Una vez construí una biblioteca. Era blanca y borgiana, redonda, con las mesas azules, las rampas dispuestas para cualquier encuentro, los libros libres en las estanterías ovaladas. Construí una biblioteca y la llené de libros. Los libros llegaban en cajas de cartón y era una delicia abrirlas y esparcir esos libros por las mesas, por los estantes, por las cristaleras. Todo olía a papel recién inventado. Los niños recitaban poemas y algunos escribieron cuentos con nombres extraños y sonoros. Las fotos recogían las caras extrañadas de los niños cuando sus cuentos se leían en voz alta y ellos se convertían en escritores. Los autores pasaban por allí admirados porque los niños querían escucharlos y leerlos. Un día llegó una princesa y saludó a todos con una sonrisa única y muy especial. La princesa vestía de blanco y todos sabíamos que un día sería reina, como así ha sucedido. Fue la princesa la que recibió los poemas de los niños y en la biblioteca se oyó recitar a los antiguos, a los
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