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Mostrando entradas de noviembre, 2021

Allí la dicha tenía razón de ser

(Edward Henry Potthast, Escena en la Playa, Museo Thyssen) Salíamos temprano. Éramos muchos. Chicos y chicas que buscaban la intimidad del mar para conocerse mejor. Las risas eran el telón de fondo y también las canciones de moda. Todos bailaban al andar, el baile era su forma de expresarse. Las dunas tenían un encanto diferente y eran su territorio. Acampaban allí como si fueran una tribu salvaje. Parecía que nunca iba a acabarse el día. Las horas de sol chorreaban ese disfrute de la adolescencia interminable.  En algunos momentos ellos y ellas se separaban. Las chicas se lavaban la cabeza en el mar y se enjuagaban los largos cabellos con cerveza. El tono dorado del líquido formaba una capa brillante que duraba varios días. Los hombros se tostaban y las piernas se exponían al sol para que las sandalias lucieran en la noche. El anticipo de la felicidad era ese aire radiante del mar mezclado con alcohol.  Las confidencias se sucedían y también los besos oportunos, las manos enlazadas, l

Días de árboles rosas

  A la ciudad le habían robado el mar. No se podía distinguir a simple vista desde las avenidas, o las plazas, las calles o los blancos escalones de entrada a las viviendas. Tenías que subir a los altos campanarios, otear el horizonte desde las azoteas, sortear el verdín de las espadañas, distinguir el perfil de los miradores. Le habían robado el mar sin previo aviso y sus habitantes no tenían claro si eran una isla, un fortín, un despropósito, una ciudad armada hasta los dientes, un reclamo de algo que nadie pretendía, un paraíso imposible para los extranjeros, un reino inacabable mezclado con harina.  El patio del colegio tenía árboles rosas. El rosa del almendro se extendía por esa superficie inmaculada a los ojos de quienes ya nunca serían adolescentes. Los niños adoraban esos árboles. Nunca molestaban el crecimiento de sus pequeñas hojas y en ellos los pájaros construían nidos que nacían y morían eternamente.  La madre con la niña paseaba la ciudad de un lado a otro, sin hablar, e

Pastel de zanahoria

El tiempo de la infancia se escribe en las cocinas. El olor de los guisos y los dulces, el sabor del pastel o del puchero, el tacto del pan recién cortado. El tiempo de la infancia se escribe en las cocinas. Ahí están las madres. Son las dueñas del tiempo en ese recinto en el que todo ocurre. Hay milagros. Según la época del año se pueden encontrar verdaderas sorpresas, algunas de las cuales se mantienen en ti, el perpetuo sabor que nunca se te marcha, a pesar de que las ausencias lo cubran del humo de las ollas.  Ese dulce de zanahorias, por ejemplo, hecho de bizcochos de plantilla, zanahoria cocida y coco, mucho coco para cubrirlo, como un polvo mágico que no se escapa nunca de la mesa. Los días de dulce se abren con la cocina bien dispuesta, un paño blanco encima de los ingredientes, la cazuela cantando y las ventanas abiertas. Una mesa verde, grande, decorada con pintura antigua, unas imágenes que nadie sabe de dónde salieron, unas cenefas que parecen inglesas pero que están ahí, e

Saul Leiter: días de lluvia

  Quizá porque procedo de una tierra de mar y vientos, no me gusta la lluvia, salvo la que es mansa y cae sin apenas notarse. Por eso cierro la ventana, echo las cortinas y entro en el ancho mundo de Internet cuando los días amanecen oscuros y la tormenta avanza. No entiendo esos paisajes deseados de chimenea y de frío, ni tampoco los senderos pegajosos de agua, ni los árboles desnudos de hojas. Mi horizonte es la calma, la brisa caliente del levante y las noches diáfanas del verano que traen buenos recuerdos. De modo que, en los días de lluvia, observo las imágenes de Saul Leiter, leo algunos poemas de Pessoa o de Borges, miro hacia el interior en lugar de hacia fuera, y saco conclusiones: nada mejor que julio con las piernas desnudas, nada mejor que agosto de besos sin medida. 

