Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Verano del 20

Entre los olivos

Campo, campo, campo y entre los olivos los cortijos blancos. (Antonio Machado) Si aprendes a hablar recitando poemas todos los poemas se convierten en tu vocabulario. Una palabra sigue a la otra y la otra está al acecho. Así el campo es una palabra tres veces dicha y los olivos están ahí, aunque no los veas. Estás entre los olivos, aunque no te vean.  Si naces junto al mar y no lo percibes salvo cuando sales de la ciudad y lo descubres rodeando las entradas, junto al puente de piedra, los fuertes napoleónicos, el istmo susurrante que continúa siendo el parapeto para todas las conquistas, entonces el campo es otra cosa, una entelequia, un sueño. Tú hueles a verdín y el campo huele a verde. Una vez me dijeron que allí el campo era de juguete, que no era un campo real, sino un decorado, que todo estaba rodeado de cercas y alambradas, que la naturaleza no podía moverse, prisionera de las labores y de las vendimias. Ese otro campo, el tuyo, tiene la gracia de ser verdad

El último modelo

Le encantaban los coches. Le parecían un artilugio serio, una máquina inteligente, un bombón, un lujo. Siempre quiso tener coches y guiarlos, cruzar con ellos el mayor espacio de tierra posible, las mayores extensiones. Un coche y unas gafas de sol, la vida.  Con un aire de Alain Delon apacible y quizá unas gotas de Sir Laurence Olivier por eso de la elegancia, era posible verlo con su camisa blanca arremangada, su pantalón de dril color canela y una sonrisa efímera pero imponente. Las mujeres lo adoraban y las chicas se enamoraban de él. Él las quería a todas pero más a su coche. Porque sabía que el coche podía cambiarse a modo y ellas eran una pesada cruz si se empeñaban.  Las noches eran esos momentos en los que las verbenas refulgían, las ferias tenían el sabor antiguo del algodón en nube y las mesas de las casetas se llenaban de pasiones inconfesables, todas ellas perdidas, todas ellas asustadas, todas ellas demasiado evidentes. Y por eso prefería la luz del día, cuand

Que mañana sea septiembre

! Qué hermosísimo horizonte¡ El mar Cantábrico era el gran desconocido, el extraño, el ajeno. Su perfil aparecía diáfano debajo de mis pies, justo cuando la montaña terminaba abruptamente, abriendo así una cicatriz en el paisaje. El agua estaba helada. La playa, vacía. Éramos dos recién casados que buscábamos, a destiempo, conocer el milagro del norte. Un largo camino en coche, con paradas muy bien previstas. Así lo hacías todo. Desplegabas los mapas de  carretera sobre la mesa con una satisfacción indudable. Planificar los restaurantes, ver qué sitios eran buenos para dormir, qué momentos podían disfrutarse en cada parada. Había, sin embargo, algo que era mucho más importante que todo eso. Algo que, se reveló más tarde, era lo más importante de todo. Hacer fotografías. Esa no era solo tu profesión sino también tu pasión. Eras un fotógrafo que veía el mundo a través del objetivo de la cámara. Y por eso nuestros viajes, incluido este, era un recorrido por la belleza de la vida. 

Aire que casi vuela

En la medida exacta de las cosas Estas tú Y quererte es la prueba de la armonía del mundo. Enlazo sentimientos, Ato los hilos de la emoción temprana. Escribo que te espero. Espero que me ames... Si subo un escalón, te encuentro arriba Con el olor del sol y de las rosas Con el color del aire que cerca el horizonte Con la verdad de ser, de ver en ti la vida. (Fotografías de Richard Avedon, 1923-2004) 

Rosas sobre un campo de lava

(Foto: Cristina Coral)   " Durante algunos años mantuve una especie de correspondencia con alguien a quien creí inteligente, compasivo y humano. En esa nueva forma de correo que es el electrónico mis cartas se movían continuamente desde el corazón al ordenador, en un bucle continuo. Era muy hermoso pensar cosas, convertirlas en palabras y lanzarlas al aire de mi destinatario. Sabía que me entendía. Entender es algo que todo el mundo busca en otro alguien. Y por eso, quizá, nos confundimos demasiado a menudo, pensamos que está ahí, que lo hemos encontrado, pero, tantas veces erramos como logramos acertar. Yo creí que esa persona tenía todas las cualidades para ponerse en mi lugar. Era capaz de oír sin juzgar, de consolar sin preguntar, de aconsejar sin presumir. Las mañanas del verano, cuando todo está más vacío y la vida se compone de horas más largas, yo me sentaba delante del ordenador, abría mi corazón y lo hacía llegar al otro lado del correo, con la presteza de quie

