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Mostrando las entradas etiquetadas como Rafael Guillén

A Rafael Guillén

  Estimada amiga Caty (permítame llamarla así): Hoy me ha llegado su mensaje a través de una serie de carambolas (no acostumbro a visitarme en mi propia página) Le agradezco de veras sus estimulantes palabras. Su   Isla de papel  es sumamente interesante. No sé de dónde saca usted tiempo. Cordialmente, Rafael   Guillén Me envió ese mensaje el 19 de marzo pasados en respuesta a uno mío que le envié a través de su página web admirada de leer sus poemas que recién conocí. Poesía deslumbrante, certera, honradísima y llena de clasicismo, verdadera a más no poder. En este pensamiento de urgencia ante la noticia de su muerte sucedida hoy mismo me queda la sensación de una vida plena, de una vida llena y de un legado impresionante. La vida adquiere total sentido cuando se colma de las verdades que uno mismo posee y este era, sin duda, el caso de Rafael Guillén, absolutamente honesto con su propia creación.  

Rafael Guillén: poesía tan honda

Los taxis están hechos con materia de soledad, de presurosos besos, de palabras sin terminar, de rápidos adioses, de cabezas que se vuelven como pidiendo auxilio. Cada taxi va tejiendo y tejiendo su capullo de seda por las calles, va encerrando su mariposa entre los hilos tensos de la ciudad que gime y que lo envuelve. (Imagen: fotografía de William Eggleston) (Texto: fragmento de Rafael Guillén)

París es triste

  Yo recuerdo un instante en que París caía  sobre mí con el peso de una estrella apagada.  Recuerdo aquella lluvia total. París es triste.  Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo.  Vivir es detenerse con el pie levantado,  es perder un peldaño, es ganar un segundo.  Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua.  Vivir es ver el agua; detener su relieve.  Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro  del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida.  Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada,  se hizo piedra, ceniza de endurecida lava.  Nada altera su orden. Es tan sólo un latido  del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible.  Y se siente por dentro lo compacto del hierro,  y somos la mirada misma que nos traspasa.  La lucidez elige momentos imprevistos.  Como cuando en la sala de proyección, un fallo  interrumpe la acción, deja una foto fija.  Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento.  La pesada silueta de Louvre no se cuadraba  en el espacio. Estaba instal