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Mostrando entradas de febrero, 2024

Elegantes

  He encontrado esta foto en una red social. Me ha hecho pensar, recordar, escribir. Aparentemente solo son personas que están tomando algo en una calle de Londres, en una terraza de mesas verdes y sillas que parecen bastante incómodas. Aquí en primer plano un señor mayor. En segunda fila una pareja que está comiendo algo. Más allá otro señor. El señor mayor tiene un libro en la mano, está leyendo. En la silla de al lado hay más libros y lo que parece ser otra bolsa también llena de libros. No hay nada en la mesa, acaba de llegar o no ha pedido nada. Está absorto en la lectura. Lleva gafas de montura negra. Está concentrado absolutamente en lo que lee. La distancia nos impide ver de qué libro se trata.  El hombre mayor va muy bien vestido. Pantalón gris de raya bien planchada, una camisa clara, una chaqueta azul. Lleva calcetines azules y unos mocasines negros bien limpios. Es un hombre elegante y su elegancia no es afectada, no es cursi, no es presuntuosa, sino natural. Es elegante la

La France critique Jane Austen

  El primer crítico francés que prestó cierta atención a las novelas de Jane Austen fue Philarète Chasles (Mainvilliers, 1798-Venecia, 1873). Cuando digo "cierta atención" no exagero porque se limitó a escribir dos frases sobre ellas, nunca agradables ni positivas, en un ensayo que publicó en 1842 sobre Walter Scott. Este ensayo no tiene demasiada importancia en el conjunto de su obra, que dedicó al estudio de las literaturas inglesas y alemanas. En ambos países, Inglaterra y Alemania, residió durante algún tiempo y esto le permitió ahondar en su idioma y en su literatura. No era nada proclive a admirar a la señorita Austen, de quien entonces se hablaba poco fuera de su país natal y de quien no había salido a la luz todavía la novedosa biografía de su sobrino, definiendo un retrato de su tía que encandiló en la época. Para Chasles Jane Austen era aburrida, insustancial y prácticamente una vulgar imitadora, aunque en este punto muestro mi perplejidad porque ¿a quién imitaba? ¿

Cuestión de estilo

  El uso del estilo indirecto libre es una de las características de la escritura de Jane Austen que más llaman la atención y más estilizan el relato. Sin que aparezcan verbos introductorios la expresión se hace más suelta y se mezclan las voces del narrador y del personaje, de modo que los lectores tenemos que aguzar el ingenio para distinguirlos y también para adjudicar a uno o a otra las ideas y los pensamientos. Esta forma de narrar contribuye a que se expanda esa ironía que traspasa toda su obra, o casi toda diría yo, porque cuesta mucho encontrarla en "Mansfield Park" o "Persuasión", salvo, en este último caso, en lo que atañe a la forma en que se describe a sir Walter Elliot y su obsesión por el baronetario. En este sentido, Elliot es muy parecido al señor Elton, al señor Lucas o al señor Collins, todos ellos muy preocupados del lugar que ocupan en la sociedad y de sus amistades y usos cotidianos. Debió conocer a bastantes tipos de esa misma calaña porque

Jane Austen, en français

  La traducción de los libros de Jane Austen al francés fue muy temprana. Sentido y sensibilidad que se había publicado en 1811, se tradujo en 1815 con el título Raison et Sensibilité, ou les Deux Maniéres d'aimer. Sus sucesivas traducciones fueron cambiando este nombre, desde Raison et Sensibilité en 1945 a Marianne et Elinor en 1948, o Le Coeur et la Raison en el mismo años.    Por su parte, Orgullo y prejuicio había salido a la luz en 1813 dos años después de la novela anterior y no fue traducida hasta después de la muerte de la autora. Orgueil et Préjuge , apareció en 1821 y también tuvo, como la anterior, diferentes nombres en algunas ocasiones: Les Cinq Filles de Mrs Bennet, 1932, por ejemplo.  Mansfield Park , de 1814 y Emma, de 1815, aparecieron enseguida en Francia, ambas en 1816. La primera llevaba el título de Le Parc de Mansfield ou les trois Cousines y Emma como La nouvelle Emma, ou les Caractères anglais du siècle . Ambos seguían la norma de la época de los títu

