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Mostrando entradas de agosto, 2023

Silverio y un puñado de historias

  Acabo de caer en la cuenta viendo las estanterías, todas acristaladas, porque no quiero que a mis libros el polvo los ensucie y, sobre todo, que mi alergia reviva al leerlos. Acabo de caer en la cuenta de que tengo una muy buena biblioteca de temas flamencos. Llevo años intentando que no falte ningún libro que merezca la pena, algunas directamente flamencos y otros que están relacionados con la cultura andaluza. Y dándoles una vueltecita he encontrado este, que me parece un libro extraordinario como lo fue el evento que dio lugar a sus páginas, las actas del seminario dedicado al primer centenario de la muerte de Silverio Franconetti. Fue una cita de lujo y lo que recuerdo nítidamente es que estábamos allí cuatro gatos. Cuatro gatos mal contados. Creo recordar que las conferencias eran en el paraninfo de la universidad y también que allí no había flamencos ninguno. Ni artistas ni nada. Cinco o seis personas en cada sesión. Y el plantel no podía ser de más categoría. Y los contenidos,

El último modelo

Le encantaban los coches. Le parecían un artilugio serio, una máquina inteligente, un bombón, un lujo. Siempre quiso tener coches y guiarlos, cruzar con ellos el mayor espacio de tierra posible, las mayores extensiones. Un coche y unas gafas de sol, la vida.  Con un aire de Alain Delon apacible y quizá unas gotas de Sir Laurence Olivier por eso de la elegancia, era posible verlo con su camisa blanca arremangada, su pantalón de dril color canela y una sonrisa efímera pero imponente. Las mujeres lo adoraban y las chicas se enamoraban de él. Él las quería a todas pero más a su coche. Porque sabía que el coche podía cambiarse a modo y ellas eran una pesada cruz si se empeñaban.  Las noches eran esos momentos en los que las verbenas refulgían, las ferias tenían el sabor antiguo del algodón en nube y las mesas de las casetas se llenaban de pasiones inconfesables, todas ellas perdidas, todas ellas asustadas, todas ellas demasiado evidentes. Y por eso prefería la luz del día, cuand

La espera

 La ciudad amaneció amenazada por una lluvia cierta. Los boletines que anuncian el tiempo así lo habían avisado. Pero, como siempre, el agua se hizo esperar y estaban todos los niños en el colegio, dibujando a Alicia y al conejo blanco cuando la tormenta estalló. Había rayos y truenos y, sobre todo, agua. Unas nubes destellaban sobre el colegio, sobre la calle entera, sobre la ciudad y sus mares. Los ventanales del aula ya no trajeron luces sino la sombra oscura de las nubes reflejándose en la tersa madera de las bancas. Las niñas, inclinadas sobre el dibujo, apenas prestaron atención al acontecimiento. Porque en esas edades ninguna tormenta puede hacerte variar de rumbo y no hay ningún niño al que asusten la oscuridad ni siquiera el perfil violento de las nubes. En el patio central del edificio, ese que tenía azulejos amarillos y azules festoneando las paredes, no se oían las voces de otros días cuando los niños salían a recitar las tablas o a hacer contorsiones gimnásticas. Durante a

Elogio de la alegría

  (Scarlett Johansson fotografiada para Vogue por Mario Testino (Lima, 1954), el fotógrafo que ama el cine) La pena es mucho más rentable que la alegría . O eso parece. En los realitys, por ejemplo. Los concursantes más avisados se echan a llorar por menos de nada y eso mueve a la compasión y asegura el triunfo. No hay nada malo en hartarse de echar lágrimas y siempre tiene recompensa. Es algo muy visual. Lo mismo pasa en los Oscar's. Si haces una película dramática tienes muchas más posibilidades de que te premien que si haces una comedia. Si en esa película dramática hay lágrimas, sufrimiento, recorres el país pasándolas canutas, te abandonan, te gastan algunas faenas, entonces todavía mejor. Podrás salir fea, sin maquillar, sin peinar y darás el pego. En cuanto a los libros, un buen dramón, una novela de mil páginas con tragedia incluida es un seguro para obtener el éxito. La pena vende mucho a todos los niveles. En ocasiones termina convirtiéndose en un modo de chantaje que bi

