Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas etiquetadas como Otoño del 20

Mientras asoma el alba

     Cuando yo tenía dieciséis años pasé un verano en Ronda . Puede parecer que Ronda no es el mejor sitio para pasar el verano. No hay playa y hace mucho calor. Pero si vives todo el año junto al mar puedes permitirte esas licencias. Y Ronda tenía un aire romántico que me llamaba. No contaré las circunstancias de aquella estancia, sería cosa que no importaría a nadie. Pero sí algunas de las sensaciones que experimenté el tiempo que estuve allí. Luego he vuelto, claro está, en muchas ocasiones, pero el sabor de aquel verano nunca más volvió a aparecerse, seguramente porque nunca más he tenido dieciséis años.     Recuerdo la soledad. Mi casa familiar, tan llena de gente a todas horas, impedía el mínimo sosiego. No había forma de estar ni siquiera un rato aislada, sin voces y sin charlas. Todo el tiempo te encontrabas rodeada de familia. Pero cuando comencé a pasear por Ronda me percaté de lo agradable que era el silencio y de lo bien que se estaba sola. No lo sabía, no lo supe hasta es

Gabardinas en Madrid

  Gran Calle de Alcalá, cómo reluce cuando suben y bajan los andaluces. (Caracoles de Don Antonio Chacón) En estas latitudes la gabardina es un adorno, una especie de capricho que nunca encuentra su sitio del todo. Una incongruencia, una exageración, un juguete. Por eso suelen pasar más tiempo del debido en el armario y por eso apenas ven la luz, salvo que haya un día nublado sin demasiado frío, una tarde en la que empieza a refrescar sin que lo esperes o el deseo de que haga juego con el bolso y ahí te lances sin más.  Cuando "subo" a Madrid (expresión esta tan normal como la contraria, "bajar a Sevilla") siempre meto en el equipaje alguna gabardina y estoy segura de que tendrá su función y hará su avío. Últimamente subir a Madrid es un imposible y esa especie de barrera te crea un sentimiento de desolación más profunda de lo que puede parecer. Es como si Despeñaperros se hubiera convertido en un muro de Berlín sin alemanes, como si el enemigo, agazapado, pudiera a

El mundo era una reluciente madrugada

  (Obesia) El duelo es un paréntesis de nieve, una franja fría y solitaria, en la que no caben nada más que las lágrimas. A veces, hasta ellas mismas se escapan, se convierten en absurdas, huyen de ti, no quieren saber nada, nada de lo que eres, lo que fuiste o dejaste de ser. Un caos. El caos es el lugar propio de quienes han sido abandonados en una riada explosiva de agua libre, que cae en cascada, sobre el vestido azul, sobre las manos, sobre el cuerpo entero, abandonado, sin abrazos ni firmas. Un tiempo de escasez dentro de un universo de preguntas que no obtienen respuestas.  (Cinderella) Puede que haya un milagro, puede que una ilusión advenediza, inmerecida y sin cálculo alguno, aparezca por algún horizonte y reescriba la historia o la convierta en otra. Tú no serás la misma y los demás tampoco. Demasiado observarte tras la lupa de un mundo que no entiende sino seguir girando en el lado correcto de las cosas. Puede que haya un milagro y entonces los vestidos serán todos azules,

Para escribir la vida

  A orillas de las noches inciertas, cuando se olvidan los deseos, y los nombres pierden sus sílabas y las consonantes suenan a hueco, he llegado a amarte tanto, que tu silencio ha sido una respuesta.   En las noches que tienen el sabor de la duda, cuando algo te aleja y te acerca a las cosas, quise estar contigo aun sin conocerte, hasta que la aurora deslice su mano.  Y en los días que se levantan con el cielo gris con nubes azuladas y relámpagos dorados esos días que parecen desprenderse del tiempo, sé que si tú estuvieras hallaría un sol presentido un sol de rayos triangulares y enigmáticos un sol único para escribir la vida.  (Fotografías de Robert Doisneau)