Cuestión de aves y flores

Él estaba al otro lado del atril, en alto, como si fuera un predicador. Pero no lo era. La conferencia tenía un tema encantador: Aves y flores en la literatura medieval. ¿A quién podría habérsele ocurrido algo así? Seguramente a algún afanoso organizador, una de esas personas originales e insensatas que pueblan los círculos culturales. Algún amante de la Edad Media o quizá un novelero sin remedio. Él estaba allí arriba, vestido de una forma muy peculiar, colocando los folios, mientras el público esperaba.  Era el despertar del verano, casi las nueve de la noche y él parecía haber salido de “Muerte en Venecia”. Iba vestido de beige y marrón, un marrón espeso, demasiado para la hora y la temperatura. Pero le quedaba bien. Conjugaba con cierta forma ceremoniosa de mover las manos y, sobre todo, con los ojos, de un grisáceo muy raro. En realidad, no podía asegurar que tuviera los ojos grises, solo lo parecía con la iluminación del atril, pero, en todo caso, era un hombre con apa

Sigue habiendo azoteas

Mucho antes de todo, en la historia antigua de los versos, las niñas saltaban de un tramo a otro de las azoteas corridas que servían de cubierta a las casas blancas con festones amarillos de la calle. Empezaban en un extremo y, haciendo el mayor ruido, podían terminar al otro lado, al borde de las huertas, justo frente a la pantalla del cine de verano. Esta era la última azotea y la que tenía mejores vistas. Nadie era capaz de descubrirlas, nadie sabía de dónde venía ese sonido de la música que las hacía ensayar sus bailes a escondidas.  Si el viento de levante soplaba existían modos de burlarlo. Se parapetaban detrás de algunos de los miradores que coronaban la azotea central, la más grande y opulenta, y allí estaban horas y horas, al abrigo del aire y de las madres, que solían gritar sus nombres empezando por una llamada amable y terminando por una orden imperiosa. Todas querían huir de sus casas y enfilar el horizonte desde aquella atalaya imposible. Todas sentían que les f

Hombres solos, hombres solitarios

Presumes que eres la ciencia y yo no lo entiendo así porque siendo tú la ciencia no me has comprendido a mí. (Soleares. Juanito Mojama) ✿✿ En los tiempos del Oeste americano, que tanta literatura ha creado y, sobre todo, tanto cine, los hombres cargaban sobre sus hombres el peso de la valentía. Ser cobarde era un oprobio. Ningún cobarde podía sacar adelante a su familia, ni mantener sus tierras, ni vivir con dignidad. Pareciera que la valentía era la moneda de curso legal. Y, sin embargo, el cine nos cuenta que los valientes o los dignos eran la excepción. Más bien hombres solos, a veces también solitarios, que, llegada la hora de la verdad, se encontraban en la más estricta y descarnada soledad. Los guionistas de los westerns eran, como se ve, grandes conocedores de la naturaleza humana, bastante más que la propia señorita Marple que decía siempre, comparando a la gente que conocía con la de su pueblo natal Saint Mary Mead, que "es la misma en todas partes

Cartas como rosas

Escribir cartas es un acto de generosidad hacia la otra persona. En las cartas se vuelca la vida, pequeña o grande, conocida o difusa. Los escritores de cartas son gente dispuesta a ser escudriñados, valorados, por los demás. Hay ejemplos maravillosos de correspondencia entre personas valiosas, artistas, escritores, gente de categoría en algún aspecto. Pero también la vida real es la muestra de que las cartas son imperecederas y su perfume, como el de las rosas, sigue revoloteando por el aire, sin mácula, dejando huella.  Las flores de Georgia O'Keeffe son la mejor ilustración para contar cuántas cartas me escribía mi madre cuando me fui de casa, por ejemplo. En las cartas, que conservo, detallaba con suma precisión todos los acontecimientos de la semana o de los días. Incluso si algún hermano había hecho alguna travesura, lo que comían o bebían, si salían y adónde, lo que veían en la tele e, incluso, sus pensamientos, ideas, imaginaciones. Todas las cartas eran una evidencia clarí