Tu tristeza

A veces la tristeza tiene peso. Se nota en todas partes, trasmina los sentidos, se huele, se oye, se cuela por las rendijas de los sueños.  Es una tristeza perfumada con aire de otros tiempos, o una vuelta de tuerca a la niñez, o quizá, un suave recordatorio de lo que fuimos ayer y se ha marchado.  Tu tristeza avisa de que ya no sientes el pálpito de la vida cuando esta es un vuelo bajo de pájaros oscuros. Esa tristeza tuya es un capítulo, una parte del libro que yo escribo sin conocer los datos ni los números.  A veces tu tristeza tiene peso. Es física, es una masa que se adueña del aire y que, a través de las ondas del espacio que une y separa nuestras vidas, se asoma sin decir por qué ni cómo. Es tristeza que surge en cualquier lado, sin calendario, sin fin, sin objeto. Es algo que no puedes evitar salvo que dejes de quererte a ti mismo. Salvo que olvides lo que eres tú mismo. Salvo que huyas de ti, sin remedio. Salvo que dejes de lanzar al aire la moneda de la fe

El amor es un rito de belleza

Hubo un tiempo que ahora parece lejano e imposible en que, a la salida del trabajo, nos íbamos a tomar una copa de mediodía a uno de esos sitios que te hacen sentirse como en casa. Llegábamos las tres, Ángela, Aurora y yo, invariablemente bien vestidas y peinadas, cada una en su estilo pero todas con estilo, y nos acompañaba, como si fuera un caballero andante que no se cansa nunca de ayudar en las compras, nuestro amigo Leo, infatigable, inteligente, guapo y casado.  De modo que esas sobremesas se extendían porque ninguno teníamos la prisa suficiente como para cortar la conversación que seguía al aperitivo. Siempre acabábamos hablando del amor, de los amores en general, de los hombres y las mujeres, sin viceversa alguna. Ángela no se había casado nunca y parecía que esas cosas le eran muy ajenas. Su falta de coquetería, a pesar de cierta distinción de familia, siempre nos llamaba la atención. No se detenía demasiado tiempo ante el espejo, siempre vestía de azul oscuro, casi negro, y l

La sal de la tierra

  Las fotografías de Ellen von Unwerth tienen alma. No pueden pasar nunca desapercibidas. Es su genio el que se trasluce, el que brilla. La fotografía de moda no es un simple pasatiempo frívolo, tampoco lo es la moda. Es arte. La escojo a ella para ilustrar esta entrada que no tiene nada que ver con la moda ni tampoco con la fotografía. Pero sí con el arte. Con el arte de ser persona.  Las redes sociales tienen mala prensa. Pero hay en ellas una riqueza pocas veces considerada, salvo que tengas unas buenas dotes de observación y repares en ello. Ahí hay gente que merece la pena. Por eso siguen existiendo y no por los trolls, ni los bots, ni los haters. No. Por las buenas personas. Como las que he tenido la inmensísima dicha de conocer en Facebook o en Twitter. Tienen nombre y a ellas va dedicado este post. Gente que cultiva la amistad con sabiduría y que sabe muy bien que la vida no es de un solo color, sino de muchos. Gente que tiene la palabra justa. Gente generosa con sus palabras y

Descubierta vanidad

  En el catálogo de personas están las que siempre salen victoriosas a la hora de "ponerse bien puestas". Utilizo esta frase antigua, la forma en que antes se vinculaba la vanidad a determinada gente. Gente que sabe resguardarse y que, hasta cuando parece que se critica a sí misma, se alaba. Es, si no un arte, una estrategia. Es fácil reconocerlos. Cualquier conversación termina conduciendo a ellos mismos con lo que a la vanidad se une ese egocentrismo sin remedio que lo marca todo. Da igual lo que les cuentes, les preguntes o les digas, siempre terminan por soltar algo referente a ellos, algo que han hecho, dicho, escrito o vivido. Son resistentes a las miradas furtivas, a la buena educación y a la paciencia. Solo son pacientes con ellos mismos y se consideran siempre a salvo. Están a salvo porque lo merecen. Creen merecerlo todo. Piensan que ocupan un lugar propio e inalienable. Usan un vocabulario rebuscado y se sienten divinos pese a todo.  Lo que antes se deslizaba en un

