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Mostrando entradas de septiembre, 2020

"Felicidad" de Mary Lavin

Una cuentista irlandesa. Si no por su lugar de nacimiento, sí por sus raíces y su estética. Los irlandeses nunca dejan de serlo, aunque nazcan en Boston. Eso es Mary Lavin. Una cuentista  irlandesa, anterior en su época a la gran dama de las letras de Irlanda, Edna O`Brien. Decir una cuentista irlandesa es decir mucho. Errata Naturae ya había publicado otro volumen anterior "Un café", que tuvo mucho éxito entre lectores que descubrieron a una narradora nueva en España. Este es el segundo volumen de cuentos que sale a la luz y que contiene una selección de lo mejor de Mary Lavin. La vida cotidiana puede narrarse de muchas maneras, todo depende de la mirada. Como los fotógrafos que atisban en la soledad, el silencio, el griterío o la generosidad, un destello que ha de ser reproducido, así Lavin escribe con su propio lenguaje aquello que ha imaginado, presentido o visto. Eso es, en realidad, un cuento, una llamarada, un instante, una reproducción infiel de la realidad o del

Puentes de ojos perennes

  Para ver que todo se ha ido, para ver los huecos y los vestidos, ¡dame tu guante de luna, tu otro guante perdido en la hierba, amor mío! (Federico García Lorca, Poeta en Nueva York)   La luna es una invitada especial en los otoños de Sevilla. Luego está el sol de las mañanas y los mediodías. Están los atardeceres indecisos. Está la noche tibia. Están los puentes, todos desplegados sobre los dos lados de la ciudad. En uno de esos lados, la vida tiene sabor a pueblo, parece que todavía van a verse, cruzando la calle San Jacinto, labriegos que recorren el camino hacia el Aljarafe y que llevan alforjas o vasijas con agua y con vino, como si estuvieran a punto de celebrar una ceremonia ritual. En el otro lado, los grandes edificios que dan lustre a la imagen de la ciudad, se yerguen fantasmagóricos, abriendo y cerrando los ojos de los  transeúntes , ojos perennes a la contemplación de un milagro que se repite año tras año.    Cruzar los puentes convierte en odisea lo que senci

Anocheceres

A veces el otoño es un cuadro de Hopper... (Room in Brooklyn) (Nighthawks) (Western Hotel) (Habitación de hotel) (Gas Station) Cuando los días se acortan y las noches se alargan vivimos una completa incertidumbre. El amanecer es tanto una amenaza como una promesa y la llegada de la noche se anticipa mostrando un largo atardecer, un crepúsculo que no se apaga. Por eso dudamos. No sabemos con certeza si entramos o salimos, si volvemos o estamos a punto de ir. Es el tiempo de las medias tintas, de las medias verdades. Resulta mucho más sencillo mentir en otoño. El verano impide la mentira porque descubre los cuerpos y cualquier señal ofrece las claves de lo que sentimos. En el invierno, la mentira estorba, nadie está dispuesto a indagar sin apenas luces y sin apenas respiro. Y ella, la primavera, tan sobrevalorada, extiende sobre nosotros la imposible esperanza de que algo se mueve incluso sin quererlo. Pero el misterio del otoño es tan acogedor

Jaurías

Jaurías organizadas, en perfecta formación, con uniformes o sin ellos. Obedeciendo una consigna que no comprenden porque no quieren pensar en ella. Basta con obedecer y seguir adelante. Jaurías en desorden, espontáneas, sin hilo conductor, envueltas en su propia dinámica, ausentes de lógica, inefables, cobardes, huecas.  Cualquiera de ellas puede romper el rastro apacible de un sábado por la noche y lograr que una ciudad se convierta en un infierno de fuego. Una tontería desencadena el terremoto y la jauría se mueve al compás de una música inflamable. Son robots que no tienen alma. Solo gritan. Las palabras se apagan y dejan de tener sentido, no se oyen, ni se pronuncian, son absurdas.  Alguien puede acudir en busca de sentido común. Alguien puede intentar que la jauría ceda en su empeño y que las cosas no se terminen de estropear. Pero la mayoría de las veces será un intento inútil, un esfuerzo baldío. Porque hay tantos pecados que redimir, tanta suciedad que limpiar, tan

