La paz es un cuadro de Sorolla

 


(Foto: Museo Sorolla)

La paz es un patio con macetas con una silla baja para poder leer. Y algunos rayos de sol que entren sin molestar y el susurro genuino del agua en una alberca o en un grifo. Y mucho verde y muchas flores rojas, rosas, blancas y lilas. Y tiestos de barro y tiestos de cerámica. Colores. Un cuadro de Sorolla. La paz es un cuadro de Sorolla. 

Dos veces tuve un patio, dos veces lo perdí. Del primero apenas si me acuerdo, solo de aquellos arriates y ese sol que lo cruzaba inclemente y a veces el rugido del levante y una pared blanca donde se reflejaban las voces de los niños y una escalera que te llevaba al mejor escondite: la azotea, que refulgía y empujaba las nubes no se sabía adónde. Un rincón mágico era ese patio, cuya memoria olvidé, cuya fotografía no existe, cuya realidad es a veces dudosa. 

Del segundo jardín guardo memoria gráfica y memoria escrita porque lo rememoro de vez en cuando, queriendo que vuelva a existir, queriendo que las plantas revivan y que las rosas nazcan y que las margaritas azules se estiren de su sueño. Y la gran maceta de hierbabuena y las palmeras y también el huerto aromático con el aloe vera y la enorme mata de arrayán. El jardín lo perdió la ausencia, lo perdió la lejanía, lo perdió la imposibilidad de entender que era algo más que tierra, barro y hojas. 

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