Un pianoforte por ocho guineas
(Elizabeth Bennet y el coronel Fitzwillian, al piano en Rossings Park)
Ocho guineas fue el precio de venta del pianoforte de Jane Austen que estaba en la rectoría de Steventon, el lugar donde había vivido desde su nacimiento, en 1775, hasta su marcha a Bath, en 1801. Sin que ella lo supiera, su padre lo vendió junto con otros muebles, libros y varias vacas, cuando se decidió a instalarse en la ciudad de Bath, en la que se había casado, tras jubilarse como pastor. Entonces cedió el cargo a su hijo mayor, James, y emprendió la última etapa de su vida en el enclave balneario.
Ni Jane ni Cassandra, las dos únicas hijas que aún vivían con el matrimonio Austen, fueron consultadas para el traslado y ni siquiera estaban allí cuando se hizo la venta de enseres y la posterior mudanza. Desde Deane, una parroquia pequeña y cercana de la que James era titular por cesión de su padre, llegó su hermano dispuesto a ocupar el puesto y la vivienda con su propia familia y sus muebles. Dado la incertidumbre que suponía vivir en Bath, donde lo harían de alquiler, está claro que el señor Austen, con un enorme sentido práctico y desprovisto de todo sentimentalismo, vendió todo lo que era posible vender, incluidos libros y vacas. Las vacas alcanzaron un buen precio.
Algo que no debió perderse en ese trasiego fueron las carpetas conteniendo partituras y los libros de música encuadernados que usaban las hermanas para sus canciones e interpretaciones al piano. Sin embargo, no tenemos constancia de que en Bath tuvieran ocasión de practicar música, aunque los materiales debieron salvarse, porque reaparecerán más tarde en su definitiva vivienda en Chawton Cottage. A Jane Austen le produjo malestar la pérdida de su querido instrumento. Ella era una gran aficionada a la música, bastante más de lo que solían serlo las jóvenes de su tiempo. No solo le gustaba bailar, la gran distracción de la época, sino también ensayar al pianoforte y acompañarse con su voz. Se dice que practicaba asiduamente.
(Marianne Dashwood toca y canta en el nuevo pianoforte que le ha regalado Brandon)
Puede que esa imagen del pianoforte vendido al mejor postor, alejado de ella, sea el motivo por el que introduce algunas situaciones relacionadas con el instrumento en sus propias novelas. Marianne Dashwood, que es una consumada intérprete con una voz melodiosa, enamora al capitán Brandon cuando este la oye cantar y tocar. Dado que su situación económica no le permite poseer el instrumento, será este quien se lo proporcione en un intento más de hacerla feliz. Por su parte, Jane Fairfax, otra joven dotada de las mejores prendas musicales, con voz de soprano y elegante ejecución, se ve sorprendida por un magnífico regalo que le hace llegar un admirador secreto. Este admirador, permanece en el anonimato hasta el final de la novela y se hacen sobre él muchísimas conjeturas, todas erróneas. La solución estaba más cerca de lo que parecía.
Todas las muchachas que aparecen en las novelas de Jane Austen aman la música, el baile y lo que se refiere al canto, de igual modo. Mary Bennet tiene que contrapesar su falta de atractivo y su sabihondez cansina con interpretaciones de danzas populares que gustan a los asistentes a las veladas. La hermana mayor de Bingley, la señora Hurst, se cree superior a las demás en cuanto a gusto y, desde luego, no descuida ni una sola oportunidad de lucirse. La misma alta opinión de sí misma tiene la señora Elton, Augusta, venida de Bath para casarse, que se considera una experta musicóloga, dueña de la fineza necesaria para distinguir lo bueno de lo mediocre. Una delicada ejecución, con elegancia y sutileza es la que es capaz de realizar la jovencísima Georgiana Darcy, la hermana del señor Darcy, que está teniendo una educación muy esmerada como corresponde a una joven de su alcurnia.
