Vidas transparentes
(Obras de Giambattista Tiepolo, Venecia, 1696-Madrid, 1770) De Venecia a Madrid con dos de sus hijos, para complacer a los reyes, ejerciendo su oficio de pintor, para el que ya quizá se sentía algo viejo. No era fácil la pintura al fresco pero él dejó constancia de que los setenta son todavía una edad para pintar algo. El último gran barroco, el fresquista de los colores pastel, cuyos escorzos movían la pared como si temblara, cuyas figuras se contorsionan porque no pueden dejar de mirarse unos a otros, el pintor que desde la luz de Venecia y sus contrastes se asentó en una luminosidad nueva, limpiando las paredes de tanta sombra y aliviando los vestidos y los gestos, murió lejos de su casa a los setenta y cuatro. Mi padre murió en su casa a los setenta y cuatro, a falta de un mes, como diría una anciana de pueblo, de esas que lo controlan todo, que todo lo saben. Se sabe tan poco de su vida privada, de su vida interior, de su vida sin pinceles y andamios, que era una vida transpare