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Mostrando las entradas etiquetadas como Otoño 2018

Con ellas: Norah Jones, Lucia Berlin, Nina Leen

(Foto: Nina Leen para Life) Desayuno leyendo a Lucia Berlin. Dice su hijo Mark que fue una estupenda madre, que andaba de una cosa a otra pero que ellos, sus cuatro hijos, fueron felices. Todas las madres deseamos que nuestros hijos sientan que somos especiales, o, al menos, buenas. La bondad me preocupa mucho últimamente. La gente mala asusta, a mí me asusta. No quiero que la maldad se instale cerca de mí, ni la insidia ni la manipulación. Por eso leo a Lucia Berlin, como un seguro contra la mezquindad de los mediocres. Y la mañana se llena de música y ahí está, como otros días desde hace algunos, Norah Jones que es la única persona a la que escucho cantar porque lo demás no encaja en la vida que ahora deseo tener. Hay que escoger cierta parte de la vida, al menos la que te pertenece de forma íntima. Escucho "Sunrise" y la canturreo, a mi manera, con mi inglés poco académico, así que más bien la tarareo, como si fuera una niña en el colegio y la maestra entonara,

Dave Heath: Obviamente en silencio

El día es tan engañoso como tú, piensa ella, mientras el chasquido de la cámara la sorprende entre papeles, en un otoño indisimulado que pretende ser primavera. Se han desgajado naranjas de los árboles y las farolas aún lucen, será porque la luz es cosa del dinero y no de la geografía o las estaciones. Aprendimos que el cambio de las horas era una suerte de mensajes al infinito y ahora ella sabe, aunque nadie se lo ha explicado claramente, que debe alejarse de ese foco, que cerca su rostro con una huella infame y que la cubre de sal en soledad. Así no. Así no debe hacerse, piensa a veces. Pero no puede esperar ya de ti que hagas otra cosa que mentirte a ti mismo.  Hubo un tiempo con una luz dorada que sembraba las tardes y las convertía en la antesala de los cuentos, esos que tienen una princesa y muchos faunos, que se recitan a la hora del sueño y que te convierten en una fantasía irrealizable. Ella lo supo entonces y lo recuerda ahora, por eso ha olvidado la poesía, por

El tercer hijo

Cuando era un niño lloraba mucho. Era un río de lágrimas imparables que desesperaba a la familia y que avergonzaba a su padre. Sus dos hermanos mayores, le decía, eran machotes, chavales fuertes que no tenían tanta pamplina ni eran tan tiquismiquis. Entonces, tras la regañina, él se dirigía a escondidas al regazo de su madre y allí seguía llorando un rato más, hasta que ella le daba una onza de chocolate y él se marchaba a rumiar su pena en otro lugar de la casa.  Era una casa grande y muy destartalada. Tenía un patio central y era de una sola planta. La fachada estaba encalada y la cubría una azotea espaciosa y abierta al sol. Una de esas casas de pueblo que se construyen sin criterio, poco a poco, según van naciendo los hijos. Por eso las habitaciones cambiaban de uso a cada instante. Cuando él nació hubo que hacer obras. Era el tercer varón en una familia que ansiaba una niña, así que no le hicieron demasiado caso, pero acotaron un tabique en un cuarto de plancha cerca de

Tiembla la noche

La luna en cuarto creciente y esos versos, esas palabras dichas en inglés, la música, las manos volando sobre las teclas blancas, un espacio breve en el silencio, la noche tiembla, espera, nada. No hables, cállate, mejor así.  Hay flores que se escriben en un beso. Una vez intenté que el carmín se disparara sobre aquella mejilla. Pero huyó, no quiso saber nada. La nada es esa espera, pensé. El rosa de los labios no tiene vocación de posarse en su cara. Pensé, nada es nada.  Así suenan los versos en la música y está todo en inglés y me pregunto si acaso yo no he visto antes de ahora esta misma y volátil sensación de verano en medio del invierno. La luna crece y crecen las palabras, en un compás que las lleva a posarse en el río. Es el río prometido, me digo, fue la nada. Nada. Una barcaza azul y una camisa. Todo azul. Mentiras en azul. Azul falso, azul nada, los azules.  Cómo perder el tiempo en trenzar soledades si aquello fue una basura tierna, pero basura al fin y al