Nieva sobre la Toscana

Esta tarde, las tres, que somos tan distintas, hemos escrito versos sobre el mantel de flores. Las tazas blancas del café, las cucharillas, el sonido rítmico del agua a un costado, todo eso ha sido el telón de fondo de nuestro imaginario viaje. Hemos llegado a la Toscana al ritmo de esos versos. Los versos de catorce sílabas y, aunados, tres corazones diferentes con la intención de verter algo de desconsuelo y recoger sonrisas.  Hemos imaginado que la calle, cubierta de flores y de plantas aromáticas, se abría a nuestros pies en forma de sorpresa. Y que una puerta verde surgía en el fondo y que, dentro de ella, el aroma suave de un pastel recién hecho, abrazaba los cuerpos abiertos a la vida. Así las confidencias han trepado sin duda sobre ventanas que nunca cerrarán sus postigos y podremos escribir lo que somos sin miedo que una daga cruce nuestro anhelante corazón.  Esta tarde, las tres, con el miedo a lo duro de la vida, hemos volcado sobre la mesa de madera, el sueño

Por fin una alegría

El año 1803, traería una novedad muy importante en la vida de Jane Austen , algo que ella anhelaba más que nada en la vida. Aún no había logrado publicar nada y tenía escritas varias novelas. Pero esto parecía que podría cambiar. La revista "The Flowers of Literatura for 1801, 1802" anunciaba que una nueva novela vería pronto la luz. Se llamaba "Susan" y sería editada por Benjamín Crosby e hijo. Se había escrito entre los años 1798-1799 y revisada poco después. Por supuesto, aunque no se dice nada, la autora era Jane Austen. En la primavera de 1803 vende "Susan" al citado editor por diez libras.  Diez libras eran mucho dinero si tenemos en cuenta que la asignación anual que le daba su padre para sus cosas personales era de veinte libres. Fue el primer dinero ganado y aunque sabemos que la novela no se publicó entonces ni con ese nombre, el paso estaba dado y su vida iba a cambiar para siempre. La novela vio la luz por fin después de que ella muriera, co

"Amy e Isabelle" de Elizabeth Strout

Elizabeth Strout es la autora de Me llamo Lucy Barton que aparece reseñado en otro lugar de este blog. Nació en Maine, en 1956, pero vive en Nueva York desde hace años. Esta es su primera novela. Hay que recelar de las "primeras novelas" que salen a la luz ante el éxito de las segundas o terceras. Pero, en este caso, no hay motivo. Amy e Isabelle es aún mejor que Me llamo Lucy Barton. Especialista en relatos y cuentos que publica en revistas y que la han llevado a ganar el Premio Pulitzer (Olive Kitteridge), su personalidad a la hora de escribir hace el efecto de una llama que atrajera a las mariposas. Es, sencillamente, única.  En Amy e Isabelle se cuenta la historia de una madre y una hija, pero también la de toda una comunidad. Los personajes que transitan por el libro no son felices y ninguno hallará más que una especie de rutina confortable a lo largo de su vida. No hay falsas esperanzas, no hay optimismo. Tampoco desesperación, sino el transcurso ritual d

Retrato de madre con libro al fondo

(Fotografía de Frances McLaughlin-Gill) La madre tenía siempre un libro en la mano y una película en la cabeza. Las dos aficiones, lectura y cine, las llevaba tan dentro que hubiera querido ser Lady Rowena o Scarlet O`Hara. A veces lloraba con los melodramas, pero disimuladamente. Y otras veces se enzarzaba en una discusión sobre el final de un libro que no le parecía apropiado. Sus libros llevaban su nombre en la primera página, el día en que empezó a leerlo y, al final, un pequeño comentario. Unas pocas frases lograban resumir todos los pensamientos que acudían en tropel cuando leía. Su imaginación era desbordante. Podía inventar vestidos, muñecas e historias para contar en las noches de tormenta. No tenía miedo a nada. Se sabía de memoria los argumentos de las películas como si ella hubiera sido la guionista. Y conocía a los actores y actrices, a los directores, y también los cotilleos del rodaje: tal o cual enamoramiento, tal o cual rencilla. Los libros le permitían tener

