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Por qué no debiste leer "El Principito"

Tanto como denostamos a los libros de autoayuda y llevamos años y décadas leyendo uno de ellos, tomándolo como cierto y convirtiéndolo en nuestro evangelio. Los niños pequeños se suman a esta vorágine lectora y no digamos los adolescentes, para quien el pequeño príncipe planetario es el verdadero augur de la vida sobre la tierra. Los mayores, hastiados de sus enseñanzas, intentamos reflexionar sobre si alguna verdad existe en ellas y concluimos que nuestras mochilas actuales se deben a que el libro nos convirtió en sufridores, incapaces de luchar por lo que somos y queremos. He aquí, en la siguiente ilustración, dos elementos fundamentales de esta gigantesca operación de marketing sentimental: el niño riega la rosa, la rosa se hace grande y, por eso mismo, porque la rosa se ha hecho grande con su riego, porque le ha dedicado tiempo, el muchacho tiene que cargar toda la vida con la rosa. Lo mismo da que sea una rosa roja o blanca, simpática o ácida, buena o mala. Hay que cargar con

Rosa tóxica

El pobre chico no fue consciente de lo que se le venía encima. Nosotros tampoco. Confiadamente, creyendo en que nuestros padres eran seres infalibles que no se equivocaban, cogimos el libro y lo leímos una y otra vez. Hasta que en nuestro cerebro quedaron grabadas las frases y, no solo eso, el modus operandi. Somos unas víctimas. Y quizá ya no haya remedio. Solamente las nuevas generaciones pueden zafarse de esto si es que hay alguien que les abre los ojos y se deja de pamemas. No sé cuántas interpretaciones hay por ahí de la rosa de El Principito. Ninguna me parece que se ajuste a la realidad. Son interpretaciones románticas, hechas por gente que se ha tragado el anzuelo, gente que se ha convertido a una religión que los ha abducido. Pero, pensando en el tema, un amigo de Facebook pronunció esta noche la palabra exacta, la palabra definitiva, la más clara descripción de la rosa en cuestión: dijo que era una rosa tóxica. Así es, lo que pasa es que, hace años, no existía ese co