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Mostrando entradas de marzo, 2024

La paz es un cuadro de Sorolla

  (Foto: Museo Sorolla) La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla.  Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa.  Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que la

Barrio de la Pastora

Una amiga de Twitter comentaba que era incapaz de sentir por otra Semana Santa lo que sentía por la de su tierra. Y que, cuando llegan estas fechas, su corazón volaba hasta allí y era capaz de recordar miles de detalles vividos en sus calles, junto a su gente, en su suelo. Es así como funciona la nostalgia y su hermana mayor, la memoria. Es así como notamos casi imperceptiblemente, que hay un poso en nosotros que nunca se termina de notar y que responde a lo que hemos sido, a lo que nos ha convertido en lo que somos. Cuando la vida te arranca de tu tierra se siente una punzada de permanente dolor y te preguntas ¿por qué? y no tienes respuestas y piensas que debiste hacer las cosas de otra forma, que debiste reaccionar no sabes cómo pero volviendo, siempre volviendo, nunca marchándote de tus raíces. Perder las raíces es perder la biografía, perder el sentido de la medida de las cosas, perder lo que construye la vida en ti mismo. Muchos cometemos el error de volar, de correr, de saltar y

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co

E de Elvira

/Sophia Loren/ Elvira era una artista de cine. Tenía la figura, el rostro y el gesto adecuados. Tenía, sobre todo, el aire desvalido, la soledad y la ausencia precisas. Un pasado triste, una orfandad inexplicable y una familia extraña. Era una de esas niñas intermedias que no interesan a nadie y una joven con la mirada puesta en otras cosas, más allá del colegio y de los chicos. Por eso quizá pasó tantas horas en la sala de cine que tenía junto a la casa, esa casa familiar, blanca, casi georgiana, que se volcaba al Atlántico y que recibía el viento del sur con una elegancia única. El cine era su mayor bien y su mayor medicina. Las tristezas se volvían transparentes y las horas pasaban con una calculada rapidez. El desenlace de la película de espías o de miedo, el muchacho que cabalgaba con ese aire cansado que a ella le recordaba a alguien o el The End sobrevenido en el mejor momento, todo eso era parte de su biografía y así la transmitió a sus hijas con tanto lujo de detalles que toda

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Woody en París

  Los que formamos la enorme legión de militantes en la fe Allen esperamos siempre con entusiasmo y expectación su última película, no la que termine con su carrera sino la que continúe con la misma. A ver qué dice, a ver qué pasa, a ver qué cuenta. Esperamos su narrativa y sus imágenes, creemos en sus intenciones y admiramos que vuelva a trabajar con profesionales tan magníficos como este Vittorio Storaro, director de fotografía, que dejó en la retina sus dorados memorables en otras de sus películas y que ahora plasma un París de ensueño. ¿Quién no querría recorrer este París? En el imaginario Allen tiene un papel esencial la suerte, la casualidad, aquello que surge sin esperarlo y que te cambia la vida. Él cree firmemente en eso y nosotros también. Shakespeare lo llamaría "el destino" y Jane Austen trataría de que la razón humana compensara las novelerías de la naturaleza. Allen también cree en la fuerza de la atracción y en la imposible lucha del ser humano contra sí mismo

Cartas, relaciones, cartas...

  Cartas, relaciones, cartas: tarjetas postales, sueños, fragmentos de la ternura, proyectados en el cielo, lanzados de sangre a sangre y de deseo a deseo. (Miguel Hernández) En el mes de diciembre de 1817 —unos meses después del fallecimiento de Jane Austen—, el editor Murray publicó las dos novelas que Jane había dejado manuscritas: The Elliots y Miss Catherine , que Cassandra y Henry decidieron titular Persuasion y Northanger Abbey , donde aparece por primera vez el nombre de la autora. Henry se encargó entonces de escribir la nota biográfica de su hermana —el día 13 de diciembre de 1817— que se incluiría en la edición de estas dos novelas editadas póstumamente, y el día 20 de ese mismo mes añadió un epílogo con extractos de dos cartas de Jane, de quien destacaba su ingenio, bondad y modestia. Eran las primeras cartas publicadas de Jane Austen. Sabido es que Cassandra Austen fue nombrada por su hermana Jane heredera universal y albacea en su testamento. Cassandra heredó así un númer

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

El doctor Johnson, por supuesto...