Rachel, Rachel

  Mi amiga Louella me ha inspirado este post. La llamo amiga con todas las consecuencias aunque no nos hemos visto nunca. Es la clase de amiga que traen las redes. Parece mentira. Quién nos hubiera dicho hace unos años que llegaríamos a querer a gente invisible, gente a la que no hemos contemplado de cerca, ni oído su voz al natural, ni sentido su paso cercano...La mejor ofrenda que nos hacen las redes, por lo demás tan tóxicas a veces, son estas personas que surgen sin esperarlo. Gente que viene y bah. O mejor, gente que ofrece su rostro sin rasgos a la consideración de todos, con valentía, fortaleza, verdad. Si Jane Austen viviera en este tiempo sería una asidua escritora de tuits. Tendría su perfil y en él se vería una hermosa casa de planta baja y valla verde, con jacintos y prímulas.  Louella, mi amiga invisible, me ha inspirado este post. Hablando de películas. Da igual de qué película, da igual si de acuerdo o en desacuerdo. El caso es que en la tarde de casi invierno, de un oto

Elogio de la pausa

La muchacha se llama Gladys, Emma, Leonore, Sally....y está todavía en esa edad en la que la juventud es un atributo que puede disfrutarse sin prisas. Así, en la tarde verdecida de un tiempo en el que las flores están a punto de estallar para perderse, ella piensa sobre las cosas mientras balancea con desinterés un tallo de lirio amarillo silvestre. El vestido se mueve con la ligera brisa. El ala del sombrero oculta sus ojos al sol de la tarde. Podría ser Gudrun volviendo de la clase de pintura o Úrsula regresando de la escuela. Quién sabe qué nombres ocultos anidan en ese corazón afortunado bajo el vestido de muselina y gasa color hielo.  La vida nos azota en tantas ocasiones que es bueno demorarse. Volver hacia una misma y hallar allí la dicha, las palabras que hemos escondido para que nadie osara convertirlas en un fuego sin límites, en una extraordinaria orquesta de pavesas. Miramos a lo hondo y vemos sentimientos que nunca salen fuera porque no queremos que se contami

"Amor+odio. Relatos y ensayos" de Hanif Kureishi

Me gusta mucho Hanif Kureishi. En este blog he reseñado otras obras suyas: Intimidad , La última palabra   y Nada de nada . Los libros de Kureishi, sobre todo esos potentes personajes masculinos que los llenan completamente, me recuerdan a Philip Roth y sus animales moribundos. Repelen y atraen. Gente desasistida de sí misma, ayuna de afectos, siempre dependiendo de que los otros, que parecen más débiles, estén a su alrededor para darles vida de alguna forma. Son vampiros emocionales que cruzan un aire divisible. Creemos, quizá, al leer estos libros, que no existen, que no hay gente mayor, ancianos, que se niegan a serlo y que utilizan su poder, su inteligencia, su dinero, su fama, para encontrar carne fresca, para encontrar algún sentido a su decrepitud. Pero los hay, porque la naturaleza humana, como ya se ha escrito tantas veces, es la misma en todas partes.  En este caso estamos ante una recopilación de relatos y de ensayos que muestran el estilo literario del escritor sin que deca

La extranjera

Hoy he vuelto a pasar por la calle de mi infancia. Indiqué al taxista que me dejara en la plaza de atrás y la he recorrido entera, de principio a fin, emulando el camino que hacía para ir y venir al colegio. No la he reconocido apenas. Ni siquiera me han venido imágenes del pasado, tan distinto es ahora todo. Los olores ni siquiera son los mismos. Las casas bajas con sus azoteas y sus cierros al exterior han sido arrasadas por pisos de hasta cuatro alturas. Solo muy pocas de ellas se han salvado pero no tienen el mismo aspecto, porque a todas se les han incorporado elementos nuevos que las hacen irreconocibles. A la mía le han colocado un zócalo de piedra ostionera que nunca tuvo y han pintado los barrotes de las ventanas de verde, cuando antes eran de un gris casi negro. Sigue conservando cierto parecido pero a mí me ha resultado extraña como suele ocurrirte cuando vuelves a encontrarte con alguien después de mucho tiempo: te empeñas en buscar aquello que te unió alguna vez, pero