Cosas que quería contarte

  ©Nina Leen para Life Una amiga y yo hablamos de nuestras cosas. Esas cosas son, en realidad, las mismas de las que todo el mundo habla cuando pega la hebra al teléfono. Esta amiga y yo solemos mantener el contacto telefónico con frecuencia y, sobre todo ahora, cuando los paseos y las cervezas están proscritos. Nos parece raro no vernos en persona, porque solemos entendernos muy bien y darnos consejos mutuos que son sabios. Pero, la mayoría de las veces, no hablamos, en concreto, de "nada". Es decir, ya no necesitamos actualizar noticias o dar cuenta de algo desconocido. Nos conocemos y por eso nuestras conversaciones son de cosas que han pasado a la categoría de historias. Cómodamente. Sin permiso.  Tengo algunas otras amigas así. Hablamos de vez en cuando. En tiempos corrientes, nos vemos de vez en cuando. Seguimos el hilo por donde lo dejamos y, en ocasiones, surge una confidencia especial, interesante, algo nuevo, aunque la mayoría de las veces todo se queda ahí, en una

Todos callamos

  (fotografía de Nina Leen) En el chat familiar compartimos noticias hasta que el asunto se pone peligroso. Hay determinados temas que provocan un cortocircuito cada vez que se tratan. Cada uno adopta una actitud: la indiferencia, la desaparición, la ignorancia, el ensueño, la fantasía, el autoengaño. No es posible tratarlos con cierta objetividad, de manera que se puedan extraer conclusiones y limpiar un poco la ciénaga de los recuerdos. No es posible porque nadie ve el mismo punto de vista, nadie observa lo mismo y nadie quiere empezar a reconocer su parte de responsabilidad en lo que quiera que ocurrió.  Lo normal es que el terreno pantanoso aparezca inocentemente, después de una charla amigable. Esto es así porque los lazos están mal anudados, porque hay preguntas sin respuestas y porque hay quien no quiere hacérselas. Es mucho mejor mirar hacia otro lado, revestir esto de una especie de bondad de boy-scout, de inocencia primigenia, de perdón. Pero para perdonar hay que saber y par

Al otro lado de la calle

  Un septiembre cualquiera. Los septiembres son los meses que abren las puertas del amor. No pueden hacer otra cosa. Significan el comienzo y el final. Hay cosas que terminan y otras que nacen nuevas. Es el mes de la indefinición. Nos confunde. El septiembre cualquiera estaba la plaza casi vacía y estaba casi vacío el café y había un aire de misterio en todo, de forma que, si posabas la mano sobre el sillón de mimbre, la electricidad te convertía en ave. Volabas. Al otro lado de la calle estaba él. Venía andando a buen paso, pero con elegancia, como si toda la vida se hubiera preparado para ese único momento. Cruzar la calle, pararse en el semáforo, sortear un seto apagado y llegar delante de ti, sonreír un poco, no demasiado, hablar con voz muy baja, sentarse y esperar.  ¿Tú qué sabías de él? dices ahora. Nada. Es la respuesta. No sabías nada, salvo que tenía un andar caballeroso, salvo que hacía calor, salvo que era septiembre, salvo que era la primera cita. Una primera cita de media

Yo tuve una estrella de mar

(William Merrit Chase)  Las tardes del verano eran siempre la antesala de una noche llena de sorpresas. Recogíamos los bártulos de enseñar nuestras funciones de teatro caseras y luego nos sentábamos al abrigo del sol, esperando la caricia fresca del viento de la tarde, para poder comentar las historias del día. Esa palabra nos rondaba siempre: "historias". Había historias para todos. Historias de vecinos, de amores, de amigos, del colegio, de los juegos, de la tele, de los libros...Inventábamos historias cuando no existían en realidad. Escribíamos historias, dando un paso más, haciendo de aquello un juego permanente. Luego he sabido que existían otras familias como la mía, ancladas en torno a la palabra, los libros y las historias, pero entonces aquello era muy exótico pues ninguno de mis amigos tenía esa vocación de teatro ambulante que nosotros poseíamos. Por eso se colocaba de lado a lado del patio, amarrados fuertemente a los barrotes de hierro de dos ventanas, una tela d