  El doctor Johnson, don Samuel, tuvo la suerte de que lo retratara el gran Reynolds, de modo que su aspecto ha pasado a la historia en un digno retrato en el que aparece enfrascado, naturalmente, en un texto. Dada su condición de narrador, crítico literario, lexicógrafo y observador privilegiado del canon, no se le podía retratar mejor. Por supuesto que este es el doctor Johnson del que se habla en algunas novelas de Jane Austen, el que ella menciona en sus cartas y del que dice Henry Austen que tuvo una importante influencia en su hermana a la hora de seleccionar el significado y uso de algunas palabras. Todo ello se debió a que Samuel Johnson fue el acuñador de un diccionario de la lengua inglesa que tuvo mucha aceptación, que incluía numerosas acepciones de los distintos vocablos y pertinentes ejemplos sobre su uso normal. La normativa que de ahí extrajo sigue siendo un valioso ejemplo del mejor inglés.  Samuel Johnson nació en 1709 y murió cuando Jane Austen tenía nueve años, en 1

Pasión por el arte contemporáneo. Tiempo de ARCO

  /Peter Zimmermann. Galería Filomena Soares. Portugal/ Me enamoré del arte contemporáneo estudiando la carrera. Tenía un profesor magnífico y aprendí a entender y a valorar muchos aspectos de la creación que antes tenía un poco en la oscuridad. El arte contemporáneo es todo lo contrario de lo oscuro: es claridad absoluta, es diálogo, relato e historia. Cualquier obra que tenga verdadero valor y que represente las virtudes de esta tendencia, de esta escuela, es una mirada afable, conversadora e inteligente, que deja al descubierto como nada la pasión del artista. Ningún creador se ha sentido más libre que en este tiempo, en este tiempo heredado de las primeras vanguardias y que ha dado a conocer al mundo una filosofía nueva y una praxis convertida en especialísima manera de tratar la materia del arte.  Hay algunos hilos que unen a esos artistas rechazados que después se convirtieron en canónicos, empezando por los impresionistas. Hay quien abomina de ellos y de los que vinieron después

"Los armarios vacíos" de Maria Judite de Carvalho

  Si buscas noticia en la red de la literatura portuguesa, tan lejana para nosotros y tan cercano el país, del que vivimos de espaldas, encontrarás una entrada con treinta y seis escritoras, ninguna de las cuales es Maria Judite de Carvalho . Si la información que lees se refiere a escritores portugueses del siglo XX tampoco aparecerá. Ni lo hará cuando busques bajo el epígrafe general de literatura portuguesa. No existe. No es. No está.  Maria Judite de Carvalho es otra más de las autoras escondidas de las que no sabemos nada hasta que salen a la luz con un libro que, casualmente, lees. Te llama la atención el título, la portada o quizá el hecho de preguntarte ¿quién es? El caso es que ahondas en su biografía, encuentras profundas lagunas, lees el libro y se produce el milagro del descubrimiento. Descubres un libro, a una escritora, que tiene algo que decirte y que te lo ha dicho. Así sucede todo.  Maria Judite nació y murió en Lisboa, entre los años 1921 y 1998 . No siempre vivió en

