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Mostrando entradas de septiembre, 2021

"Los hermanos Burgess" de Elizabeth Strout

Este es el cuarto libro que leo de Elizabeth Strout. Cada uno de los anteriores tiene su reseña en este blog. El primero de ellos fue Me llamo Lucy Barton . Es un libro de encuentros y desencuentros, de vuelta al pasado y de ajuste de cuentas. Todos tenemos, en algún momento de nuestra vida, que volver la vista atrás y hacer esa especie de balance que suele dejarnos insatisfechos. Después leí Amy e Isabelle . La relación madre-hija que en el anterior tenía caracteres de perdón aquí se manifiesta en toda su intensidad, dando lugar a un relato poderoso y lleno de matices. Todo es posible , el tercer libro de Strout que he leído, es un conjunto de relatos en el que el estilo literario de la autora ya es reconocible.  Elizabeth Strout, que nació en Maine pero reside en Nueva York, recrea este mismo itinerario geográfico en sus obras y eso es lo que ocurre en  Los hermanos Burgess . Tres hermanos, Bob, Susan y Jim, originarios de Maine, han sufrido en su infancia y llevan, de adultos

"La historia secreta de Jane Eyre" por John Pfordresher

Para extraer de este libro todo lo que encierra no hay otra solución que haber leído antes otros textos que se vierten en él y que arrojan luz sobre lo que dice. No es un libro de iniciación sino de ilustración. Arroja luz a lo que ya sabemos o intuimos sobre la obra de Charlotte Brontë, que es lo mismo que decir, sobre ella misma, pues ambas, vida y obra, lo que denominaba la escritora como Verdad e Imaginación, se dan la mano y no se sueltan ni en el libro ni en su existencia.  Es un libro profundo, en el sentido de que está bien documentado. Pero no sesudo, ni rígido, ni convencional, ni académico. Más bien se mueve con total libertad entre los dos parámetros que ha elegido el autor: la historia que se cuenta y la persona que cuenta la historia. Jane Eyre y Charlotte Brontë , sobre todo, aunque también otras heroínas de la propia Charlotte, en otras obras que se pueden considerar menores a la luz de la fama y el éxito de "Jane Eyre" pero que, de ningún modo, de

Que no oculte el crepúsculo tu brillo

  Casi treinta años separan a Carolina de Mónaco de Clint Eastwood pero, como la vida es así, cuando se habla de crepúsculos hay quien los equipara en orden a considerar que su tiempo ha pasado o está a punto. Mucha gente dice que el look Carolina, sin tintes y con canas, es la señal inequívoca de la madurez más madura de las mujeres bellas y a sus sesenta y cuatro (nació en 1957) la comparan con su joven hija y la sitúan en un pedestal, ese pedestal de donde una mujer sensata en la supuesta madurez que le achacan, ya no debería moverse. En cambio, con Clint Eastwood la cosa cambia porque, hasta ahora, con sus noventa y uno (él nació el mismo año que Edna O'Brien, 1930, aunque no se les ocurriría convertirlos en pareja, ella demasiado mayor para él), nadie ha comentado que la vejez acecha, que quizá el andar vaquero sea muy cansino y que puede que sea un anciano, por fin, después de mucho. La diferencia de trato entre uno y otro es tan brutal que hace pensar en la eterna cuestión.

Los días perdidos

A woman irons while watching T.V., 1952. Nina Leen Los personajes de las fotografías de Nina Leen no posan, están. No son parte del paisaje ni del contexto, sino que ambos se subordinan a ellos, a sus historias. Cada historia es diferente y se escribe con un sonido diverso. A veces no les vemos los rostros, o no percibimos su expresión, pero hay un pequeño detalle, o muchos, que nos desvela la trama. Es un relato de misterio que lleva a un desenlace no siempre satisfactorio. Esta es la virtud principal de una fotógrafa que conservó en su vida muchos puntos oscuros, quizá porque, de ese modo, era más fácil ocultarse a los ojos de quienes contemplaban su obra.  La mujer que plancha mientras está sentada mirando la televisión parece querer huir de una realidad que no le gusta. Hay un contrasentido entre el vestido, que podría servir para dar un paseo bien acompañada, y el desaliño de la casa y su actitud misma. El trabajo doméstico no parece gustarle. De modo que lo intenta