"Noche y día" de Virginia Woolf

Una pena impertinente Reina en mí de noche y día  Porque a mí ná me divierte  No encuentro más alegría  Que el rato que vengo a verte (Enrique  Morente) En la contraportada de este libro se desliza una frase referida a la protagonista que bien podía aplicarse a la autora: "no sabe qué esperar de su vida". Más allá de ser la reina de un grupo de intelectuales y artistas; más allá de una privilegiada situación social y una desgraciada vida familiar; más allá de un talento reconocido para la observación; más allá de la creación de un lenguaje propio, escrito en una habitación propia y en un jardín bajo el sol poniente...más allá de todo, Virginia Woolf fue una mujer que no sabía qué esperar de su vida. Esta característica, común a otras personas pero mucho más acusada en la gente de temperamento artístico que no tiene la obligación de fregar el suelo y tender la colada, hace evidente que la esperanza está casi ausente de tu visión. Para mantener una actitud esperanzada hay que c

La calle secuestrada

  En mi calle solo había calle. No recuerdo zonas infantiles, ni carriles bici, ni areneros para los niños, ni instalaciones deportivas, ni pasos de peatones con mortadelos, ni semáforos, ni policía de proximidad, ni supermercados, ni alumbrado navideño...Era solo calle y estaba rodeada, del curioso modo en que allí las cosas existían, por huertas, salinas, estaciones de tren, cines de verano y mar. El mar era lo más lejano y, aun siendo un océano, muchos pensábamos que esa distancia era infinita. No podía asaltarnos la fuerza de un maremoto, porque el mar era una cosa lejana. Antes de él, a modo de antesala, de recuerdo y de embajadores, estaban los esteros, que eran mar salada, demasiado salada para mi gusto, impregnados de sepina, de toda clase de olores y llenos de peces y, de nuevo, de sal.  Los montículos de sal rodeaban la calle por el lado de las salinas y las huertas estaban en la otra orilla, como si el mar y el campo tuvieran ahí un punto de unión. No recuerdo de quién era l

Entre los olivos

Campo, campo, campo y entre los olivos los cortijos blancos. (Antonio Machado) Si aprendes a hablar recitando poemas todos los poemas se convierten en tu vocabulario. Una palabra sigue a la otra y la otra está al acecho. Así el campo es una palabra tres veces dicha y los olivos están ahí, aunque no los veas. Estás entre los olivos, aunque no te vean.  Si naces junto al mar y no lo percibes salvo cuando sales de la ciudad y lo descubres rodeando las entradas, junto al puente de piedra, los fuertes napoleónicos, el istmo susurrante que continúa siendo el parapeto para todas las conquistas, entonces el campo es otra cosa, una entelequia, un sueño. Tú hueles a verdín y el campo huele a verde. Una vez me dijeron que allí el campo era de juguete, que no era un campo real, sino un decorado, que todo estaba rodeado de cercas y alambradas, que la naturaleza no podía moverse, prisionera de las labores y de las vendimias. Ese otro campo, el tuyo, tiene la gracia de ser verdad

Pizzarelli y una casa

  Si estás escuchando a John Pizzarelli en cualquiera de sus conciertos y has tenido la suerte de verlo en directo, como yo en el Lope de Vega de Sevilla, entonces alumbrará tu escritura como casi nada puede hacerlo. Y para acompañar su sonido nada mejor que las imágenes de John Baeder , el fotorrealista más mágico de los que todavía cuelgan sus cuadros en las galerías y los museos. Es así, en esa conjunción de sonido e imagen, como se puede escribir sobre las casas, sobre la casa, sobre tu casa.  El otro día visité en Google la vieja casa de mi abuela, aquella en la que nacimos algunos de los primos, una casa mágica para los recuerdos, una casa encantada. Tenía, tiene, dos plantas y una enorme azotea, de esas llenas de pequeños muros fáciles de saltar que te llevan de un lado a otro. En la planta baja estaba el pozo que nos surtía de agua, un patio gigantesco y dos viviendas ocupadas por dos vecinas de esas de toda la vida, Juana y Dolores, los nombres míticos, dos mujeres que retrat

Ellas...