Escribiéndote, escribiéndome

Si, como Kathleen Kelly y Joe Fox, has mantenido un idilio por email, entonces puedes entender el misterio de la palabra escrita y del sonido de "tienes un mensaje nuevo". En caso contrario, pensarás que esta es una película boba y que ellos no se quedan atrás. Sería inútil intentar convencerte, traerte a la religión de la cita a ciegas, del libro y la rosa en la mano o del portátil funcionando clandestinamente de madrugada. Una vez mi desconocimiento de las rutinas del correo electrónico me jugó una mala pasada y, en otra ocasión, fue una impresora atascada la que montó el lío y me dejó sin coartada. No entraré en detalles. Como dicen los famosos de la tele, no hablo de mi vida privada.  O, quizá, tan solo algunas pequeñas pistas. De cómo la escritura a distancia tiene un componente sensual muy por encima de algunas citas presenciales. Algunas de esas citas han sido horribles y capaces de descomponer a cualquiera. Lee, por ejemplo, mi texto "Cucarachas"

Dos estéticas: Mairena y Caracol

(María Pagés, el baile estilizado, la pureza) Al final de la Guerra Civil, cuando se intenta normalizar la vida en España, Manolo Caracol había dicho: “en la estampa escenificada está el camino”. Ese camino alejaría al flamenco de las malas condiciones en que estaba cuando el artista tenía que subsistir a base de asistir a fiestas que duraban hasta las tantas y por las que te pagaban una miseria...o, a veces, ni eso. Mitificaron las fiestas quiénes no sabían lo que era quedarse dormido con el hombro apoyado en una mesa de madera pegajosa de vino. Los que no sabían que el cantaor o el guitarrista pasaban días y días metidos en el cuarto sin ver a sus hijos. También había quién tenía “síndrome de Estocolmo” y hablaba de “señoritos buenos y señoritos malos”. Decidido: Manolo Caracol (no sólo él, pero sobre todo, él), tuvo claro que el teatro, el auditorio, la plaza de toros, la plaza del pueblo, tenía que seguir acogiendo al flamenco tras el paréntesis de la guerra, y aún más:

Lo nuevo de Woody Allen

Desgraciaíto el que come el pan por manita ajena siempre mirando a la cara si la pone mala o buena.  (Martinete. La Moreno) Los cinéfilos nos entendemos cuando hablamos de "lo último" de Woody Allen. Es un director prolífico y esperamos siempre la próxima película. Él también. Lo cuenta en sus Memorias. "A propósito de nada" es tanto su infancia y su adolescencia como su pasión por el cine. Además, un intento desesperado de aclarar que las acusaciones contra él, desestimadas por la Justicia, le han hecho un daño irreparable. Que esto es así lo demuestran algunas de sus películas. Desde que se volvió a poner sobre la mesa la cuestión, al calor de extremismos ideológicos que ahora están cubriendo el horizonte, Woody Allen no ha vuelto a ser el mismo director. Se acabó su libertad y se acabó la posibilidad de seguir haciendo películas cada año. Ahora, para hacerlas, tiene que "venderse". Para encontrar actores que quieran trabajar con él, para

Las manos de Henry Fonda

Siéntate a mi cabecera Fija tus ojos en los míos Entonces, quizás no muera (Soleá de Triana)  Este de la foto que toca el violonchelo es el hombre al que le comprarías un coche usado. Siempre lo creerías, dijera lo que dijera. Y nunca bajaría los ojos ante un dilema o un peligro. De frente, sí, de frente. Tuve en mi vida a un hombre así. Era de pocas palabras, tan solo hablaba cuando tenía algo que decir. Eso es algo que hace un grupo muy reducido de personas, la mayoría cacareamos. Y siempre decía verdades. Nunca mentía, aunque sabía guardarse las cosas que podían hacer daño o crear inquietud. Guardarse las cosas significaba zozobra e inquietud, pero lo prefería a que su familia o la gente cercana se sintiera mal. Ese es el secreto de la generosidad. Como Henry Fonda, el hombre que tuve en mi vida, tenía una sonrisa apenas esbozada, prácticamente nunca reía abiertamente, y, como Henry Fonda, andaba de un modo especial y tenía unas manos aladas, unas manos espléndida

