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Mostrando las entradas etiquetadas como Amores

Charlas a la caída de la tarde

  Portada de LIFE con los protagonistas de Esplendor en la hierba: Natalie Wood y Warren Beatty Fueron tres veranos y dos cursos. Yo estaba en el instituto y él en la universidad. Estudiaba fuera, así que solo podíamos vernos en vacaciones. Cumplí los catorce, los quince y los dieciséis. Él tenía cinco años más. Era muy inteligente. Y feo. El primer amor que así llamarse puede. No tenía nada que ver con los chavales de su edad. Su personalidad estaba por encima de todos, era una especie de jefe y así todo el mundo lo aceptaba. Sabía más, entendía más, leía más. Poseía un sentido del humor único, que no todo el mundo era capaz de comprender. Yo sí. Porque era mucho más lista que las muchachas del club y eso que todas eran mayores. Por eso, seguramente, se enamoró de mí y siguió enamorado toda su vida, hasta hace unos meses en que murió. Es una clase de amor que no borra la distancia, que no necesita siquiera frecuentarse, que pasa por encima de matrimonios y de hijos. Lo entendí cuando,

Esta mañana, amor, tenemos treinta años

Una vez tuvo un amor prohibido. Prohibidísimo. Mirado por todas las partes posibles era un absoluto desastre. Ganas de buscarse problemas. Pero era por la tarde, un septiembre, caía todavía un dorado resplandor sobre la plaza, los parterres brillaban, y allá, a lo lejos, apareció él con su pantalón vaquero y una camisa blanca que llevaba, como diría Corín, arremangada hasta el codo. Nunca se había visto en otra, aquello era una visión inenarrable. Ninguna de sus amigas la creería, ni siquiera Marta, que era tan fantasiosa y veía caballeros andantes en cualquier semáforo. Eso era, precisamente, lo que la separaba en ese momento del hombre de la camisa blanca, un semáforo en rojo, justo en la esquina, al lado de la terraza en la que ella esperaba, sentada en una silla de mimbre, con las piernas cruzadas y una falda de punto muy estrecha y muy corta. Tenía unas piernas preciosas.  Los días de aquel amor no duraron mucho. No podían durar. Era una extrañeza en todos los sentidos