Los objetos viven en los bares

Los bares, esos sitios que se visitan esporádicamente o donde se "para". Ese concepto, el de "parar en un bar" es muy antiguo. En la calle  había uno o dos sitios donde siempre estaba la misma gente. Eso  causaba extrañeza y cierto desasosiego. Qué hacen ahí, se preguntaba. Claro que no había respuestas. Porque esa pregunta era siempre interior, íntima y, en realidad, retórica. Los observaba sin que la vieran cuando pasaba por la puerta y desde lejos. Los hombres, siempre eran hombres, permanecían estáticos, algunos acodados en la barra, otros en mesas. Algunos, en grupo; otros, solos. Los solitarios  llamaban la atención. No hablaban ni decían nada. Al menos en la imaginación eran gente atormentada, gente que tenía cuentas pendientes consigo mismo. Era como si Clint Eastwood hubiera bajado de la pantalla del cine de verano y se hubiera situado allí, en un rincón, sin partir peras con nadie. Tenían siempre un vaso delante. Un vaso de vino, una chiquita, y nun

La tarde estaba llena de un mar de tonterías

Todas las estaciones tenían las mismas letras. Escribíamos renglones casi sin darnos cuenta. Y la vida seguía su ritmo sin cansarse, tardes, las madrugadas, los otoños, los fríos. El gris ámbar del cielo en los amaneceres. El tibio sol que entraba por la ventana a secas. Y el jardín que se abría como un mar de amapolas. Escribíamos la dicha y yo no lo sabía.  Una vez estuvimos al borde del abrazo. En las tristes noticias contábamos a solas que los sueños se sueñan pero nunca se cumplen. Y aún así era glorioso pasear las alamedas, confiar en que las horas tenían sabor a instantes y que todo se estaba formando sin quererlo, porque éramos tan difíciles de ubicar por la suerte, que la suerte llegó y no supimos verla.  Si pudiera contarte cómo el sol se estremece cuando cruza el umbral de la ventana abierta...Si pudiera enseñarte cómo el engaño vibra y nos hace más pobres, nos encuentra más fríos...Si pudieras mirar con esos ojos tuyos cómo se desenvuelve al borde de las lágrima

Cualquier cosa te diría

(Foto: Nick Knight)  Construía versos sin palabras. Al cabo de la música. Esta llegaba envuelta en el engañoso ruido de una máquina. Se mostraba desnuda, como si nada pretendiera. Era la música un señuelo peligroso, pero no lo sabían. Ellas no lo sabían. Construía eternidades donde todo era efímero. Los sonidos se quedaban clavados y entraban en la tierra, en el subsuelo, donde los pies pisaban y ya resultaba imposible desatarse. Eran la cuerda, el alambre, la valla, una cruel enredadera. Así, una y otra vez, todas ellas recibían la misma circunspecta llamada al corazón, un aviso de encantamiento mutuo. Ellas estaban convencidas de que no podía ser casual, de que nadie inventaría un argumento con tantos visillos de encaje alrededor, con tanto olor a rosas, con tanto sentimiento. Ellas pretendían ser las únicas, querían serlo, pensaban que lo eran. No admitían el engaño, tanto era su fervor por aquellos sonidos y el ansia que ponía en todas las palabras. Todas vivieron amaneceres

Aquellos ojos verdes...

