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Mostrando las entradas etiquetadas como Eve Arnold

Elvira

 Elvira era una artista de cine. Tenía la figura, el rostro y el gesto adecuados. Tenía, sobre todo, el aire desvalido, la soledad y la ausencia precisas. Un pasado triste, una orfandad inexplicable y una familia extraña. Era una de esas niñas intermedias que no interesan a nadie y una joven con la mirada puesta en otras cosas, más allá del colegio y de los chicos. Por eso quizá pasó tantas horas en la sala de cine que tenía junto a la casa, esa casa familiar, blanca, casi georgiana, que se volcaba al Atlántico y que recibía el viento del sur con una elegancia única. El cine era su mayor bien y su mayor medicina. Las tristezas se volvían transparentes y las horas pasaban con una calculada rapidez. El desenlace de la película de espías o de miedo, el muchacho que cabalgaba con ese aire cansado que a ella le recordaba a alguien o el The End sobrevenido en el mejor momento, todo eso era parte de su biografía y así la transmitió a sus hijas con tanto lujo de detalles que todas podrían ser,

Eve Arnold, la fotógrafa del alma

Eve Arnold (1912-2012) es una de esas artistas cuya obra no pasa desapercibida, abren nuevos caminos y generan modelos no superados. Nacida en Filadelfia de padres judíos que emigraron desde Europa estudió fotografía y cine y colaboró, a lo largo de su vida, con revistas de categoría, como Life, París Match, Stern, Sunday Times y Vogue. Sin duda su principal logro laboral fue formar parte como miembro de pleno derecho de la agencia Magnum Photos, la más importante empresa gráfica del mundo. Su obra tiene tres principales temáticas: los retratos (muchos de ellos de actores y personajes relevantes), la fotografía social y el documento de viajes. Fue autora de nada menos que 11 libros de fotografía y viajó por todo el mundo para obtener sus fotos. Su trayectoria le valió varios doctorados honores causa y muchas otras distinciones. Llegó a pertenecer a las asociaciones fotográficas más importantes del mundo.  Su método de trabajo ha sido ponderado por los expertos. Generaba una

No tengo el corazón para luciérnagas

No tengo el corazón para luciérnagas. La frase ha aparecido de repente y me sigue dando vueltas en la cabeza durante todo el día. No sé el motivo por el que algunas palabras se juntan y se convierten en una melodía que te persigue, como si no tuvieras más remedio que escribirlas. Ocurre con algunas canciones que oyes no sé dónde, un momento en la radio quizá o en internet y entonces entran en ti y no hay manera de espantarlas. Se pegan a las horas y no podemos prescindir de ellas y acabamos cantándolas. Me ocurre también con la poesía. Un poeta, unos versos, una estrofa, aparecen contigo una mañana, al tiempo de levantarte o mientras desayunas. Y entonces te intentas desprender de esa letanía inseparable. Y no puedes. Te duchas y te envuelves en una toalla azul con rayitas de color mostaza y descubres que la música del verso está presente. Luego te limpias la cara, te untas la crema antisolar, te peinas y te perfumas, y ahí están las palabras, el verso o la canción, lo mismo da.