Mary Astor y los tiempos intermedios

  (Mary Astor en 1933) Cuando el cine sonoro sustituyó para siempre a las películas con música de piano, Mary Astor, que era una estrella, sufrió un parón en su carrera de varios años. Podría pensarse que esto mismo ocurrió a otros actores y actrices, y así fue, porque el sonoro requería un modo concreto de proyectar la voz y porque el cine mudo tenía sus propios códigos. Durante cinco o seis años Mary Astor se quedó anclada en uno de esos tiempos intermedios que trae la vida. Mi amiga Carmen habla de ellos. Mi amiga Carmen es bastante sabia y tiene, sobre todo, un pensamiento original, propio. Cualquier tema que abordes con ella tiene otra dimensión y te hace ver aristas que antes eras incapaz de encontrar. Para las personas como yo, con una manifiesta cobardía oculta, con un miedo latente prácticamente a todas horas, la gente como mi amiga Carmen son una especie de faro luminoso. La relaciono con Mary Astor porque ella también brillaba, y de qué manera. La he visto en una película es

Allá en Lisboa

Derrame la naturaleza su sol y su lluvia sobre mi ardiente cabeza y que su viento me despeine y después que venga lo que viniere o tiene que venir o no ha de venir. (Pessoa, Álvaro de Campos) ¿Recuerdas? Hicimos el viaje bajo la lluvia. No paraba de llover. La lluvia nos hizo reír durante todo el tiempo. Risas y más risas, mientras el sonido del agua golpeaba los cristales del coche. El limpiaparabrisas estaba viejo y tuvimos que parar a cambiarlo. Tardó tanto el chaval del garaje que seguimos riendo. Todo eran risas en ese otoño cargado de nubes oscuras y de fondos grises. Lisboa esperaba sin medida, sin culpa, sin motivo. Reíamos.  Cruzamos las calles y los puentes entrando ya la noche. El hotel estaba iluminado. La gran plaza se abría para dejarnos ver su magnificencia, su estilo. Los ventanales estaban cerrados pero, a través de ellos, podía observarse la vida nocturna. La gente se movía con rapidez. Seguía lloviendo. Durante la cena comentamos que no queríamos agua, bastante agua

Notre histoire

  Aquello duró solo cinco años pero ha dado literatura para muchos más. Aparecían en todas las fotos de las revistas de la época y en los reportajes de cine, en los estrenos, en las alfombras rojas, en los lugares de veraneo. El mundo quería saber de ellos, cómo se conocieron, cómo se querían, cómo iban a construir su futuro. Eran muy jóvenes y tenían sed. Quizá de fama o de amor, o de las dos cosas a la vez.  Él sigue viviendo donde nació, en Sceaux, en los Altos del Sena. Ella llegó de Viena para morir en París, muy joven, con apenas 43 años, después de sufrir la pérdida de su hijo. Estuvieron juntos durante cinco años, desde 1958 hasta 1963. Parece que él se despidió caballerosamente, con flores y una carta, pero siempre pensé, y creo que todo el mundo, que aquello fue una especie de gentil canallada, porque tengo la impresión de que ella nunca dejó de amarlo.  Fue una Sissi que ocupó las pantallas de los cines y arrasó. Pero después de eso enjaretó una carrera muy digna, junto a di

La lluvia es un cuadro de Pissarro

  Las primeras lluvias del otoño siempre me recuerdan a París. Imagino a Pissarro atisbando tras los cristales de su ventana (vivirá en una buhardilla bohemia) y mojando el pincel para producir el delicioso efecto del agua sobre el pavimento. Las figuras humanas parecen pequeños muñecos que se movieran en un tablero y los carruajes han perdido su forma. El agua diluye las formas y solo queda el aroma, la sensación de humedad, lo mojado, los árboles sin ojos y los tejados de pizarra al fondo. Algo nos dice que la pintura se hace en el tiempo indeciso de noviembre, cuando el sol y la lluvia entablan una lucha feroz cada año. Como en la historia esa del viento y el sol, del hombre del sombrero y de la capa. El sol y la lluvia llegan al armisticio cuando sale el arcoiris, esa extraña pretensión de la naturaleza que siempre tenía un sitio en el libro de geografía. En el cuadro de Pissarro hay un par de locales abiertos, cuyos toldos no han sido retirados y te dan ganas de refugiarte en ello