Balada de las niñas que sueñan

(A la Paqui) Las niñas junto al mar, en el brillante corredor de las salinas. La sal volando en piedras de colores. Los fuertes, convertidos en castillos. Los príncipes que llegan sin avisar y se adornan con el tono pardo de la tarde de invierno o el dorado del verano festivo. Las horas en la calle se pasan lentas y tienen todas el mismo movimiento: una historia que contar, una vida que repetir, un cuento que lanzar al aire, sin saber si la noche en el cine volverá a traer a los héroes, los convertirá en seres de carne y hueso, en elegantes caballeros que viajan en limusina.  Así sueñan las niñas y tienen todas nombres de hadas en espera. Las miras y las reconoces en seguida. Andan a saltos por la calle, tienen las rodillas lastimadas y el vestido lleno de manchas de rotulador. Miran a todos lados en busca de respuestas, alzan los ojos, allá en los balcones, en las casas oscuras, en los atardeceres, en la sorpresa, en la auténtica batalla de la felicidad que se adivina al

La tarde estaba llena de un mar de tonterías

Todas las estaciones tenían las mismas letras. Escribíamos renglones casi sin darnos cuenta. Y la vida seguía su ritmo sin cansarse, tardes, las madrugadas, los otoños, los fríos. El gris ámbar del cielo en los amaneceres. El tibio sol que entraba por la ventana a secas. Y el jardín que se abría como un mar de amapolas. Escribíamos la dicha y yo no lo sabía.  Una vez estuvimos al borde del abrazo. En las tristes noticias contábamos a solas que los sueños se sueñan pero nunca se cumplen. Y aún así era glorioso pasear las alamedas, confiar en que las horas tenían sabor a instantes y que todo se estaba formando sin quererlo, porque éramos tan difíciles de ubicar por la suerte, que la suerte llegó y no supimos verla.  Si pudiera contarte cómo el sol se estremece cuando cruza el umbral de la ventana abierta...Si pudiera enseñarte cómo el engaño vibra y nos hace más pobres, nos encuentra más fríos...Si pudieras mirar con esos ojos tuyos cómo se desenvuelve al borde de las lágrima

El vestido

Tendrías que fijarte mucho y aún así te costaría encontrarlo. Está, o estaba, al final de las perchas, casi escondido, en el fondo del armario, en un lateral de difícil acceso. Nuevo, sin estrenar. Envuelto en una funda de plástico azul, muy tiesa y brillante. Con la etiqueta todavía colgando del cuello y esa tersura de las cosas sin tocar. Ningún piano que no haya sido machacado por las manos del hombre merece la pena, dice Eleanor Parker a un orgulloso Charlon Heston en "Cuando ruge la marabunta". La pureza es un estorbo porque significa, sobre todo, soledad, territorio no amado, no acariciado. El vestido se mantiene perfecto, huele bien, tiene la tela suavemente dispuesta dentro de la funda, el largo elegante, la forma adecuada. Es un vestido que merecería la pena usar si ello fuera posible.  Un día recibió una carta de él en la que le decía que pronto habría una cita. Una cena romántica junto al río. Él iría vestido de azul, el color que mejor le sienta, un a

"Un día de lluvia puede no acabar nunca"

He abierto el equipaje. He depositado con un cuidado infinito, como si fuera un niño de pecho que necesitara arrullo, todo lo que contiene esa maleta encima de la cama. Hay blusas bien dobladas y pantalones oscuros para cualquier ocasión. Hay también cinturones, un jersey rojo con el cuello de pico y una chaqueta de piel que abrigue si la noche se llena de humedad. Luego he extraído los zapatos de su bolsa protectora y los he colocado en la parte baja del armario. Qué silencio escucho...qué enorme silencio. Queriendo conjurarlo he abierto el iPad y he buscado, como siempre a esta hora, a alguien que pueda acompañarme sin molestar. Y la he dejado cantando, solo interrumpida por algunos molestos anuncios que aparecen entre las canciones y que estropean el éxtasis de oírla. Es ella, Norah Roberts, como tantas otras veces. La ropa interior se ha quedado en la maleta y todo junto ha ido encima de una silla, una especie de banco sin respaldo, tapizado de crema, que hay al pie de la cama