Tanto en Persuasión como en La abadía de Northanger la asistencia a los bailes es la ocasión propicia para que las heroínas de ambas novelas puedan contactar con los jóvenes a los que aman. Sin embargo, en ambos casos se trata de bailes públicos, excesivamente concurridos, en los que no siempre pueden tener el momento de retiro o de intimidad que necesitan. De este modo, el baile es el lugar de encuentro pero también un foco de intromisiones que no resultan agradables cuando se está viviendo una historia de amor. No se puede decir de Catherine Morland, además, que sea una virtuosa del pianoforte ni, en general, de ningún otro talento femenino de los de la época.
Elizabeth Bennet, heroína indiscutible de la novela más admirada de Jane Austen, Orgullo y prejuicio, sabe tocar el piano y cantar aceptablemente, pero no es una artista destacada y ella lo admite con naturalidad. No es perfecta y debe ser que la perfección cansaba bastante a Jane Austen, porque ninguna de sus heroínas lo es. Tampoco, Emma Woodhouse, que tiene que reconocer, a su pesar, Jane Fairfax, que no es santo de su devoción, es muchísimo mejor ejecutante que ella. Las heroínas de Jane Austen, ya lo decimos, no son nunca perfectas, sino muchachas de su tiempo, con virtudes y defectos. Algunas, como Fanny Price, tiene el enorme defecto de dramatizarlo todo, es una sufridora impenitente, y lo mismo puede decirse, aunque en tono de chanza, de Catherine Morland, con su desbordante imaginación que la lleva a sospechar del aire que pasa por su cabeza.
Sin duda, Elinor Dashwood es el personaje femenino más sensato y mejor educado de todas las mujeres Austen. Elinor es capaz de sentir intenso amor por Edward Ferrars pero no pierde la cabeza por él. Apoya a su madre y a su hermana, aunque no comparta sus ideas en muchas ocasiones. Cuida de Margaret, la hermana pequeña. Acomoda la existencia de todas a los parcos ingresos que tienen ahora, tras la muerte del padre y, en fin, se trata de una personaje que me recuerda a Cassandra, la hermana de Jane, seguramente así de sencilla y talentosa, tan madura, a pesar de su desgracia. Solo Jane Bennet, la segunda hermana de Orgullo y prejuicio está a la altura de esta sensatez, aunque, hay que decirlo, es bastante más ingenua y por eso mismo más vulnerable que Elinor.
Ocho guineas, pues, por un pianoforte. La guinea había comenzado a circular como moneda en Inglaterra en 1663, y recibe su nombre del lugar del que se traía el oro para acuñar las primeras, la Guinea Occidental. Desde 1717 la guinea equivalía a 21 chelines. Cuando se creó la libra, en 1817, el mismo año en que murió Jane Austen, una guinea valía una libra y un chelín. Aunque dejó de usarse como moneda oficial todavía se mantuvo en las transacciones cotidianas. Traducido su precio a libras, el pianoforte de Jane Austen se vendió por 8 libras y 8 chelines.
Bailar, tocar el pianoforte o el arpa, cantar, hacer labores de aguja, pintar acuarelas, arreglar y adornar sombreros, jugar a los naipes, escribir cartas, pasear por los alrededores para tomar el aire, visitar a los parientes y amigos, conversar, atender a los pretendientes...tales son las distracciones de la landed gentry en estos años de la época georgiana. Eso hacen los personajes de Austen, sobre todo las mujeres, mientras los hombres hacen negocios, cuidan la administración de sus tierras, preparan sermones o, simplemente, las acompañan. Un mundo generosamente feliz y ciertamente ignorante de lo que ocurría a su alrededor en la propia Inglaterra y en el mundo. O no, quizá fuera un olvido premeditado. Al fin y al cabo, hay muchas formas de sobrevivir.
(Continuará en La música de Jane Austen (2))
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