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Mostrando entradas de noviembre, 2023

"Mejillones para cenar" de Birgit Vanderbeke

  Mejillones para cenar. Birgit Vanderbeke Ediciones Invisibles. Colección Pequeños Placeres. 2022 Traducción de Marisa Presas La autora había nacido en la Alemania Oriental en 1956 y se marchó con su familia a la zona Occidental. Desde 1993 vivió en el sur de Francia hasta su muerte, en un pueblecito cercano a Aviñón. Esta es su primera novela y la que más éxito ha tenido. En español, aparte de este libro, solo se han publicado otros dos por parte de la editorial Salamandra (Aberta tiene un amante, Tiempos de paz). Escribió más libros pero no tuvo suerte en su publicación y, sobre todo sus últimos años, solo publicó de modo irregular. Es una de esas autoras casi desconocidas que las editoriales independientes como Invisibles sacan a la luz y generan entusiasmo entre sus nuevos lectores.  La historia que aquí se cuenta transcurre en una sola noche. La familia (madre, hijo, hija) está esperando la llegada del padre que viene de viaje y con buenas noticias. Ha ascendido de puesto y hay u

Elvira

 Elvira era una artista de cine. Tenía la figura, el rostro y el gesto adecuados. Tenía, sobre todo, el aire desvalido, la soledad y la ausencia precisas. Un pasado triste, una orfandad inexplicable y una familia extraña. Era una de esas niñas intermedias que no interesan a nadie y una joven con la mirada puesta en otras cosas, más allá del colegio y de los chicos. Por eso quizá pasó tantas horas en la sala de cine que tenía junto a la casa, esa casa familiar, blanca, casi georgiana, que se volcaba al Atlántico y que recibía el viento del sur con una elegancia única. El cine era su mayor bien y su mayor medicina. Las tristezas se volvían transparentes y las horas pasaban con una calculada rapidez. El desenlace de la película de espías o de miedo, el muchacho que cabalgaba con ese aire cansado que a ella le recordaba a alguien o el The End sobrevenido en el mejor momento, todo eso era parte de su biografía y así la transmitió a sus hijas con tanto lujo de detalles que todas podrían ser,

Hermosa peluquería

  (Nina Leen. 1952. Rockefeller Center Nueva York) Las chicas de la peluquería de Nina Leen permanecen educadamente sentadas mientras el secador hace su efecto sobre la permanente o los rulos. Todas, excepto una, están leyendo un libro o una revista. Y esa una parece aprovechar el tiempo para pensar. Cruza los brazos y espera con una tranquilidad única que el tiempo pase y se haga el milagro del pelo arreglado. Eso es ir a la peluquería. Una especie de milagro.  En Triana hay una peluquería cuyas chicas tienen el don de convertir el tedio en risas y el mal día en un deslumbrante sol. Son María José, Mary, Ana y Anabel. Si no las conocéis merecerá la pena. Son distintas entre sí, incluso opuestas, pero manifiestan toda una suave elegancia a la hora de atenderte, una entrega fuera de lo común, una inteligencia emocional más allá del trabajo con el peine, la tijera, el champú o la laca de uñas. María José es divertida, extravagante, estrafalaria e independiente. Mary es catastrófica, inve

"Un amor cualquiera" de Jane Smiley

Este es el tercer libro de Jane Smiley que reseño en el blog. Los anteriores fueron La mejor voluntad y La edad del desconsuelo , todos ellos publicados por la editorial Sexto Piso . Jane Smiley (Los Ángeles, EEUU, 1949) es una de las más interesantes escritoras de la actualidad. Escribe tanto obras de ficción como ensayos y ha ganado el premio Pulitzer de narrativa. La publicación original de Un amor cualquiera es de 1989. Se trata, pues, de historias contemporáneas, todas ellas centradas en seres humanos en apariencia como tú y como yo, gente que podemos encontrar cerca de nosotros, en el supermercado, en la escuela, en el teatro.  Rachel y Pat Kinsella tienen cinco hijos, dos de ellos gemelos. Un día ella le dice al marido que está enamorada de un vecino. Eso desencadena los acontecimientos porque el marido cogerá a los hijos y se los llevará sin decirle nada a Rachel. De ese modo ella pierde a sus hijos y empiezan los esfuerzos para poder verlos al menos. En el relato se trasluce