La extraordinaria vida de Muriel Spark

  (Muriel Spark por Kate Boxer. London Gallery) Si alguien se figura que el título de esta entrada es medio exagerado se equivoca del todo. Más bien podría añadir unos cuántos calificativos más a la vida de esta mujer, esta escritora, de la que se podían escribir unos cuántos libros, rodar varias películas y publicar miles de artículos. Una vida extraordinaria y, por lo tanto, apasionante. De modo que empiezas a merodear por sus libros y terminas zambullida en ella misma. Así es la cosa. No hace falta añadirle imaginación al relato, basta con los datos concretos y con el reguero de obras que dejó, algunas de ellas autobiográficas. Hace quince años que murió y las editoriales se la disputan. Saben que vende, que es una de las escritoras más leídas de este momento y así seguirá año tras año. Más de veinte novelas y otros tantos libros de poemas, cuentos, crítica literaria o biografías, avalan su trayectoria. Pero, además, está su vida. Esa que fue extraordinaria y que tiene mucho que ver

"La sociedad literaria del pastel de piel de patata de Guernsey" de Mary Ann Shaffer y Annie Barrows

Desconocía hasta ahora que las islas del Canal , que forman los archipiélagos de Guernsey y Jersey, habían sido los únicos territorios británicos ocupados por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Esta es una de las cosas que se escapan en los libros de historia. Tampoco sabía que en Guernsey escribió Victor Hugo "Los miserables" . Y, por supuesto, no sabía nada de Mary Ann Shaffer . Es lo que ocurre con los libros. Abres uno y no te imaginas cuántas cosas se van a remover. Ahora mismo no logro recordar cómo he llegado hasta el libro. Creo que sería en una de esas incursiones que hago por las editoriales, mejor dicho, por sus páginas webs. Me decía mi hijo hace un rato que antes se hablaba de "ratón de biblioteca" para designar a alguien que anda perdido en la lectura y encontrando los libros más curiosos en los estantes, pero que ahora habría que usar el título, más actual, de "ratón de internet". Mouse de Internet , para ser más exactos. Él y yo so

Una granja en el condado de Clare

  En 1975 Edna O'Brien vuelve a Clare, su condado natal, en la tierra irlandesa donde nació y donde vivió hasta que se fue a vivir a Londres. La mayoría de los irlandeses hacen ese camino y, la mayoría también, quieren desandarlo y no pueden. Cuando Edna llegó a Clare ya no existía su granja, Drosboro, donde se había criado, y las cosas tenían otra fisonomía y otro destino. Así se cierra un círculo que pudo haber sido de otro modo.  En sus memorias, que ella tituló "Chica de campo" , la presencia de la naturaleza es una constante. A pesar de que en los años cincuenta, se marchó a Dublín y, después de casarse, a Londres, lleva el campo con ella. Los acantilados, los ríos y arroyos, las granjas, las labores campesinas, las manos manchadas de cuidar a los animales, la leche tibia, el suelo de piedra, las paredes hoscas, todo eso es lo que ha vivido y lo que ha retenido en su bagaje principal, el de las emociones primeras.  Salvo el último de sus libros "La chica"

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

Siempre quise vivir en una plaza

  Siempre quise vivir en una plaza. No sé si tuvo algo que ver en eso la querencia familiar por cierta película en la que la protagonista vivía en una plaza de Londres, cercada por la niebla, vecina de una anciana pizpireta que hacía demasiadas preguntas y que, al final, ayuda a que todo se solucione y a que el malvado Charles Boyer reciba su merecido y triunfe el amor entre Ingrid Bergman y el bueno de Joseph Cotten. Aunque Cotten, todo hay que decirlo, luego nos puso los pelos de punta cuando decidió cortejar a viudas ricas y cargárselas, todo ello al son de una música terrible. No es como esta música de The Cramberries que suena ahora y que inunda, totalmente, el maravilloso piso de Meg Ryan en Tienes un email. Hay que ver lo que es el cine... Se convierte en tu paisaje y terminas siendo un personaje más o un espectador privilegiado.  Siempre quise vivir en una plaza. Mi calle de la infancia era, a mí me lo parecía, bulliciosamente alegre y había siempre un sol que la atravesaba, in