Que una flor de papel preside el aire

Colin Firth se marcha raudo en un Studebaker y huye de la rutina de esa mansión angustiosa y verde. No hay esposa, no hay hijas, solo tradiciones sin sentido y una necesidad de saber que no ha sido su culpa todo eso. Al otro lado del coche un sagaz mayordomo le ha ofrecido una copa de champán, la última y ha mantenido la vista fija en la copiloto, esa rubia tan parecida a Chastain , pero, que, sin embargo, parece renegar de la fama y de los conflictos. Miente, mentimos, nos mienten, eso es seguro. Una brisa marina envuelve Bath , al otro lado del mapa y de la historia, y ese olor penetrante del sulfuro, de los baños romanos y de las sales confitadas a ras del suelo, atraviesa la atmósfera silente, mientras las elegantes sueñan con que el hombre que buscan va a aparecer sin duda, en algún horizonte. No así las mujeres que medran en la sociedad de Nueva York y que Edith tan bien conoce, tanto que las retrata una y otra vez sin cansarse, como si tuviera que dejar testimonio de ellas

La tienda de los libros

(Fotografía: Nina Leen) Un día, en un pequeño local que había quedado vacío cerca del patio de Bernabé, instalaron una tienda de libros, un lugar al que podías acudir a cambiar tebeos, novelas del oeste y de amores, todo muy barato. No era una librería al uso, sino un espacio alargado, atestado de novelas, cuentos y tebeos, que se ponían a disposición del cliente sobre el mostrador de madera. El sistema era muy sencillo: había precios distintos para cambiar según fueran las ediciones nuevas, regulares y viejas. Las nuevas eran bastante más caras y poco asequibles para el alcance diario de los bolsillos, pero de vez en cuando, los lectores empedernidos de Marcial Lafuente Estefanía o las lectoras de Corín Tellado, hacían el gigantesco esfuerzo por conseguir leer lo último de sus queridos autores. El reducido espacio de la tienda estaba plagado, por las tardes, de aficionados a la lectura que se pasaban las horas contemplando las nuevas adquisiciones y buscando ejemplares

Los hombres airados

     (Lauren Bacall fotografiada por Nina Leen en 1945)       Algunos de aquellos hombres eran oficinistas y otros militares. Los había que trabajaban en astilleros, gente de la hostelería, peritos mercantiles, fotógrafos. También pequeños empresarios y comerciantes. Lo que no se encontraba era gente en paro. El paro no era una preocupación para aquellas personas que habitaban la calle, un mismo espacio geográfico en el que todos, o casi todos, se conocían desde siempre.  En las familias se producía una curiosa situación. Las mujeres intimaban entre sí, formaban un frente común ante los problemas, hablaban de casi todo y compartían dudas, café y risas. Los niños iban juntos al colegio, jugaban en la calle o en las huertas y celebraban los cumpleaños con piñatas y tartas. En el verano, volaban las cometas, que ellos llamaban barriletes, y cuando alguien de otra calle le pegaba a algún pequeño, a modo de legión romana todos se atribuían el derecho a la venganza. Por su

Adiós

(Foto: Nina Leen, 1947) No lo llames decepción o desamor o desistimiento o desdicha. Llámalo por su nombre: un adiós sin más adornos, sin más explicaciones, sin más lágrimas. El adiós es siempre un simulacro pero, cuando la vida lo escribe de verdad, entonces todo sobra. Daría igual que hicieras preguntas, que pidieras perdón, que te lanzaras al ridículo que sigue a toda huida. Daría igual que te apesadumbraras, que te sintieras culpable, que te convirtieras en un alma desconsolada y sola, perdida en una adversidad sin límite. Todas esas cosas ya no sirven. El adiós es un golpe seco. Un "ya nunca más", un "olvídame", un "hasta aquí he llegado". Y no tiene vuelta de hoja. Nadie puede convertir el adiós en hasta luego, ni puede hacerse perdonar lo que no existe, ni puede bucear en un alma cerrada como las ventanas ante el viento del sur, que quiere invadirlas pero ellas se resisten. Es un adiós y no podrás hallar razones más lejos de su propio enunci

Cosas que quería contarte

  ©Nina Leen para Life Una amiga y yo hablamos de nuestras cosas. Esas cosas son, en realidad, las mismas de las que todo el mundo habla cuando pega la hebra al teléfono. Esta amiga y yo solemos mantener el contacto telefónico con frecuencia y, sobre todo ahora, cuando los paseos y las cervezas están proscritos. Nos parece raro no vernos en persona, porque solemos entendernos muy bien y darnos consejos mutuos que son sabios. Pero, la mayoría de las veces, no hablamos, en concreto, de "nada". Es decir, ya no necesitamos actualizar noticias o dar cuenta de algo desconocido. Nos conocemos y por eso nuestras conversaciones son de cosas que han pasado a la categoría de historias. Cómodamente. Sin permiso.  Tengo algunas otras amigas así. Hablamos de vez en cuando. En tiempos corrientes, nos vemos de vez en cuando. Seguimos el hilo por donde lo dejamos y, en ocasiones, surge una confidencia especial, interesante, algo nuevo, aunque la mayoría de las veces todo se queda ahí, en una