"Distrito del Sur. Un paisaje inglés" de Winifred Holtby

  Anna Maxwell Martin as Sarah Burton in the 2011 BBC adaptation of South Riding by Winifred Holtby. Photograph: BBC. Fuente The Guardian La historia de Winifred Holtby es la de una mujer de su tiempo. Dedicada al periodismo, fue una feminista convencida (de ese feminismo de la primera ola que tan importante ha sido en la historia de los derechos de la mujer) y que vivió pocos años (murió muy joven, a los treinta y siete años) pero que lo hizo en una época apasionante. Aunque nació en Gran Bretaña estuvo viviendo en Francia durante los años de la Primera Guerra Mundial y allí conoció a su amiga del alma, también escritora, la competente Vera Brittain . La unión entre ambas nos ha servido para que su última novela, Distrito del Sur , llegara a nosotros de forma póstuma.  Winifred fue hija de granjeros. Todavía se conserva la granja de sus padres en la pequeña aldea de Yorkshire llamada Rudston , donde nació el 23 de junio de 1898. Allí, en la iglesia de Todos los Santos se encuentra

"Diario de una soledad" de May Sarton

Diario de una soledad May Sarton Traducción de Blanca Gago Domínguez Colección Narrativas, editorial Gallo Nero Imagen de la cubierta Jean Leroy (1930), óleo sobre lienzo Título original: Journal of a solitude Primera edición septiembre 2021 Diseño de cubierta Daniel  Regueiro Este diario de May Sarton transcurre como un tranquilo río que va mostrando sus lodos, sus piedras del fondo, sus mareas y sus cambios de luz conforme el tiempo pasa y las horas pasan. Desde el principio se hace preciso tomarlo como es: una memoria íntima y activa, una muestra de escritura luminosa y una efervescente mirada alrededor. Su oficio de escritora está aquí al servicio de la verdad que enseña y por eso es tan fácil, y tan delicado, sumirse en el interior de lo que va narrando, con detalle, despacio,  abiertamente .  "Empiezo  aquí . Está lloviendo" Estas son sus palabras iniciales. Con sencillez observa lo que ocurre desde su ventana y ese primer párrafo es revelador. Pues no hay nada que sea

"Gente muy fría" de Sarah Manguso

  ¿De qué libro hablamos? Gente muy fría Su autora es Sarah Manguso , ha sido publicado por Alpha Decay y traducido por Julia Osuna Aguilar. Primera edición enero de 2023.  La imagen de la cubierta es de Frans Everbag.  Tiene 186 páginas.  **************************** ¿Qué cuenta este libro? Ruthie, la protagonista, ha vivido siempre en un pequeño y casi sórdido pueblo de Massachussetts, Waitsfield. Aunque ella no parece darse cuenta, como sucede con todos los niños, que colorean su realidad y la que los rodea, vive en una familia inhóspita, complicada y que nunca le va a dar los abrazos que necesita. La pobreza no es solo la pobreza material sino también la falta de objetivos y la falta de calor. Esa gente fría del título se transparenta en todo. Y todo lo que la rodea tiene esa misma sensación de frialdad.  **************************** ¿Quién es Sarah Manguso? Es una escritora de géneros inclasificables que ha escrito sobre todo artículos y pensamientos. Su primera novela es esta. N

La tintorería

En medio de la calle, inopinadamente, se alzaba la tintorería. El paso del tiempo ha borrado de mi mente su imagen. Además, ahora nos cuesta entender su presencia contaminante dentro de una calle habitada. Porque no era una tintorería como las actuales, modernas, eficaces, pulcras, sin olores. No era un establecimiento con grandes máquinas y un cómodo mostrador, no era solamente un lugar para limpiar en seco o para planchar los trajes, de fiesta, de novia, de comunión o de madrina...La tintorería tenía como principal función la de teñir. Se teñían de azul marino las ropas de color estropeadas que había que reutilizar y darle nuevo lustre, se teñían de negro las ropas para el luto, se limpiaban al seco y se planchaban al vapor los trajes de militares y las túnicas para la Semana Santa... La gran sala interior parecía un laboratorio y estaba llena de barreños y calderas colmadas de tinte, que despedían un olor intenso, fortísimo, que daba dolor de cabeza. En un almacén permanecí