Tenía unos ojos verdes que me hacían dudar y un asombroso parecido con Raoul Bova. Pero no podía ser él. No vivía en la Toscana, no conducía una Vespa, ni saltaba de pantalla en pantalla del cine de verano. Más bien se ensuciaba las manos con la tierra de unas excavaciones que, cada temporada, llenaban su tiempo y arruinaban mis vacaciones. Agatha Christie siempre pensó que era bueno tener un marido arqueólogo, pero eso solo valía para cuando una fuera mayor. Entonces, en los años primeros, cada verano era una pérdida y cada septiembre un renacimiento.  Tenía unos ojos verdes que engañaban. A veces se tornaban azules con la luz y otras, con la sombra, esquivaban el color de modo que no parecían nada, solo dos llamaradas, dos avisos. En las tardes de junio vivían su mejor momento, porque empezaban a desprender el júbilo de los días de esplendor y llegaban a convencerme de que lo mejor estaba siempre por llegar. Tenía unos ojos verdes tan cambiantes como las horas del día en pri

"La edad ingrata" de Henry James

Mi deuda de gratitud con Henry James  (Nueva York, 1843- Londres, 1916) es impagable. No solamente por las obras que escribió, sino por el magisterio que ejerció sobre escritores (y escritoras) que forman parte de mi universo literario. Leer a Henry James es una delicia. Y "La edad ingrata" es buen ejemplo de ello. Me gusta además cómo este hombre realiza una introducción de lo que vas a leer con una cantidad de claves literarias y lingüísticas que resultan tan interesantes como el contenido mismo. En el ejemplar que manejo (una edición de 1996 de Seix Barral-Biblioteca Breve ), la traducción es de Fernando Jadraque.  La pintura que ilustra la portada del libro merece especial atención. Es una encantadora imagen de John Singer Sargent  (Florencia, 1856-Londres, 1925), que representa a " Mrs. Fiske Warren y su hija Rachel ". Este pintor es muy conocido por parte de todos los aficionados al flamenco, pues dejó algunas muestras de esta temática que son

El chico de la calle Goya

  Créeme si te digo que no era la primera vez que me pasaba. Ocurrió en Bilbao, también en Sevilla, otro día en Baeza y esta que relato, en Barcelona. Debí ser una muchacha guapísima pero yo no lo sabía y, además, no quería aventuras y era muy provinciana y bastante tímida, de manera que estas cosas me asustaban más que halagarme. Pero sucedían de vez en cuando y eran muy curiosas. De todas ellas me queda una sensación de haber sido mala con los chicos y una curiosidad total sobre qué habría pasado si hubiera accedido a eso tan sencillo que ellos pedían: no desaparecer de sus vidas, seguir existiendo de algún modo para ellos. El chico de Sevilla fue el más expresivo. Parecía que estaba a punto de llorar, aunque no fue pesado ni insistió tanto como para asustarme. Más bien estaba convencido de haber perdido su oportunidad. Y el de Bilbao era gracioso y ocurrente pero tiró la toalla porque algo debió verme en la cara. En Baeza optó por escribir poemas y me los regaló el última día del cu

Imagen de Sanlúcar

  La memoria funciona a su manera y un día cualquiera, un crepúsculo, sin saber por qué, te vienen a la cabeza las imágenes de cosas que viviste y también vuelve la gente que quisiste en ese tiempo y, algo más difuso, lo que sucedió con todo aquello. Sanlúcar de Barrameda es el pueblo del gozo profundo en tiempos de amores silenciosos y de libros de arte. La universidad nos unía a las tres amigas en un mismo círculo a pesar de lo distintas que éramos, que somos. No nos parecíamos en nada pero había luz entre nosotras y eso ahora lo recuerdo y me causa un calor íntimo, un cobijo seguro. Ellas dos tenían lo que a mí más me gustaba: inteligencia, hermosura, bondad y conversaciones. No es momento ahora de recordar que la vida nos separó a pesar de que estamos relativamente cerca. Las cosas son así, al menos para mí, pero por eso mismo aún resulta más raro pensar que ellas dos son como partes de mí, indisolubles, gotas de agua mezcladas en un vaso que tuviera siempre a mano para beber. Una