Luces en la ciudad o en cualquier parte

El vagabundo, la florista, las violetas, la música. Resulta milagroso cómo consigues entender lo que pasa sin más claves que pensar un buen rato, que dar un paseo a la luz de los soles de invierno o de mirar alrededor y ver el vacío. No te dejas engañar por una ternura aparente que no es perdurable. Colocas sobre la mesa el vaso lleno de momentos amargos y todo se carga de explicaciones íntimas. Puedes moverte alrededor del tiempo pero sabes que acabará y entonces toda esta parafernalia de ruidos tendrá que cesar y tu visión será perfecta. Quizá haya quien crea que puede perpetuar la misma norma, las mismas sensaciones equívocas, pero ellos se equivocan. Por muchas vueltas que le dé al tono de la voz, por muchas gracias que suelte en el aire, por mucho que intente mantener un lazo de seda atado en forma de cuerda gruesa de barcos en el mar, no será posible, no estará en su mano, no sabrá, porque nunca lo ha sabido, que tú saltaste en marcha al agua y que el dolor amortiguó tu caí

Seremos olvido

Quiero que pase el día de hoy y que con él termine este dolor que siento. Si alguien te hace daño debería desaparecer de la faz de tu tierra, caer fulminado del fondo de ti y no tener ningún hueco en tus pensamientos. Pero la vida me enseña a cada instante que eso solo es posible para algunas personas y que otras, sin quererlo, quizá porque somos más inseguras o menos racionales, sufrimos demasiado y demasiado a menudo.  Cuando caiga la noche estará a punto de empezar una historia nueva. Hay veces en que no se sabe cómo cerrar capítulos de un libro y cómo iniciar otros. Los venideros no llegan a escribirse sin hacer un balance de todo lo anterior. Tienes que reconocer que mentiste, que te engañaste a ti misma y que convertiste tu vida en una incógnita pesada. Entonces, tras ello, se abrirá ante ti una posibilidad, la de estar en paz, la de la serenidad que ansias desde hace tanto tiempo.  El engaño es el maestro del dolor. La mentira se conjura para hacerte infeliz. La ause

Suelos de barro, perdón sin lágrimas

Las niñas soñadoras, que viven con los libros y bosquejan en su cabeza aventuras en las que hay siempre un tanto por ciento de alegría y otro de nostalgia, siempre terminan siendo mujeres equivocadas, mujeres que miran hacia donde no deben, que son presa fácil para cualquiera que sepa decir dos palabras seguidas con suave acento. No deberías olvidarlo. Quizá a ti te ha ocurrido algunas veces y puede que esta sea la primera. Pero el corazón se gasta de esperar la nada y las manos se curvan y entonces llega el último tramo de la vida y abres el grifo de la desilusión, que nadie puede cerrar. No importa la música que suene, ni siquiera que a través de la ventana una lluvia fina te traiga el hueco de un paraíso perdido. Lo que vale es sentir. Sientes que te han engañado una vez más, que cada una de las veces el engaño es mayor y que nadie, nadie, puede entenderlo sino tú misma, porque te ha ocurrido algunas veces o puede que esta sea la primera.  Tampoco entiendes, lo sé, qué ganan

Me despido de ti y no lo sabes

(Fotografía: Manuel Amaya) Me despido de ti y no lo sabes. Toda la vida es una despedida. Dejé mi casa una y mil veces. Dejé el patio y las flores, los arriates, el sabor fuerte del agua de pozo, la humedad, dejé el levante, el poniente y el sur. Toda la vida es un continuo adiós de objetos, de personas, de sentimientos, de lunas, de horizontes y de puntos geográficos. Te despides de alguien cada día. Y esa despedida se renueva al pie del ascensor: Hasta mañana. Buenas noches. Que descanses. Adiós.  Hay despedidas que son definitivas. Se muere alguien y ya nunca más su olor inundará tu cama, o tu casa, o tus sueños. Se marcha y se convierte en una foto, en un texto que escribí a su lado, en la esfera con los mapas de todos los continentes, en un viaje, una diapositiva. Hay otras despedidas que son tercas, que parecen querer rebasar nuestra paciencia y ser imposibles, ser inauditas, ser cobardes. Las despedidas cobardes cansan el cuerpo tanto como el espíritu. Adiós y no te

"Ese final escrito sobre el aire"

Los aires la definen. Todos luchan entre sí por ganar y vencer, que no es lo mismo. Nosotras llevamos la falda tableada y el viento la levanta y la mueve, la convierte en bandera, en estandarte. Esta es una ciudad plegada hacia los aires y por eso tenemos tanto miedo de que vuelen los sueños. Aquí, en esta azotea, nos sentamos para contarnos las confidencias que no pueden oír las madres. Esas historias que nos parecen tan importantes y que el paso del tiempo convertirá en arena, en tierna arena blanca, de la que el mar abandona en la resaca y nos ensucia los pies cuando recorremos la playa que rodea el sitio en el que vivimos sin saber que el océano nos cerca. Qué espectáculo ver, a la caída de la tarde, cómo un enorme barco aparece en el fondo y ese cuadro que pintamos cada día en el horizonte tiene un sabor salado, como todas las lágrimas, como las lágrimas que caen en nuestras manos al hablar de ese chico que jamás, a pesar de que lo hemos intentado, nos mira al cruzarse por la

