El profesor
Tenía un elegante aire inglés pero, a la vez, parecía trasplantado a la Provenza. Debían rodearlo siempre lavandas y flores silvestres porque brillaba todo cuando entraba en la clase. Era una de esas personas que tienen luz, que nunca dejan mal sabor de boca, que todo lo transforman en una ardiente alegría. Era el profesor y todas lo queríamos. No diré su nombre, ni diré sus apellidos, aunque los tengo presentes como si todavía me sentara en la primera fila de sus clases. Pero anda por ahí, en los setenta, y hay cosas que han de conservarse guardadas, alfombradas de nostalgia en un papel o aquí, en las ondas volátiles de la red. Yo era su alumna favorita. Todo el mundo lo sabía. Y esa sensación era única, gloriosa, impresionante, divina, fortísima, especial. Leía los textos cuando me lo indicaba y ponía un cuidado lleno de seguridad, porque nunca reñía ni hablaba de más, ni interrumpía la lectura. Yo era su alumna favorita porque era la adolescente que siempre leía los textos