El Tony Manero de mi calle se llamaba Enrique, trabajaba en los astilleros y caminaba por la acera dorada por el sol con un aire entre chulesco y desvalido. Cuando llegaban los fines de semana dejaba atrás el mono azul y la bicicleta para subirse a la pista del club y contonearse de uno a otro lado mirando a las chicas que estaban en edad de ser conquistadas. La música de Fiebre del sábado noche se colaba por los muros de las casas y se expandía por todo el territorio que recorrían los grupos de jóvenes que pretendían emular al Travolta de ese tiempo: un tipo con el pelo cardado, pantalón de campana, camisa de grandes cuellos y cazadora de cuero . Las cazadoras de cuero eran prendas muy cotizadas. Sin ellas, olvídate de ligar por muy bien que bailes. Tony Manero era el sueño del proletario que acudía a una fiesta y triunfaba. Los bailes, destinados antaño a la clase alta que hacía de ellos el reinado de la conquista, pasaron a ser por obra y gracia de las discotecas e
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