La libertad de las azoteas

  (Puerto Real desde una azotea. Foto Juan José Iglesias, 2023) Cuando el mar se junta con el cielo y sus azules se mezclan, cuando el horizonte no tiene límite y las piedras se vuelven rosadas y perfectas, cuando la palmera mueve sus hojas impenitentes, sin reparar en que el viento siempre le gana la partida, cuando la arquitectura se motea de azul y de siglos, entonces observa el perfil detallado de tu tiempo, de tu tierra, de tu gente y tus horas.  Hay un silencio acompasado en observar desde las azoteas, ese territorio soleado y enfrentado a la umbría, ese lugar que recoge secretos, confidencias de niños y llamadas de madres. Las voces de las madres cruzan el espacio de la azotea y llegan a tus oídos: quieren que bajes a comer, que dejes de estar tumbado al sol o que abandones el libro que no sueltas desde hace varios días. Las madres convocan a los hijos para el gran rito de la olla humeante, abajo en la cocina, el lugar de culto de todas las casas andaluzas. Hay tiempo para todo,

"En Grand Central Station me senté y lloré" de Elizabeth Smart

¿Es posible enamorarse de alguien a quien no se ha visto nunca¿ ¿De alguien con quien nunca se ha hablado? ¿De alguien que no te ha dedicado ni una mirada? ¿Es posible enamorarse de alguien al leer un poema? ¿Es posible seguir amando a alguien a pesar de que sabes que no eres la única? A todas estas preguntas Elizabeth Smart  (Otawa, 1913- Londres, 1986), contestaría "sí". Es posible, diría. Es, no solo posible, sino cierto. Y por eso escribe este libro. Por eso este libro tiene sentido. Por eso y porque ella era una escritora, aunque no lo sabía, no solo una mujer enamorada. Las mujeres enamoradas lloran en cualquier lugar del tiempo y de las ciudades. Las escritoras, trasladan las lágrimas al papel y, al hacerlo, esas lágrimas ya no son suyas, pertenecen al lector que encontrará en ellas, seguro, algo de su propio dolor o de su propia dicha. Es así como la literatura se convierte en un espejo en el que mirarse y mostrarnos.  Su vida y el libro son la misma cos

Sin luz

  Cada vez que falla una de las luces hay que avisar a alguien para que la repare. A veces se tarda mucho tiempo en dar el aviso y estamos casi a oscuras. Desde que él se fue (irse es el eufemismo de morirse) las pequeñas reparaciones se quedan a la intemperie, no hay forma de que la casa funcione con normalidad, todo parece que se va deteriorando sin remedio. Haría falta arreglar una persiana, cambiar el toldo, restaurar las luces que no encienden, solucionar el atasco, colocar las baldas de una de las despensas que se han caído y cuyos topes laterales no sé por dónde pueden andar...todas esas cosas que él hacía y que parecían insignificantes y que, después de todo, marcan el ritmo de la vida. Llega un operario cuando la cosa no puede andar más, hace su faena, cobra y se va. Eso es todo. En realidad, todo es nada en este caso. Nada es como antes. Nada será nunca como antes. Nada marcha. Nada vive. Nada brilla. Nada luce.  (Foto: William Eggleston)

La belleza de lo sencillo

     A veces sueño con jardines. Recorro largas distancias sin cansarme, sin dolores, sin miedos, las recorro y a cada lado hay jardines, flores de todas clases, plantas, macetas y tiestos, setos, arriates. Querías tener un arriate en nuestra casa pero no pudo ser, fue una de tantas cosas como quedaron inconclusas, sin posibilidades de existir. Las plantas han desaparecido todas. Desde que estoy encerrada en este aquí que no entiendo sueño con jardines. Y son los extraños jardines de Eggleston y veo sus coches, sus enormes coches, coches de todos los colores, coches en los que podría viajar al mundo entero, sin que esta inmovilidad de sentimientos sea un impedimento para nada. 

Tertulias

  Creo que fue Clarice Lispector la que dijo que solo se escribía de la memoria no vivida. O algo parecido, que se escribía lo que no se había vivido. Tengo un poco de lío al respecto con las citas. No he leído mucho de ella pero me cae bien, creo que era una persona interesante. Me gustaría tener amigas de esta clase, o amigos, claro está, gente con cosas que decir. Esas tertulias en las que los amigos se sientan con tranquilidad y charlan de cosas que a veces son tonterías y a veces no. Las he vivido, las he disfrutado antes, antes de este tiempo de ahora en el que solo hay vacío y dolores. Sí, las he vivido en la pandilla de juventud, con mis colegas de trabajo, con la gente del flamenco, con mis hermanos y mis padres, con las amigas de la calle, con las compañeras de piso, hasta hace muy poco con Luis y María y Carlos y Jose...Todo eso terminó. Por eso he de hacer lo mismo que Clarice Lispector, escribir, escribir de lo que ahora no sucede. De las tertulias que no son, de los abraz

