Tanto como denostamos a los libros de autoayuda y llevamos años y décadas leyendo uno de ellos, tomándolo como cierto y convirtiéndolo en nuestro evangelio. Los niños pequeños se suman a esta vorágine lectora y no digamos los adolescentes, para quien el pequeño príncipe planetario es el verdadero augur de la vida sobre la tierra. Los mayores, hastiados de sus enseñanzas, intentamos reflexionar sobre si alguna verdad existe en ellas y concluimos que nuestras mochilas actuales se deben a que el libro nos convirtió en sufridores, incapaces de luchar por lo que somos y queremos. He aquí, en la siguiente ilustración, dos elementos fundamentales de esta gigantesca operación de marketing sentimental: el niño riega la rosa, la rosa se hace grande y, por eso mismo, porque la rosa se ha hecho grande con su riego, porque le ha dedicado tiempo, el muchacho tiene que cargar toda la vida con la rosa. Lo mismo da que sea una rosa roja o blanca, simpática o ácida, buena o mala. Hay que cargar con
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