"Mira que eres canalla"

Ha apagado el teléfono. Ha encendido la música, una cosa de jazz o bossa, no recuerda. Ha bañado su pelo con un champú de rosas y los hilos brillantes se han estirado al tiempo que susurra canciones que aprendió hace unos años. Ha cerrado la historia, ha inventado el silencio. En la página web ha comprado un jersey y un vestido del tono del azul del océano y ha sonreído firme al mirarse al espejo, con una pinza roja enfrente de la imagen.  Ha borrado las lágrimas. Ha olvidado los sueños. Ha buscado una frase que valga para el caso. Ha recordado todas las palabras vacías, las palabras crueles, las palabras manchadas de ese olor a soberbia y a corazón sin tiempo. Ha vencido por fin. Ha acariciado un libro. Ha levantado a Tara como si fuera tierra y ha jurado que nunca volverá a pasar pena, volverá a pasar llanto, volverá a pasar miedo. (Fotografía de Arnold Newman. Título de Luis Eduardo Aute) 

¿Cómo es posible que apaguen tu sonrisa?

Me miras y te miro. Nos entendemos. De una punta a otra del país pero las dos sabemos que hablamos de lo mismo, que tenemos las mismas emociones, la misma asignatura que no hemos aprobado, la misma insensatez ante las cosas, la misma inenarrable fantasía. Nos parecemos. El color de los ojos es distinto, el toque de las manos, la suavidad del verso que nos gusta escribir, la trayectoria. Te van las matemáticas y eso a mí me produce tanta envidia...Yo aquilato palabras y las transformo en tiempo y eso te encanta aunque no lo comprendas muchas veces. Somos tan diferentes pero hemos encontrado un punto de atención para ayudarnos, para que tus palabras se asemejen a las mías, para que huyamos sin dudarlo del mismo tronco hueco.  ¿Cómo es posible que apaguen tu sonrisa si es lo mejor que tienes? ¿Que viertan tu alegría en un saco de azufre y que desaparezca? ¿Cómo es posible que te dejes vencer tan a menudo? ¿Cómo es posible que "perdón" y "lo siento" sean tu

Verdes rosas de otoño

(Foto: Carmela N. ) Como si fuera a danzar en un salón de baile del siglo XIX para que algún eterno escritor la convirtiera en musa, ella eligió un vestido rosa, todos los tonos rosas, rosa pastel, rosa caramelo, rosa ensueño, rosa corazón, para casarse. La boda fue al final del verano y las dudas quedaron enterradas con la música, el vals y el mambo, el movimiento de las copas al chocar y la huella de los besos. Mejor no pensar que la vida, a veces, escribe su historia en meandros y en desembocaduras ajenas. Así que los rosas se mezclaron en el aliento vivo de la tarde y la noche y solo al día siguiente descubrió, como una revelación inopinada, que eso que aquello era real y no tenía remedio. El rosa fue rutina tan demasiado pronto que ni hubo siquiera lugar para lamentos. La espera es mala consejera y la juventud tiene unos ritmos que nadie más entiende. Aburrirse es peor que llorar por amor y el vacío hace más daño que la soledad. Por eso el transcurso de las horas tenía

Hadas, duendes y reyes

Todo está a punto para la función. El patio del colegio a rebosar de gente indica que el teatro ha creado una expectación inusitada en el barrio. Padres y abuelos, hermanos, amigos, chicos que quisieran ser protagonistas, músicos frustrados, visitantes, vecinos, todos se apiñan en las sillas de tijera que una empresa ha colocado en filas exactas. Las sillas son incómodas y obligan a tener la espalda en una rectitud que solo los más pequeños pueden soportar sin fastidiarse. Pero merece la pena, en esta noche de San Juan, que los faunos y hadas ocupen el escenario, que aparezcan los rostros con focos de luz artificial que el ayuntamiento ha montado y que toda la música se expanda por los muros del colegio y aledaños.  Aquello es un jardín cercado de naranjos. Tiene las paredes blancas y encaladas, salvo la zona del escenario, un armazón de madera bien sujeto, blindado con cortinas azules y moradas, a salvo de miradas indiscretas el backstage. Las madres han cosido las ropas e