Imagen de Sanlúcar

 



La memoria funciona a su manera y un día cualquiera, un crepúsculo, sin saber por qué, te vienen a la cabeza las imágenes de cosas que viviste y también vuelve la gente que quisiste en ese tiempo y, algo más difuso, lo que sucedió con todo aquello. Sanlúcar de Barrameda es el pueblo del gozo profundo en tiempos de amores silenciosos y de libros de arte. La universidad nos unía a las tres amigas en un mismo círculo a pesar de lo distintas que éramos, que somos. No nos parecíamos en nada pero había luz entre nosotras y eso ahora lo recuerdo y me causa un calor íntimo, un cobijo seguro. Ellas dos tenían lo que a mí más me gustaba: inteligencia, hermosura, bondad y conversaciones. No es momento ahora de recordar que la vida nos separó a pesar de que estamos relativamente cerca. Las cosas son así, al menos para mí, pero por eso mismo aún resulta más raro pensar que ellas dos son como partes de mí, indisolubles, gotas de agua mezcladas en un vaso que tuviera siempre a mano para beber. Una de ellas se marchó sin que supiéramos por qué y cerró las puertas y la otra se ha ido alejando, nos hemos ido alejando, sin que hubiera motivo. Así sucede casi todo, así transcurren los afectos. Pero, con el tiempo y la distancia por medio, esos afectos en mí no se han perdido nunca, siguen a flor de piel y los mantengo. 



Pasé allí algunas temporadas. A veces era en navidades y otras veces en verano. Creo que las primeras fueron más. Tenían su punto. Los amigos de allí eran gente extraña, personas que conocían a muchas otras personas y que sabían de casi todo. Se codeaban con lo mejor, tenían acceso a muchos sitios y yo, que era una estudiante sin más, estaba encantada. Una de las temporadas me dediqué a colaborar en una revista que crearon, un semanario. Entonces las cosas fueron aún mejores, porque escribir era lo mío y recuerdo que esperaba con interés la llegada del autobús que traía desde Los Palacios la revista impresa. Esa sensación de ver tu nombre y tu texto publicados es única. Vivía a veces en casa de mi amiga y otras veces en casa de un amigo suyo que también era mi amigo. No hubo nunca amoríos ni problemas, simple amistad pura y dura. Pero, quizá, no lo entendí del todo porque tuvo un final tan abrupto que debió escapárseme algún detalle. 



No podría contar lo sucedido, ni las causas, ni las palabras. Aquello se acabó en un momento dado, pero no recuerdo por qué. En todo caso, el motivo de que terminara ya no existe, después de tanto tiempo. Los libros de arte, los artistas, la pintura, las exposiciones, los anticuarios, los muebles que había que restaurar, los palacios y los conventos, las visitas a los castillos, los paseos por la playa, las carreras de caballos, las charlas interminables en los bares y cafeterías, las horas con mucha hambre porque no estaba previsto comer, una casa antigua, una casa muy moderna, un baño antiguo en una casa antigua, el último modelo de cafetera en una casa nueva, los papeles por el suelo, las revistas apiladas, los helados, la plaza del Cabildo, la Jara, la playa, el sol, el día de Nochevieja, un vestido negro con una flor roja en algún lado, el espumillón, las risas, el Guadalquivir, el aire que despeja los sentidos, la gente a la que se quiere de todos modos, la incomprensión, el tiempo pasará, un piano, la noche, la manzanilla, de nuevo libros, de nuevo adioses, de nuevo esa imagen de Sanlúcar, precedida de la imagen de ella, en el Youtube. 


Tengo el sueño de volver a Sanlúcar, no como otras veces he vuelto, queriendo olvidar los otros años, sino consciente de que estuve allí y ese tiempo fue bueno. Las otras veces había gente, paseos y agobios. También hubo unos días en los que compartí tiempo con otra amiga pero no era lo mismo. Tengo el sueño de volver a Sanlúcar y poder disfrutar del silencio. Y si ella, mi amiga de arte, estuviera allí, recobrar el gesto amable y terso de cualquier muchacha de Modigliani. 

(Pinturas de Carmen Laffón)


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