Tu tristeza




A veces la tristeza tiene peso. Se nota en todas partes, trasmina los sentidos, se huele, se oye, se cuela por las rendijas de los sueños. 

Es una tristeza perfumada con aire de otros tiempos, o una vuelta de tuerca a la niñez, o quizá, un suave recordatorio de lo que fuimos ayer y se ha marchado. 

Tu tristeza avisa de que ya no sientes el pálpito de la vida cuando esta es un vuelo bajo de pájaros oscuros. Esa tristeza tuya es un capítulo, una parte del libro que yo escribo sin conocer los datos ni los números. 

A veces tu tristeza tiene peso. Es física, es una masa que se adueña del aire y que, a través de las ondas del espacio que une y separa nuestras vidas, se asoma sin decir por qué ni cómo.

Es tristeza que surge en cualquier lado, sin calendario, sin fin, sin objeto. Es algo que no puedes evitar salvo que dejes de quererte a ti mismo. Salvo que olvides lo que eres tú mismo. Salvo que huyas de ti, sin remedio. Salvo que dejes de lanzar al aire la moneda de la felicidad.

Agarro tu tristeza sin permiso y, aunque no quiera hacerlo, la hago mía. La noto en cada paso y en cada respirar. Está conmigo. Tu tristeza. Tu vida desarmada al instante. Tú mismo. Tú. Tan triste. 

(Fotografía: Saul Leiter)

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