Yo recuerdo un instante en que París caía sobre mí con el peso de una estrella apagada. Recuerdo aquella lluvia total. París es triste. Todo lo bello es triste mientras exista el tiempo. Vivir es detenerse con el pie levantado, es perder un peldaño, es ganar un segundo. Cuando se mira un río pasar, no se ve el agua. Vivir es ver el agua; detener su relieve. Mi vagar se acodaba sobre el pretil de hierro del Pont des Arts. De súbito, centelleó la vida. Sobre el Sena llovía y el agua, acribillada, se hizo piedra, ceniza de endurecida lava. Nada altera su orden. Es tan sólo un latido del ser que, por sorpresa, llega a ser perceptible. Y se siente por dentro lo compacto del hierro, y somos la mirada misma que nos traspasa. La lucidez elige momentos imprevistos. Como cuando en la sala de proyección, un fallo interrumpe la acción, deja una foto fija. Al pronto el ritmo sigue. Y sigue el hundimiento. La pesada silueta de Louvre no se cuadraba en el espacio. Estaba instal
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