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Mostrando las entradas etiquetadas como Lillian Bassman

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Lillian Bassman: La mujer oblicua

Lillian Bassman convierte en poesía sus imágenes. Es imposible no sentirse arrebatada por esta alternancia lírica de negros y blancos, de luces y sombras. Las mujeres de Bassman vuelan, están suspendidas en el aire, se alejan de nosotros para encerrarse en una cápsula de misterio que no podemos asir. Sus ojos semicerrados, sus manos ocultas, su gesto incontrolable, su postura lanzada hacia el exterior, desprendida, desequilibrada, rompen los espacios y los conmueven, generando tanta admiración como duda. Por qué estas mujeres solo muestran una parte de sí mismas, es la pregunta que nos hacemos.  El resto de los personajes son solo atrezzo, accesorio sin mayor valor, gente sin importancia. Ni siquiera parecen completos, sino a trozos, una mano, un rostro, una copa, una mesa, un teléfono. Todos los objetos y las personas que las rodean están al servicio de esas mujeres, como también lo están sus atuendos, sus mágicos sombreros, sus extrañas envolturas a modo de telas estructu

Todos los perros ladran en Baeza

Así que eso era todo: decir adiós sin más, sin otra explicación que el cansancio del tiempo. Nada de aquella chica rubia, nada de aquellos ojos verdes, nada de mi mirada triste, nada de mi cansancio, nada de mí...No tuviste piedad y tuve que marcharme, oírte era un imposible sufrimiento. Dejar atrás el mar, dejar la infancia, dejar la casa, dejar el corazón, dejarlo todo… Ahora sé que mi cura no vino únicamente por las voces amigas o por la edad (tan sólo veinte años). Fue la quietud del campo, las luces de neón, el suelo, tenso y tibio, el calor, las noches bañadas por un silencio fijo. Baeza me recibió como si yo misma fuera Machado, como si hubiera perdido a Leonor, como si tuviera que marcharme al exilio, como si mi madre preguntara entrando en la ciudad: "¿Llegaremos pronto a Sevilla?". Baeza abrió los brazos y entendió que llorara una semana entera, los siete días primeros de mi estancia, porque el amor se iba y yo no lo entendía.  Luego, vino la música,

Qué inútil engañar a la tristeza

Una frase de la poeta Victoria León (Sevilla, 1981) es el título de esta entrada. Victoria León publicó este 2019 un espléndido libro, "Secreta luz", y desde entonces leo lo que escribe buscando explicaciones. Aunque ella no lo entienda así y solo son versos y poesía, nada más y nada menos. Y las fotografías que la ilustran hablan de ella, de la gran Lillian Bassman. Hablo de mujeres absurdas, escribo de mujeres absurdas, soy, tal vez, una mujer absurda que quiere hablar de ellas. Envidio la suerte de Bassman, que mantuvo, durante setenta y seis años, una historia de amor que nunca pereció y nunca tuvo comienzo ni final, con Paul Himmel, fotógrafo también como ella. En realidad, mucho más tiempo, toda la vida juntos, desde su encuentro primerizo a los seis años. Me resulta enternecedor imaginarme cómo iban envejeciendo a la par mientras sus objetivos iban desgranando imágenes, creando arte. Me resulta curioso pensar en ese niño del colegio de la infancia, que tenía el cab

Aunque tú no lo sepas...

Aunque tú no lo sepas eres a veces luz, la única luz, el único destello, la única claridad que resplandece. En la pequeña sombra que me habita escribo con tu nombre todas las emociones y observo las ventanas por si tu tibia luz apareciera, esa presencia tierna, esa presencia firme, esa presencia nueva, tú, tú solamente.  Aunque tú no lo sepas me invento geografías para guardar tu nombre, espacios en los que estás y no apareces, una huella en el barro de zapatos gastados, una voz, el aire de una voz, su cálido temblor, su eco, esa forma de hacer palpable la verdad cuando la tarde, siempre sin aviso, tiende su trampa al fondo de las músicas.  Aunque tú no lo sepas he llegado a crear tu propio abecedario, una legión inmensa de letras sin palabras, de adioses como besos, de besos sin sonido, de sonidos sin tiempo, de tiempo sin esperas, de esperas que se agostan, ellas sí, adormecidas, al lado de los sueños, aunque tú no lo sepas. (Fotografías de Lillian Ba

La foto

He visto a tu ex-mujer en una foto. Parece triste. Tiene la mirada perdida y sin esperanza. Las manos aprisionan un bolso pequeño, un bolso de fiesta. Una media sonrisa imperceptible. El pelo liso, de peluquería, una corona en torno a la cabeza. Va vestida de oscuro y lleva una chaqueta de fantasía. Pero los ojos lo dicen todo. Da la impresión de que se ha quedado atrás, de que no está dentro de la foto, de que es ella la que nos mira a través del objetivo de la cámara. Es una tristeza que no viene de ahora, estoy segura. Una tristeza que tiene mucho que ver con abandonos. Te conozco. Sé cómo actúas. Y por eso el abandono no es cosa de un momento. No es una decisión, no es un divorcio. No es un hachazo a la vida en común. Es solo un corte momentáneo, la búsqueda de un estatus más cómodo para ti. Seguir viviendo solo, pero que ella esté a la mano. Que cumpla su papel, la madre de tus hijos. Que haya celebraciones en las que os vean juntos. Que aparezca en la esquela de los seres qu

Un recipiente con una cinta azul

(Fotografía de Lillian Bassman para Harper`s Bazaar, 1951) Había un pequeño mueble lacado en rojo inglés. Parecía de anticuario pero no lo era, sino caro y muy moderno. Se encaprichó de él y quiso tenerlo porque tener cosas es fácil y él siempre la complacía. Le regaló el escritorio y lo colocó cerca de la ventana, un ventanal inmenso, por el que entraba una luz cómplice que nunca quería marcharse y que se filtraba desde que amanecía. El escritorio rojo tenía algunos cajones, a modo de secretos. Entonces recordó que también se le llama secreter y no es nada extraño. En ellos colocó algunos recuerdos, pequeñas tonterías. Servilletas de bares, en las que escribía el inicio de historias que nunca se completaban. También objetos adquiridos en sitios inverosímiles. Una sortija con una piedra verde, una pulsera que tenía una rosa incrustada, un lazo amarillo con la palabra amor que rodeaba una caja de perfume...Del mismo modo que los niños coleccionan estampas, piedras, muñecos, ella