Matilda Browne ,  In the Garden , 1915. Primero fue Agatha Christie con sus domésticos asesinatos. Luego, Jane Austen que se quedó para siempre en primer plano. Después, en la remontada, Ellen Glasgow con "La vida resguardada". Y así comenzó el desfile de mis "Mujeres Que Escriben":  Llegaría Elizabeth Gaskell, con "Ruth" y con la biografía de Charlotte Brönte. Llegaría Emily Dickinson. Y Elizabeth Barrett-Browning. Envuelta en perplejidades renacería Edith Wharton más allá de "La edad de la inocencia". Renacería Agatha Christie con sus "Cuadernos". Y junto a las mayores presencias de Jane Austen y de Iréne Nèmirovsky, otras mujeres que escriben y que se mezclan en un caleidoscopio de letras que emocionan: Edna Ferber, Rosalie Ham, Maggie O´Farrell, Carol Joyce Oates, Daphne du Maurier, Patricia Higsmith, Agota Kristof, Adda Ravnkilde, Alice MacDermott, Amélie Nothomb, Anita Loos, Rosamond Lehman, Sabina Berman, Zadie Smith, Sophie Kins

Matsumoto: A todo tren

  Si no has leído a Seicho Matsumoto sal corriendo y cómprate sus libros. Yo los he leído en este orden: La chica de Kyushu, Un lugar desconocido y El expreso de Tokio. Puedes leerlos en el orden que quieras porque no es indicativo de nada. Sin embargo, hay otro consejo que me gustaría que tuvieras en cuenta. Si comienzas a leer uno de esos libros ponte cómoda. Nada de hacerlo entre tareas con la idea de ir poquito a poco. No. No podrás dejar el libro y seguirás, seguirás, hasta que la resolución del caso en cuestión tenga lugar. Y eso que hay nombres japoneses por doquier, como es lógico, además de una sociedad diferente, comidas distintas, y, en el tercero de ellos, encima la guía de trenes por medio. Pero es una lectura tan interesante, tan inquietante, tan bien estructurada la historia, tan llena de detalles que te atrapan, que no soltarás el libro. Yo me impongo parones a propósito porque, en caso contrario, lo acabaría en un rato y eso no puede ser. Pero, en realidad, podrías est

Las mujeres silenciosas de Anna Ancher

Un resplandor dorado contradice el aire callado, el silencio que suena. La habitación permanece a la espera de una buena noticia, una ventura. Las flores se reflejan en la luz de una ventana inexistente y el costurero se abre como una maravilla, un tesoro de hilos, de agujas y tijeras. Las manos se sitúan exactamente sobre la tela blanca y primorosa y ella guarda secretos que nadie más conoce, adornando el silencio con su mirada oculta. A veces una lámpara se enciende en cualquier parte. La ventana se agita y la flor envejece. La mujer se ha parado y se pregunta a solas de qué forma guardarse para sí ese descubrimiento que ha convertido en duda su esperanza. Así, sensatamente, sin tener que engañarse, sin miedos y sin dudas, ella sabrá seguir ese camino claro que acuñó sin quererlo muchos años pasados y escribirá su nombre en cualquier parte, sin permitirse volver el rostro ante el desconocido. Tantas veces la vida te enseña de repente que has gastado las horas en una antig

