Tenía un patio al que se abrían todas las puertas y una entrada con azulejos sevillanos y un suelo muy fresco de mármol gris. Estaba en una calle muy alegre, en la confluencia de otras varias que forman desde entonces el triángulo sentimental de toda mi infancia. Las calles tenían naranjos y unas enormes casas con portalones y casapuertas, casas de grandes ventanas y de azoteas. Desde las azoteas, las gentes de aquellas calles podían ver el paso de las procesiones de la iglesia cercana, la Oración en el Huerto o la Misericordia. Era un barrio muy alegre, luminoso, cuya fisonomía puedo reproducir en mi cabeza de forma exacta, como si los años no hubieran pasado. En esa reproducción, en ese cuadro que puedo dibujar en la memoria, están también los olores, olores al azahar que desprendían los naranjos y olores a goma de borrar o a tinta, el olor peculiar de las escuelas. Era un barrio donde se mezclaban