Todo al rojo

Hay gente bastante hija de puta que te hace llorar sin que sirva de nada. Remolonean alrededor de las horas, se muestran, desaparecen, siempre quieren llevar razón, son una estampa oscura de la vida. La cuestión estaría en esas lágrimas, en qué sentido tienen, en por qué. Si sabes que son una ambulante cuchillada, deberías arriesgarte y cortar el lazo azul o rojo que te ata. Si sabes que las tardes se convierten en feos anocheceres, deberías protegerte, deberías sentarte delante de ti misma y decir, ya basta, se acabó, he llegado hasta aquí, no es esto lo que quiero. Pero te asusta el vértigo de perder lo que, en realidad, ni siquiera has tenido. Porque hay gente que nunca se conforma con estar sin clavar un agudo estilete cada vez que respiras. Pero te asusta el vacío que, en realidad, es mayor con ellos que sin ellos. Porque hay gente que nunca entiende las cosas que tú explicas y lo convierte todo en vil caricatura.  (Foto: Guy Bourdin)

Tu cara y un poema

La música suena en esta mañana y anuncia una calidez que ahora no queremos. Se despereza el día. Esta canción, esta voz, estos sonidos, me acompañan desde hace unos meses y me hacen llorar casi siempre. Pero las lágrimas no son lo peor. Lo peor es el silencio. Ese silencio que te impide escribir lo que sientes, que te impide hablar lo que deseas. Eso es lo que más cuesta. Junto a la música hay una pila de libros, de esos que ordenas de vez en cuando y que no quieres que se separen de ti. En ellos, tanta poesía como es posible. Llega un momento en que es la poesía la única voz que quieres oír. Un momento en que todo es poesía, todo se escribe en versos, o con ritmo. Recitaba poesía en los años en que mi casa era un jardín, antes de que desapareciera todo atisbo de flores. Recitaba poesía en el colegio y levantaba las manos al aire, como si quiera apresar ese tiempo, el tiempo de las rosas, cuando todavía no habían perdido su olor. Qué tendrá la poesía que me devuelve siempre a uno

Esa luz de tu sombra

(Foto: Paul Horst) Pero, seguramente, ella está también mirando ahora la Luna. En cualquier sitio sus ojos contemplan este mismo universo. Quizá eso deba hacer que me sienta menos solo, que note menos el vacío. Pero es difícil. La soledad es un algo frío y perenne que se acomoda en nosotros al menos movimiento de la vida. Esta vez, como casi todas, ha venido sin avisar, me ha cogido de sorpresa. Tendría que presentirla, saber cuándo va a aparecer para llenar mi alma de miles de cosas inútiles que no dejaran ningún hueco vacío. Pero esta vez tampoco lo he logrado.  Todas las cosas desaparecen de pronto y ella también. ¿Cómo habría podido evitar que se fuera? Quizá inventando un tipo nuevo en el calendario, pero no, no sería efectivo, tendríamos que inventar meses eternamente y el tiempo es una cosa muy frágil para asentar en él nuestra dicha.  Más seguro sería borrar el espacio. Todos integrados en el mismo punto de visión, unidos en el mismo ámbito. Así la vería siempre.

Érase un cortijo

Pá mi ya no hay soles, luceros ni lunas no hay más que unos ojos que mi vía son... ("Ojos verdes") El retrato de la dueña de la casa, una mujer estirada y seca, presidía el salón, con una mesa verde que se abría y cerraba, suelos de mármol gris y una chimenea. Parecía una casa inglesa, de esas que están en la campiña y que se rodea de puertas-ventana para poder salir y entrar sin ser visto. Una casa típica para que sucedan crímenes o para que haya amantes desesperados. El edificio era enorme y las dependencias se amontonaban unas con otras sin orden arquitectónico ni criterio. Simplemente se habían ido construyendo según las necesidades. Un poco como las granjas de Stella Gibbons. También los personajes tenían un aire estrafalario muy parecido, quizá no tan grotescos como los Starkadder pero sí extraños. Gente muy callada, tan diferente al resto de las que pueblan este sur. Todos ellos daban la impresión de guardar secretos y de estar asustados. Por eso ir al corti