Alicia y Dufy

  Raoul Dufy fue un descubrimiento. Encontré un mundo nuevo cuando estudiaba Arte. Era lo contemporáneo. Acostumbrada como estaba a que todo acabara en el siglo XIX con los impresionistas, que lo revolvieron todo y llenaron los libros de amarillos, mostazas y plein air, aquello era algo distinto. Porque luego llegaron las vanguardias y ya de eso no nos enterábamos si no íbamos a la universidad a estudiar Arte. No sé de dónde procede mi atracción por esta pintura que otros califican de "sin control". Y Raoul Dufy fue uno de los reyes del mambo en esos años y sigue siéndolo. Así que nos plantamos en Madrid, en mayo de 2015, para ver su exposición en el Museo Thyssen. Pocos viajes más placenteros, pocos días más especiales, pocos tiempos más felices. Aunque Dufy fue el centro de todo en aquel viaje, hubo más. Para empezar unas almohadas tan suaves y tersas que te invitaban a dormir. Fue la primera vez en años. Dormir sin preocupaciones, dormir tras cansarse, dormir tras recorrer

"El matrimonio de la señorita Buncle" de D. E. Stevenson

  D. E. Stevenson es Dorothy Emily Stevenson (Edimburgo, 1892- Dumfriesshire, 1973). Si te suena el apellido es con razón. Resulta ser la hija de un primo de Robert Louis Stevenson, que no necesita presentación y que está en nuestras estanterías desde que éramos adolescentes. Esta Dorothy es un personaje tan interesante como lo son los de sus novelas, sobre todo los femeninos. Si repasas un poco su peripecia biográfica puedes entenderla y entender qué escribe y por qué lo hace. Su padre era un ingeniero que diseñaba faros, es más, toda su familia era diseñadora de faros. La educó una institutriz y cuando la niña manifestó que quería ir a la universidad, el diseñador de faros que era su padre, se negó terminantemente, en su familia ninguna mujer había poseído nunca un título académico y así debía seguir siendo. Así que su carrera se redujo a casarse con un capitán y, por supuesto, a escribir muchas y divertidas novelas.  D. E. (también podemos llamarla así) luce una artística artimaña e

¿Y si hubiera esperanza?

  (Nina Leen para Life) Cuando los encerraron a todos tuvo la intuición de que no habría marcha atrás. El día anterior cerró la puerta del despacho, colocó apresuradamente los papeles en carpetas, dejó las carpetas en las estanterías y salió casi corriendo, volando incluso. No quería llevarse nada de aquello, ni tocar ninguna de esas superficies que podían ser una trampa. Salió corriendo, llegó a la casa, cerró la puerta (todo consistía entonces en cerrar) y así estuvo los meses que aquello duró. Escuchaba alguna música, escribía algo y leía menos. Daba vueltas y vueltas por las redes sociales pero huía de las noticias. No quería saber qué estaba pasando ahí fuera. Tampoco se dio cuenta de que un enemigo que había estado acechando los años anteriores se hizo presente y se adueñó de todo, incluso del aire que se respiraba. Tenía nombre y no era ningún virus.  La entrada en la libertad fue traumática. No se fiaba de nadie ni de nada. No creía a los políticos, que aseguraban una cosa dife

"Arboleda" de Esther Kinsky

  Esther Kinsky fue traducida primero al inglés y publicada en Fitzcarraldo Editions , una editorial independiente con sede en Londres, que fue fundada en 2014 por Jacques Testard. Ahí aparecieron dos de sus novelas: River , en enero de 2018 y Grove , en 2020. Ambas habían sido publicadas con anterioridad en alemán. Esta Arboleda  es la primera ocasión en la que Kinsky ha sido traducida al español. Se trata, por tanto, de una autora inédita para nosotros, una más que ha sido recuperada por editoriales independientes.  Arboleda  parte de un duelo familiar. El marido de la narradora ha muerto y ella va a realizar, sola, un viaje a Italia que estaba previsto fuera compartido por los dos. Puede parecer un argumento simple pero no lo es en absoluto. Para empezar, no es usual que las mujeres deambulen solas por las ciudades. Eso lo hacen los hombres y, todavía hoy, en estas fechas, sigue siendo algo que hacen los hombres y que las mujeres no suelen hacer por muchos motivos. Caminar sin rumb