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Yo tenía una azotea en el sur

  La casa no tenía importancia, solo era una más de una hilera de tres. Tres casas idénticas cada una de las cuales tuvo un destino diferente. Las tres tenían un patio abierto enorme, casi un jardín, y las habitaciones se situaban en uno de los lados, todas abiertas al patio, salvo la gran alcoba que daba a la calle y que tenía un cierro blanco, con uno de esos escalones interiores de mármol claro. Lo mejor de la casa era la azotea, a la que se llegaba desde el patio, al final del que estaba la gran escalera, con peldaños de ladrillo cocido, rojos e intensos, con un remate de madera oscura. La escalera no tenía pasamanos así que había que subirla pegada a la pared, solo por precaución. Era una escalera preciosa y quizá venga de ahí su querencia por esta pieza de las casas, una especie de pasaporte a las alturas, una genialidad. Había al menos diez escalones, aunque es una cuenta que no hizo nunca y quizá esté equivocada, quizá fueron muchos más y no lo sabe, ni ya lo sabrá nunca, porqu