Mientras asoma el alba

     Cuando yo tenía dieciséis años pasé un verano en Ronda . Puede parecer que Ronda no es el mejor sitio para pasar el verano. No hay playa y hace mucho calor. Pero si vives todo el año junto al mar puedes permitirte esas licencias. Y Ronda tenía un aire romántico que me llamaba. No contaré las circunstancias de aquella estancia, sería cosa que no importaría a nadie. Pero sí algunas de las sensaciones que experimenté el tiempo que estuve allí. Luego he vuelto, claro está, en muchas ocasiones, pero el sabor de aquel verano nunca más volvió a aparecerse, seguramente porque nunca más he tenido dieciséis años.     Recuerdo la soledad. Mi casa familiar, tan llena de gente a todas horas, impedía el mínimo sosiego. No había forma de estar ni siquiera un rato aislada, sin voces y sin charlas. Todo el tiempo te encontrabas rodeada de familia. Pero cuando comencé a pasear por Ronda me percaté de lo agradable que era el silencio y de lo bien que se estaba sola. No lo sabía, no lo supe hasta es

Invisibles

  Si te preguntas ¿para qué? es que estás a punto de tirar la toalla, sea esta cual sea. La gente se hace esta pregunta en relación con su trabajo, con sus aficiones, con su pareja, con su vida. Para qué hago esto, se dicen. Para qué hacer deporte. Para qué esperar al amor verdadero. Para qué sufrir. Para qué esforzarme tanto. Para qué escribir un blog.  Mientras resolvemos el para qué podemos mirar estas asombrosas fotografías del canadiense, de 1968, David Burdeny, algunas de ellas realizadas en la Atlántida. Siempre que las miro observo en ellas un enorme parecido a las extensiones de sal que hay en mi tierra y eso me reconcilia con la lejanía de un canadiense de quien no conozco nada más que su obra. Mirad.  Una cosa es ser anónimo y otra ser invisible. El anonimato puede llegar a ser incluso un aliciente, pero siempre hay anónimos que tienen momentos de necesidad y quieren que alguien los reconozca o los aplauda. Pasar la vida siendo anónimo, en un entorno de total anonimato no es

Hermosa tecnología

  (Foto: Uta Barth) He tenido la suerte de estar veintidós años con una persona que sabía mucho de educación. En realidad, es la persona que más sabía de educación de todas las que he conocido y conozco todavía. Muchas veces pienso qué pensaría, si estuviera vivo, de esto y de aquello. El no tener respuesta a esas preguntas es muy difícil de sobrellevar, pues su luz era la mía y su perspectiva de las cosas no tenía tacha. Jamás se dejaba arrastrar por la corriente, llevaba su independencia intelectual de forma natural y nunca buscaba el cobijo del grupo para contemplar y contemplarse, sino que la soledad que propicia la reflexión y el pensamiento original fue una de sus compañeras.  Sabía mucho de educación porque, además de su experiencia en todos los puestos de trabajo que en este sector existen, tenía una formación fastuosa, formada por lecturas e investigaciones que fueron pioneras en muchos aspectos y eso se notaba enseguida. Nunca le ocurría como a tanta otra gente, que se le ven

Eve Arnold, la fotógrafa del alma

Eve Arnold (1912-2012) es una de esas artistas cuya obra no pasa desapercibida, abren nuevos caminos y generan modelos no superados. Nacida en Filadelfia de padres judíos que emigraron desde Europa estudió fotografía y cine y colaboró, a lo largo de su vida, con revistas de categoría, como Life, París Match, Stern, Sunday Times y Vogue. Sin duda su principal logro laboral fue formar parte como miembro de pleno derecho de la agencia Magnum Photos, la más importante empresa gráfica del mundo. Su obra tiene tres principales temáticas: los retratos (muchos de ellos de actores y personajes relevantes), la fotografía social y el documento de viajes. Fue autora de nada menos que 11 libros de fotografía y viajó por todo el mundo para obtener sus fotos. Su trayectoria le valió varios doctorados honores causa y muchas otras distinciones. Llegó a pertenecer a las asociaciones fotográficas más importantes del mundo.  Su método de trabajo ha sido ponderado por los expertos. Generaba una

El desasosiego

Es posible que la tormenta haya activado algo que hasta ahora no tenía claro el resorte. Una especie de lucha inmensa e  interior, de meteorito salvaje que estalla. Una llamada íntima, un desasosiego que nada tiene que ver con el nerviosismo de los quehaceres, ni de las búsquedas. Es una emoción basada en la rabia, en la ira, en la sensación de injusticia, en la impotencia de la pérdida, en la evidencia de que las salidas están cerradas y alguien ha tirado las llaves al mar. Por eso, porque la tarde ha caído entre rayos y truenos; porque el agua tan deseada no ha llegado y eso hace el día más oscuro y tétrico; porque si cae la noche y no he sido capaz de hallar alguna respuesta; por eso, por todo eso y por algunas cuestiones más que no puedo explicar, es por lo que me siento aquí, en esta esquina del salón que podría llamar mi reino, y deambulo con la cabeza por los hechos del día y de los días pasados, para hallar alguna explicación que me convenza o que, al menos, no me lleve a más p