Todos los perros ladran en Baeza

Así que eso era todo: decir adiós sin más, sin otra explicación que el cansancio del tiempo. Nada de aquella chica rubia, nada de aquellos ojos verdes, nada de mi mirada triste, nada de mi cansancio, nada de mí...No tuviste piedad y tuve que marcharme, oírte era un imposible sufrimiento. Dejar atrás el mar, dejar la infancia, dejar la casa, dejar el corazón, dejarlo todo… Ahora sé que mi cura no vino únicamente por las voces amigas o por la edad (tan sólo veinte años). Fue la quietud del campo, las luces de neón, el suelo, tenso y tibio, el calor, las noches bañadas por un silencio fijo. Baeza me recibió como si yo misma fuera Machado, como si hubiera perdido a Leonor, como si tuviera que marcharme al exilio, como si mi madre preguntara entrando en la ciudad: "¿Llegaremos pronto a Sevilla?". Baeza abrió los brazos y entendió que llorara una semana entera, los siete días primeros de mi estancia, porque el amor se iba y yo no lo entendía.  Luego, vino la música,

Hacia la gran sonrisa del azul

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes que no despedirán jamás la primavera! (John Keats)                           Me gustan esos trenes que cruzan las llanuras, los plácidos paisajes verdosos y amarillos y los campos segados.  Trenes que no recorren el camino como una exhalación sino que se lo piensan, que se toman su tiempo para llegar al destino fijado. Así una puede hacerse una idea, lo más clara posible, de lo que deja atrás y lo que se aparece. Había una colmena en cada uno de los campos. Se cerraba herméticamente y, si te acercabas a su alrededor llevando en la mano una rebanada de pan con miel, entonces las abejas, algunas abejas, revoloteaban un buen rato en torno a ti. Terminabas cambiando ese espacio por otro más tranquilo. Algún poyete de piedra en el que sentarte a pensar. Los pensamientos tenían un cariz muy variado. Casi siempre sufrías por amor o reías por amor. El amor era el leit-motiv, seguro que esto era algo que lograban advertir las abejas,

Escribiéndote, escribiéndome

Si, como Kathleen Kelly y Joe Fox, has mantenido un idilio por email, entonces puedes entender el misterio de la palabra escrita y del sonido de "tienes un mensaje nuevo". En caso contrario, pensarás que esta es una película boba y que ellos no se quedan atrás. Sería inútil intentar convencerte, traerte a la religión de la cita a ciegas, del libro y la rosa en la mano o del portátil funcionando clandestinamente de madrugada. Una vez mi desconocimiento de las rutinas del correo electrónico me jugó una mala pasada y, en otra ocasión, fue una impresora atascada la que montó el lío y me dejó sin coartada. No entraré en detalles. Como dicen los famosos de la tele, no hablo de mi vida privada.  O, quizá, tan solo algunas pequeñas pistas. De cómo la escritura a distancia tiene un componente sensual muy por encima de algunas citas presenciales. Algunas de esas citas han sido horribles y capaces de descomponer a cualquiera. Lee, por ejemplo, mi texto "Cucarachas"

Las manos de Henry Fonda

Siéntate a mi cabecera Fija tus ojos en los míos Entonces, quizás no muera (Soleá de Triana)  Este de la foto que toca el violonchelo es el hombre al que le comprarías un coche usado. Siempre lo creerías, dijera lo que dijera. Y nunca bajaría los ojos ante un dilema o un peligro. De frente, sí, de frente. Tuve en mi vida a un hombre así. Era de pocas palabras, tan solo hablaba cuando tenía algo que decir. Eso es algo que hace un grupo muy reducido de personas, la mayoría cacareamos. Y siempre decía verdades. Nunca mentía, aunque sabía guardarse las cosas que podían hacer daño o crear inquietud. Guardarse las cosas significaba zozobra e inquietud, pero lo prefería a que su familia o la gente cercana se sintiera mal. Ese es el secreto de la generosidad. Como Henry Fonda, el hombre que tuve en mi vida, tenía una sonrisa apenas esbozada, prácticamente nunca reía abiertamente, y, como Henry Fonda, andaba de un modo especial y tenía unas manos aladas, unas manos espléndida

