Todos callamos
(fotografía de Nina Leen)
En el chat familiar compartimos noticias hasta que el asunto se pone peligroso. Hay determinados temas que provocan un cortocircuito cada vez que se tratan. Cada uno adopta una actitud: la indiferencia, la desaparición, la ignorancia, el ensueño, la fantasía, el autoengaño. No es posible tratarlos con cierta objetividad, de manera que se puedan extraer conclusiones y limpiar un poco la ciénaga de los recuerdos. No es posible porque nadie ve el mismo punto de vista, nadie observa lo mismo y nadie quiere empezar a reconocer su parte de responsabilidad en lo que quiera que ocurrió.
Lo normal es que el terreno pantanoso aparezca inocentemente, después de una charla amigable. Esto es así porque los lazos están mal anudados, porque hay preguntas sin respuestas y porque hay quien no quiere hacérselas. Es mucho mejor mirar hacia otro lado, revestir esto de una especie de bondad de boy-scout, de inocencia primigenia, de perdón. Pero para perdonar hay que saber y para saber hay que reconocer los hechos y lo que fuera que pasó. Los hechos son los que están escamoteados después de tanto tiempo y no hay forma de sacarlos a la luz. En el chat familiar, no, desde luego, porque, como hacen los partidos políticos, el diálogo se basa en el "y tú más".
De modo que pasan los días, los meses y los años y no hay una verdadera reconciliación, algo que permita entender qué pasó, porque se ocultan los hechos y con ellos se ocultan las razones, porque todos consideran que han sido agraviados y porque a nadie parece interesarle desnudar la historia de opiniones y de sobreentendidos. Es, por lo tanto, un camino imposible de transitar, que nunca se limpiará de lodo y que hará imposible el entendimiento. No sabemos nada el uno del otro. Las cosas pasaron y todos callamos.
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