Todos callamos

  (fotografía de Nina Leen) En el chat familiar compartimos noticias hasta que el asunto se pone peligroso. Hay determinados temas que provocan un cortocircuito cada vez que se tratan. Cada uno adopta una actitud: la indiferencia, la desaparición, la ignorancia, el ensueño, la fantasía, el autoengaño. No es posible tratarlos con cierta objetividad, de manera que se puedan extraer conclusiones y limpiar un poco la ciénaga de los recuerdos. No es posible porque nadie ve el mismo punto de vista, nadie observa lo mismo y nadie quiere empezar a reconocer su parte de responsabilidad en lo que quiera que ocurrió.  Lo normal es que el terreno pantanoso aparezca inocentemente, después de una charla amigable. Esto es así porque los lazos están mal anudados, porque hay preguntas sin respuestas y porque hay quien no quiere hacérselas. Es mucho mejor mirar hacia otro lado, revestir esto de una especie de bondad de boy-scout, de inocencia primigenia, de perdón. Pero para perdonar hay que saber y par

Canta Yeats la olvidada belleza

"La vida es una larga preparación para algo que nunca sucede" dice Yeats y yo tomo la frase y la traduzco a la vida: tanto tiempo esperando el mañana y cuando llega, es un hoy irremediable, que nada modifica. Los trece años fueron muy largos. Yo quería que llegara el catorce a toda costa. Los trece eran inmensos, aburridos y no tenían emociones, nada que contar ni que decir. No recuerdo el motivo solo que siempre eran trece y los trece no se marchaban para dar paso a un número sensato, el catorce, que tantas puertas debería haber abierto. No sé si las abrió. Ahora lo dudo todo. Pero esa sensación de esperar algo que no está en sazón, de desear que pasen los días para que ocurra algo, buenísimo por cierto, algo espectacular, algo que cambie todo, que lime la monotonía, que agite los pensamientos, que avente las razones, algo nuevo, esa sensación, digo, es exactamente la misma en todos los años, en todas las cosas. Por eso la frase de Yeats te consuela. Nadie mejor que al

El hombre tranquilo

 Esos personajes que, después de llevar una vida de conflictos y violencia, vuelven a sus lugares de origen y se convierten en mansos corderillos me resultan muy atractivos. Ya conocéis el tipo: gente que ha sido marine, policía, ranger, pistolero o asesino a su sueldo. Gente que un día decide abominar de su pasado y recoger sus trozos para encontrarle un nuevo sentido a la vida en un paisaje idílico, en su ciudad levítica o en su pueblo familiar. Hombres tranquilos que guardan las armas y se convierten en paradigmas de la no violencia. Incluso cuando les provocan, ellos se contienen y ofrecen la otra mejilla, todo con tal de no volver a sentirse presos del ardor violento que, en su otra vida, han practicado con enorme convicción.  A veces, estos hombres recalan en parajes líricos, lugares bellos donde puede esperarles alguna sorpresa. Hay sorpresas de largos cabellos rojos, de ojos verdes y cuerpos briosos. Entonces el estallido está asegurado, no el violento, que ese se encuentra a b

"Territorio de luz" de Yuko Tsushima

  Más de cuarenta años después de su publicación original, la editorial Impedimenta saca a la luz, para los lectores en español, esta novela de Yuko Tsushima, "Territorio de luz". La historia de una separación matrimonial y lo que ello trae consigo. Un argumento sencillo pero que esconde los vaivenes de las vidas cuando estas cambian y se convierten en algo no deseado. El abandono y el desamor rompe los lazos que te atan, no solo a la otra persona, sino a los ritos y las ceremonias que habéis construido juntos. Entonces tienes que aprender a terminar y aprender a construir. De todo ello trata el libro, cuyo título tiene que ver con una cuestión física y sencilla: la luz que entra por los ventanales de la casa de la protagonista y que es su mayor conexión con la vida de fuera. La forma en la que puede recordar que no todo se ha terminado para ella. Una ingeniosa manera de dibujar la esperanza.  La novela está llena de símbolos. La estación invernal es el tiempo en que las cosa