Todo al rojo

Hay gente bastante hija de puta que te hace llorar sin que sirva de nada. Remolonean alrededor de las horas, se muestran, desaparecen, siempre quieren llevar razón, son una estampa oscura de la vida. La cuestión estaría en esas lágrimas, en qué sentido tienen, en por qué. Si sabes que son una ambulante cuchillada, deberías arriesgarte y cortar el lazo azul o rojo que te ata. Si sabes que las tardes se convierten en feos anocheceres, deberías protegerte, deberías sentarte delante de ti misma y decir, ya basta, se acabó, he llegado hasta aquí, no es esto lo que quiero. Pero te asusta el vértigo de perder lo que, en realidad, ni siquiera has tenido. Porque hay gente que nunca se conforma con estar sin clavar un agudo estilete cada vez que respiras. Pero te asusta el vacío que, en realidad, es mayor con ellos que sin ellos. Porque hay gente que nunca entiende las cosas que tú explicas y lo convierte todo en vil caricatura.  (Foto: Guy Bourdin)

Tu cara y un poema

La música suena en esta mañana y anuncia una calidez que ahora no queremos. Se despereza el día. Esta canción, esta voz, estos sonidos, me acompañan desde hace unos meses y me hacen llorar casi siempre. Pero las lágrimas no son lo peor. Lo peor es el silencio. Ese silencio que te impide escribir lo que sientes, que te impide hablar lo que deseas. Eso es lo que más cuesta. Junto a la música hay una pila de libros, de esos que ordenas de vez en cuando y que no quieres que se separen de ti. En ellos, tanta poesía como es posible. Llega un momento en que es la poesía la única voz que quieres oír. Un momento en que todo es poesía, todo se escribe en versos, o con ritmo. Recitaba poesía en los años en que mi casa era un jardín, antes de que desapareciera todo atisbo de flores. Recitaba poesía en el colegio y levantaba las manos al aire, como si quiera apresar ese tiempo, el tiempo de las rosas, cuando todavía no habían perdido su olor. Qué tendrá la poesía que me devuelve siempre a uno

Esa luz de tu sombra

(Foto: Paul Horst) Pero, seguramente, ella está también mirando ahora la Luna. En cualquier sitio sus ojos contemplan este mismo universo. Quizá eso deba hacer que me sienta menos solo, que note menos el vacío. Pero es difícil. La soledad es un algo frío y perenne que se acomoda en nosotros al menos movimiento de la vida. Esta vez, como casi todas, ha venido sin avisar, me ha cogido de sorpresa. Tendría que presentirla, saber cuándo va a aparecer para llenar mi alma de miles de cosas inútiles que no dejaran ningún hueco vacío. Pero esta vez tampoco lo he logrado.  Todas las cosas desaparecen de pronto y ella también. ¿Cómo habría podido evitar que se fuera? Quizá inventando un tipo nuevo en el calendario, pero no, no sería efectivo, tendríamos que inventar meses eternamente y el tiempo es una cosa muy frágil para asentar en él nuestra dicha.  Más seguro sería borrar el espacio. Todos integrados en el mismo punto de visión, unidos en el mismo ámbito. Así la vería siempre.

Ese fulgor efímero del verano que calla...

El frescor de tus labios seguro oasis en una isla desierta... Por ejemplo, algo así escribiría si la cosa fuera de un poema amoroso. Amoroso significa aquí dramático, porque el amor es un drama que a veces se escribe en comedia, otras en tragedia y algunas en chanza. Una aventura medieval sin yelmo ni coraza, un estupendo recorrido en barco sobre las aguas bravas del Mississippi. Lo contaría Mark Twain con su deje sureño y su fastidio ante las novelas de mujeres que hablan de hombres interesantes. Amoroso significa también que el corazón anda apabullado, en busca de un secreto que descifrar. Muchas veces el amor es solo una cortina de humo, una manera de olvidar los problemas. Se esconden detrás del sentimiento porque son ellos los que nos abruman. Incluso el desamor, que es el amor en negativo, es un espléndido sistema para que la vida diaria no nos sacuda. Si estoy desvencijada por el miedo puedo pensar en él y sentir su desprecio y entonces ese miedo se conjura y se c