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Mostrando las entradas etiquetadas como Rafael Alberti

"Mi vida con Alberti" de María Asunción Mateo

  María Asunción Mateo (Valencia, 1944) era una joven profesora de Literatura cuando conoció a Rafael Alberti (El Puerto de Santa María 1902-1999). Ese primer encuentro, que no tuvo demasiada importancia dentro de la avalancha de conocimientos que el poeta hacía en España tras su vuelta del exilio, tuvo lugar en Baeza, en el transcurso de un homenaje a Antonio Machado. Las anécdotas de ese día las cuenta María Asunción en el arranque del libro, escrito en 2021, a los veintidós años de la muerte de Alberti y publicado  dos años después en el sello Berenice de la editorial Almuzara, con sede en Córdoba. El deslumbramiento de la profesora por el famoso escritor aparece plasmado ampliamente en sus páginas y también los encuentros clandestinos, los detalles pequeños de un tiempo de conocimiento entre una pareja que, por otra parte, no era una pareja "normal" en ningún sentido y ambos lo sabían. Por un lado, la personalidad de él y por otro lado la siempre inevitable referencia a l

Leyendo a Alberti, con un cuadro de Sisley

  (Las orillas del Oise. 1878. Alfred Sisley) Pero un aroma oculto se desliza, resbala,  me quema un desvelado olor a oscura orilla.  Alguien está prendiendo por la yerba un murmullo.  Es que siempre en la noche del amor pasa un río. (Rafael Alberti)  Los impresionistas nos caían bien. Habían tenido agallas. Lejos de echarse atrás, lejos de considerarse excluidos, habían logrado el auténtico milagro del arte: que lo bueno y lo nuevo se aliaran para convertirse en academia. Hoy los impresionistas son esos señores que pintan cuadros que a todos nos gustan. Y que quisiéramos tener en nuestros salones. Ellos, los primeros, y los subsiguientes, los que tomaron alguna pauta, alguna guía, los que transformaron la idea de la pintura estática en pintura dinámica. Aunque quizá ya en Villa Médicis Velázquez supo mucho de esto. El arte es una rueda que siempre gira y gira, que nunca deja atrás nada sino que lo transforma, a modo de energía, como el volante de un coche que tuviera la virtud de ac

Esta mañana, amor, tenemos treinta años

Una vez tuvo un amor prohibido. Prohibidísimo. Mirado por todas las partes posibles era un absoluto desastre. Ganas de buscarse problemas. Pero era por la tarde, un septiembre, caía todavía un dorado resplandor sobre la plaza, los parterres brillaban, y allá, a lo lejos, apareció él con su pantalón vaquero y una camisa blanca que llevaba, como diría Corín, arremangada hasta el codo. Nunca se había visto en otra, aquello era una visión inenarrable. Ninguna de sus amigas la creería, ni siquiera Marta, que era tan fantasiosa y veía caballeros andantes en cualquier semáforo. Eso era, precisamente, lo que la separaba en ese momento del hombre de la camisa blanca, un semáforo en rojo, justo en la esquina, al lado de la terraza en la que ella esperaba, sentada en una silla de mimbre, con las piernas cruzadas y una falda de punto muy estrecha y muy corta. Tenía unas piernas preciosas.  Los días de aquel amor no duraron mucho. No podían durar. Era una extrañeza en todos los sentidos