Como pasan las olas

(Dorothea Sharp)   Voy a mirar al frente. Allí está la cocina. Rebanadas de pan sobre la mesa. Un tarro de cristal con el aceite. Luz desde la ventana, desde las puertas, luces. En la mesa me siento y noto ese sonido peculiar del silencio cuando se acerca a mí. Muy dentro del estómago encuentro un haz de lágrimas que se han aposentado y no pueden tener permiso de salida. Voy a empezar el día y no me falta nada. Tengo hambre, una tostada, un café y mucho sueño. El tiempo tiene escrito que pasa como quiere, que surca nuestras horas sin detenerse casi. Pero yo lo discuto, lo rompo todo hoy, porque no quiero estar anclada en este día y tiene que pasar, como pasan las olas.  Planea como una incógnita el paso de este tiempo. Las lágrimas que trae, los huesos rotos, las articulaciones del alma que asemejan gotas de sol sobre una herida abierta. Vives corriendo para ver su sonrisa, vives volando para olvidar sus ojos. Entre tantos dolores una esperanza con un regusto dulce: olvidar, el consuel

Querernos vivamente

  (Albert Lebourg. Impresionismo) Mirarnos tiernamente en la terraza solitaria de un cafetín de Uzès. Sentir las manos sudorosas de caminar unidos por la tierra calma y severa de la Provenza francesa. Emocionarnos con la ruta de Austen, desde Steventon, a Bath y a Chawton. Contarte sus historias como si fuera yo la que las escribiera en el tiempo pasado. Amanecer en la Riviera, a la orilla del mar, y descubrir el color de la vela más alta de ese barco a lo lejos. Pasar la noche en vela, en una poussada portuguesa, adivinando el sonido de tu cuerpo al latir y al abrazarnos. Juntar nuestras cabezas una noche de cine de verano, tendidos en la arena, bajo la atenta luz de las estrellas, en La Misericordia, con el Mediterráneo de testigo. Pasear por la playa sintiendo que los pies se clavan en la arena y, en la espalda, el suave roce, la presión de tus manos, sólidas pero tiernas, pero vivas. Oír tus confidencias en una noche oscura del más feroz invierno, junto a una chimenea, en un lugar

Paisaje desde una ventana azul

 Los libros que lees se aparecen ante ti como una larga hilera de soldados en formación. A veces están descansando, entonces los pierdes de vista, se van a tomar un café por ahí o quizá trasnochan y no les ves el pelo. Olvidas sus títulos y sus autores, pero una leve ráfaga de viento vuelve a ponerlos de actualidad, vuelve a acercarlos a ti. Te asomas y los encuentras. Tienen mucho que ver entre sí o quizás nada. Los has leído en muchos momentos de tu vida y algunas, los que dejaron su huella, los has releído y siguen en primera fila de las estanterías. Esas estanterías llenas de libros podrían resumir muchas etapas y también hablar de frustraciones y dichas. Ahora se unen a ellas las imágenes de los ebooks que guardas en el ordenador o el iPad, libros también pero, no sabes por qué, un poco menos soldados, más artesanos, más sencillos.  No recuerdas otro paisaje. Los regalos de cumpleaños, los del día de Reyes, los regalos de amigos especiales, los regalos de gente que no te conoce ap