Maneras de destrozar(se) la vida

  (Dana Andrews, 1909-1992) (Glenn Ford, 1916-2006) (Gloria Grahame, 1923-1981) (Lizabeth Scott, 1922-2015) Esa fotografía en blanco y negro iluminada con haces de luz que convierten en nítidas las expresiones de los héroes y tapan la maldad de los que han renegado de todo. De valores, de familia, de amigos, de todo menos de dinero. Conejitos asustados que nunca ven nada, dice Glenn Ford en "Los Sobornados". El cine negro es esa emocionante aventura en la que entras con precaución, te desenvuelves con miedo y acaba con un esplendoroso final que hace justicia. Siempre tiene una galería de malos que asustan y algunos héroes que conmueven. El cine negro es el cine por excelencia y en sus personajes anida todo lo que los seres humanos pueden sentir o conocer.  Esa galería de películas, de directores, de actores y actrices, es lo mejor que el cine ha creado en sus años de historia. La mayor poesía, la mayor certeza, la mayor plenitud. El cine negro tiene momentos familiares, niños

La última aventura de Addie Rose

Estás con tus amigas. Las más íntimas. Mujeres como tú, que han recorrido el tiempo del lazo del encuentro, las confidencias, las tardes en otoño, las compras y las risas. Estáis todas y allí, sin avisar, inopinadamente, llega una voz que dice, a través del whatsapp o de la tablet, que una infidelidad se está cociendo. Que uno de vuestros hombres os ha engañado y se ha liado con otra. Así de fácil. Esa es la excusa para que el talento convierta un episodio de cuernos cotidianos en una obra maestra. Si no está Mankiewicz la cosa quedará en un cabreo, quien sabe si en divorcio, pero, si él aparece, si toma lápiz y papel y luego enfoca, entonces surgirá, de esa manera, su “Carta a tres esposas”.  Addie Rose ha faltado a la cita. En esta pequeña ciudad provinciana hay pocos motivos para festejar casi nada. Por eso extraña tanto esa ausencia. Addie Rose es, como Rebecca, una presencia ausente. No la veremos, pero estamos seguros de que aparecerá en cualquier esquina, tal es la sens

El periodista que se enfrentó a McCarthy

"Buenas noches y buena suerte" es una película mágica. Su elegante fotografía en blanco y negro, el ambiente de la redacción, el vestuario, el casting, la interacción entre sus protagonistas, el uso del documental para darle veracidad a la historia...todo contribuye a un gran acierto cinematográfico. George Clooney, aquí actor, director y coguionista, es Fred Friendly, el productor del programa de noticias de la CBS cuya estrella fue Edward R. Murrow, un periodista de convicciones firmes y decidido a que el periodismo cumpla su función esencial de informar y educar, las dos premisas que reivindica en el discurso inicial de la película, que es el momento que articula la historia.  Además de Friendly y Murrow, en la redacción de las noticias de la CBS está el matrimonio formado por Shirley y Joseph Wershba, interpretados por Patricia Clarkson (una actriz deliciosa, dulce y estilosa) y el gran Robert Downey Jr,, una de mis debilidades. Ambos forman una pareja clandesti

"Casablanca sin Bogart" de Ana Durá Gómez

  Si existiera en la realidad un "Consejo de lo original" como en esta novela, la cosa estaría chunga para los escritores que no se avinieran a lo trillado. Si eres un joven que pretende ser escritor y te encuentras con que tu imaginación no puede crear temas, entonces tienes un problema. Y ese es el problema que tiene Damián.  Damián Carratalá, veintiocho años, deseoso de plasmar por escrito sus ideas y las historias que tiene en su cabeza, tendrá que derribar el muro de lo impuesto, esa especie de oculta censura que a veces se hace evidente y otras veces tiene signos de interiorizarse por los propios autores. Lo de creador ha pasado de moda. Esa distopía literaria es la base de la novela y, si te gusta la literatura fantástica y te gustan los libros, aquí hay una mezcla que puede llamarte la atención.  Esta es la base de la novela y de la historia, pero aquí no se acaba todo. Porque alrededor del personaje principal se mueven otras personas y cada una de ellas parece querer