Alejandra Pizarnik: Hace tanta soledad

Pero hace tanta soledad que las palabras se suicidan. Flora Alejandra Pizarnik, argentina de origen ruso, nacida en abril de 1936 y muerta a los 36 años en Buenos Aires. Poeta. Desclasada. Outsider. Fuera de la realidad. Distinta. Niña rebelde. Niña sin autoestima. Niña problemática. La niña que los padres no quieren tener como hija.  Al fondo del paisaje de su vida, el nazismo, miedo en la familia, azote de Europa, amenaza. La guerra y la muerte en su identidad. Diferencias en la vida y diferencias en el origen. Y una búsqueda. Qué quiero hacer conmigo misma. La meta: llegar a la literatura. Primero, la lectura y luego, la escritura. O las dos a la vez.  Recuerdo mi niñez cuando yo era una anciana. El descubrimiento de los poetas malditos, del surrealismo, del existencialismo, del psicoanálisis. El deseo de hallar una paz interior que solo era un presentimiento, nunca una verdad. La escritura a modo de relato de vida. Los versos, como manantiales incandescente

Ese fulgor efímero del verano que calla...

El frescor de tus labios seguro oasis en una isla desierta... Por ejemplo, algo así escribiría si la cosa fuera de un poema amoroso. Amoroso significa aquí dramático, porque el amor es un drama que a veces se escribe en comedia, otras en tragedia y algunas en chanza. Una aventura medieval sin yelmo ni coraza, un estupendo recorrido en barco sobre las aguas bravas del Mississippi. Lo contaría Mark Twain con su deje sureño y su fastidio ante las novelas de mujeres que hablan de hombres interesantes. Amoroso significa también que el corazón anda apabullado, en busca de un secreto que descifrar. Muchas veces el amor es solo una cortina de humo, una manera de olvidar los problemas. Se esconden detrás del sentimiento porque son ellos los que nos abruman. Incluso el desamor, que es el amor en negativo, es un espléndido sistema para que la vida diaria no nos sacuda. Si estoy desvencijada por el miedo puedo pensar en él y sentir su desprecio y entonces ese miedo se conjura y se c

Microrrelato de la casa recobrada

(William McGregor Paxton, 1914) Vuelves desconcertada y hallas casi en su sitio (alguien ha pasado el paño del polvo y ha movido las cosas) eso que, sin dudarlo, forma parte de ti como si fuera gente: tus libros del momento, tu música, tu sitio de escribir. Encuentras el abrazo, su abrazo, el que ahora tienes y que te hace temblar porque no reconoces otro calor que el suyo. Te guardas unas lágrimas en un rincón oculto y hablas de política para disimular. Tocas levemente tus libros y los colocas exactamente así, como te gusta, de manera que arropen el sitio en el que, cada día, escribes, como si este fuera un oficio y tú una trabajadora de las letras.  Luego, mientras el día se abre cada vez diferente, más o menos calor es la ecuación de ahora, despliegas la música que te emociona, abril se ha equivocado, la lluvia, el hielo abrasador, lo que te llega sin poder evitarlo. Donde tengo el amor toco la herida. Te preguntas alguna cosa sin querer detenerte mientras sacas de la m

¿Por qué Dora Maar no pudo olvidar a Picasso?

(Dora Maar era una mujer atractiva, inteligente, sensual, talentosa. Autorretrato 1930) En la víspera de las navidades de 2013 encontré un libro sobre Dora Maar. Los libros nos salen al paso, siempre lo digo. Este fue el primer libro en meses que fui capaz de leer. Antes de eso, el tiempo transcurrido entre agosto y diciembre, no había podido hacerlo. Vivir con el piloto automático produce esos efectos. La desaparición de la palabra, el asentamiento de una rutina imparable que solo sirve para una existencia superficial. En mis estudios de Arte en la universidad ya había llegado hasta Dora Maar y conocía su relación con los movimientos culturales de principios del siglo XX, tan definitivos, tan extraños y cambiantes.  Ese momento de la historia es, para mí, especial, como si encontrara en él aspectos que me atraen sin remedio. Sin embargo, no había profundizado en su figura ni me había llamado excesivamente la atención. Ni siquiera me parecía que haber sido amante de Picas