Los padres de las niñas

  (Fotografía de Louis Faurer) El padre de una de las niñas estaba liado con la vecina de enfrente. Ella llevaba siempre una coleta, vestía pantalones al tobillo y andaba en moto. El padre, en cambio, era un hombre recatado e invisible, muy dedicado a sus libros y a sus trabajos (tenía dos o tres). La familia no llegaba a fin de mes porque eran muchos y nadie comprendía cómo podía sacar tiempo para estar con la vecina de la coleta y, mucho menos, si era capaz de hacerle algún regalo a veces. Tampoco era lógico, decían, que la vecina no pidiera algo más si estaba con alguien que le doblaba la edad y que era tan feo. Las niñas pensaban que eso era cosa del amor y que el amor era fastidioso con algunos y terrible para otras. Ninguna de ellas tenía la más mínima intención de fijarse en un individuo tan patoso y con tan poco don de gentes. La hija del amante de la chica de la coleta no parecía darle ninguna importancia aquello y su madre también lo sabía. Aceptaban que su padre era así y qu

Oda al papel

  Era una casa llena de niños. Una parte de la azotea miraba al levante y la otra, al poniente. Así, los dos vientos principales tenían asegurada su presencia muchos días al año. El estado del viento era la primera conversación del día y la que concitaba más disputas. Los vientos estaban tan humanizados que había categorías y hasta nombres cariñosos: levantito, levantazo, levantera, ponientazo, poniente ennortado...Hasta que el padre intervenía y sentaba cátedra. Él conocía la mar como si fuera su casa, y también sus salinas, sus barcos, los astilleros anclados a ambos lados del istmo, las playas y los fuertes que Napoleón hizo construir inútilmente. Los niños de la casa escuchaban extasiados sus historias. Parece que hoy el levante tiene malas intenciones, habrá que ver en qué acaba todo esto, decía con una voz suave pero firme. En algunas de esas historias podía existir algo de invención, pero eso era natural. También dibujaba unos grabados muy especiales, sobre todo un caballito, si

Otoño y unas flores

  Este otoño se presenta dudoso. No entendemos casi nada. Las novedades literarias aparecen tímidas, algunos best-sellers de esos que no me interesan, algunas novelas de gente que todos los años saca novelas, algunas excepciones. Entre estas, "La flor" de Mary Karr, cuyas primeras páginas me han dejado ganas de más. La ciudad se convierte en un marco adecuado para el paseo, el encuentro y la charla, pero las mascarillas ocultan las sonrisas. Y sin sonrisas, un rostro no es apenas nada. Me lo dijo, en su casa, en su patio, Paco Cabrera de la Aurora, ese mecenas sencillo que gastaba su dinero en agasajar a los amigos y en ofrecerles el mejor flamenco. Paco me conoció siendo yo tan joven que no sabía nada de nada, la única mujer en un universo de hombres cincuentones, hombres curtidos por la vida pero todavía expectantes, ingenuos, llenos de iniciativas que, algunas de ellas al menos, nunca se cumplieron. Al patio de la casa de Paco Cabrera, en Los Palacios, tierra de marismas,

Oh, Madrid

  (José Miguel Palacio. Madrid. Hiperrealismo Urbano. Galería Ansorena) (Enrique Martínez Cubells. La Puerta del Sol. Madrid, 1902. Museo Thyssen) (Antonio López. Madrid desde Torres Blancas. 1974) (Francisco de Goya. La pradera de San Isidro. 1788. Museo del Prado) Una vez fue un corto paseo con alguien especial, un paseo corto en una luminosa mañana de septiembre. La ciudad resplandecía y las huellas de aquel encuentro, aunque sin fotos ni rastros, siguen presentes en el recuerdo y no se borran. Otra ocasión, el viaje con una amiga cómplice, estuvo lleno de momentos graciosos, de risas compartidas, de compras fabulosas, de escaparates, museos y dicha. Qué mes de mayo tan florido aquel...Hubo navidades en las que nos lanzamos a sus luces, a sus calles, a su bulla. Palacios y parques, tardes de meriendas en cafeterías acogedoras, hoteles en nuestro espacio favorito, sol, vida. Así podría seguir relatando todas las vivencias que esta ciudad escribe en mi memoria y en mi biografía. El tr