Austen y la crónica social

  La plaza de Hannover de Londres vista desde una de las calles adyacentes hacia 1775. Acuarela por James Miller. Museo y Galería de Arte de Birmingham. Foto de Bridgeman/ACI/National Geographic La Ley de Pavimentado e Iluminación de 1766 hizo posible que, como sucede en la imagen, las calles de Londres tuvieran aceras y, de ese modo, los peatones circulaban separados de los vehículos y los animales que cruzaban las calzadas dejando su reguero de peligrosidad y de suciedad. Es verdad que esa mejora solo se aplicaba al distrito de Westminster y a la City pero así se empezó a mejorar la vida en una urbe que tenía entonces ya unos 600.000 habitantes. Este es el Londres que conoció Jane Austen en sus visitas frecuentes para visitar a su hermano Henry, cuyas ocupaciones lo habían llevado a la capital y que, gracias a eso, tuvo contacto con los editores  que, en su momento, publicarían, aunque de una forma bastante usurera, los libros de su hermana.  Londres y todo el país vivieron numeroso

Invierno en Nueva York

Si no has pasado un invierno en Nueva York hay un invierno que no conoces. Nueva York es una ciudad especial, en realidad, un mundo en sí misma. Un lugar en el que las cosas encajan de forma milagrosa. En el que es posible que ocurran cosas inimaginables. Puede pasar de todo y encontrar gente de todo tipo. Gente que, en otros lugares, quizá no existieran o no tendrías ocasión de conocer. Por eso surgen historias distintas, cuentos de hadas, relatos que solo se explican en ese contexto de nieve y extremos. Esas botas son para caminar.  El calor de los restaurantes, de las cafeterías, de los bares, es la mejor forma de pulsar la vida de la ciudad. Allí estaba él, Edward, con un jersey de cuello cisne, una cazadora amplia y forrada de lana y unas enormes botas. Era muy guapo. Tenía los ojos verdosos que parecían azules con el reflejo de la nieve y miel en el interior. Unos ojos cambiantes, pero no extraños, sino certeros y confiados. Daba la impresión de que no podían engañar

Una gira campestre

  En Emma nos vamos a encontrar con un acontecimiento muy especial que reúne a los personajes del libro en un mismo espacio y al mismo tiempo: se trata de una gira campestre que organizan con el fin, básicamente, de matar el tiempo y de disfrutar del aire libre. A unos diez kilómetros de Highbury se encuentran las colinas de Box Hill y ahí se encamina el grupo formado por Emma Woodhouse, Harriet Smith, su amiga; los señores Elton; el señor Weston (la señora Weston se ha quedado en Hartfield haciendo compañía al padre de Emma); la señorita Bates, Jane Fairfax, Frank Churchill y el señor Knightley. El grupo no puede ser más heterogéneo y entre algunos de ellos hay falta de confianza e, incluso, resquemor. En ese momento del libro la esposa de Elton acaba de llegar después de su boda en Bath, bastante apresurada. Su carácter molesta mucho porque es presumida, cursi y entrometida, con una falsa naturalidad que se nota enseguida. Por su parte, entre Jane y Emma no hay demasiada sintonía y a

Atrapadas

Las ves y han olvidado sonreír. Tienen un aire cansado, como si todo el mundo cayera sobre ellas de vez en cuando. Como si ellas soportaran todo el mundo. Han perdido eso que se llama dignidad y han escalado las cimas del ridículo. Son más de lo que parecen. Tienen cargos públicos, trabajos importantes, inteligencias limpias, miradas puras. Pero cayeron en una red de la que es difícil escapar. Es una red que comienza siendo una gasa suave y delicada que te cubre, adobada con palabras amables, con canciones italianas y películas tristes. Continúa con un péndulo que se mueve, de un lado, los susurros; de otro, los gritos. Como si tuviera un aire bergmaniano inconfundible. Primero, notarás que el lazo te rodea. Después, el lazo será una mano fría. Por último, alguien se reirá de ti y te preguntará por qué no te mueves si en torno a ti no hay nada. Ese es el secreto: no hay nada donde creías que había una huella de calor. Eso que notas no existe, ni fue nunca, es una ensoñación, un