Esa geometría del desprecio

Acuno soledades y, alguna vez, preguntas. Las certezas no existen, salvo para negarme, para negarlo todo. Avanzo entre las piedras, el suelo tiene la dureza de las tardes oscuras, esas en las que nadie más pisa las calles, esas en las que corro sin sonidos. En uno de los rincones que suelo atravesar está su imagen. Le he perdonado todo, casi todo. Desde el vacío, desde el sueño imposible, hasta la mentira piadosa y la mentira cruel. Todo. Le he perdonado todo. Por eso hoy ya no tengo palabras que ofrecerle y por eso las mezclo con las fotos de un espacio perdido en un país tan lejano como él.  Durante mucho tiempo reuní en pequeños fardos de ignorancia todas las dudas de un tiempo ya caduco y las puse delante de sus ojos porque creía en él. Creía en sus respuestas y en sus vacilaciones. Tan grandes era mi miedo que tuve que creerme que era cierto aquello que decía sin convicción. Mentía. Todo era falso. Era falso y mentía. Eran mentiras llenas de espejismos, de personas sin r

Declaración de amor

(Renoir. Dos niñas al piano) El colegio aparecía en la esquina de una espaciosa calle del centro. Estaba rodeado de casas hermosas, la mayoría de ellas de una planta, aunque estaban coronadas por torres, buhardillas o azoteas al estilo del sur. La fachada era blanca con remates de color albero y tenías que subir tres escalones de mármol para acceder a la entrada, bordeada de azulejos esmaltados, formando cenefas y dibujos geométricos, verdes, azules, malvas y corintos. Después, traspasando una puerta de hierro y de cristal, aparecía el enorme patio, cuadrado y enlosado en tonos ocres, al que se abrían las aulas, los servicios, y, al fondo, una puerta secreta que comunicaba con la casa del director.  El zumbido de la poesía se oía a veces en alguna de las clases y también el dictado de Platero y algunas canciones que los más pequeños entonaban con poca fortuna. Un piano estaba en un rincón de la sala de música y la pequeña biblioteca estaba forrada de arriba a abajo con estan

A la sombra de un lazo violeta

Las tardes tenían un denso tono amarillo porque el calor se aposentaba en ellas y no se marchaba hasta bien entrada la noche. Los amaneceres sorprendían a todos en medio de un sueño tardío y sudoroso. El pueblo se aletargaba en verano y extendía su placidez como una cinta dorada al borde la carretera. Las tareas diarias, las compras, el trabajo, el vino del mediodía, todo se convertía en un ejercicio lento, demorándose los sentidos que sólo parecían despertar en la madrugada, cuando, por fin, un fino manto de transparente rocío lo cubría todo. Así, las horas se escribían con el paso cansino de los rayos del sol, que, día a día y sin descanso, presidían la vida del pueblo.  La casa poseía una gigantesca alberca, un espacio húmedo y fresco, teñido de azul, encajado en la huerta a la que daban las habitaciones de atrás. Un lugar privilegiado, único. Las habitaciones tenían una pequeña terraza, suficiente para sentarse a esperar que el cielo se cerrase, que las estrellas lanzaran

Bradley, Schopenhauer y tú misma

La canción podía llamarse "Hacia dentro" o "Desde dentro". Hacia, desde, casi lo mismo. No exactamente. Más o menos igual. Todo lo que soy está en mí. Nada de lo ajeno soy yo, salvo si lo interpreto, lo respondo, lo cuento, lo adquiero, lo amo. De esa manera, con otras palabras, lo contaba el filósofo y era consciente de que estaba enhebrando una aguja para la costura de ideas que antes no se habían expresado. Al fin, a eso se reduce todo. A contar las cosas de otra forma. A verlas de un modo diferente. A ser originales, no como una moda pasajera, sino como una actitud. Criterio. Pensar. Demasiadas veces el cartón de la copia se superpone a la originalidad de las mentes libres. Ser libres pero estar juntos. Ser libres, en todo caso.  La canción tiene muchos nombres pero la imagen de ese hombre con pelo largo y barba descuidada está sobre el escenario sugiriendo que no han pasado para ti los días gloriosos del abrazo más cierto. A pesar de todo. A pesar de lo

Un vestido lavanda con fondo de ojos verdes

No diré ahora tu nombre porque desapareciste con la vida y estas palabras no vas a leerlas. Sé que andas por ahí, casado, con hijos, eres un triunfador. Entonces ya lo eras. Tenías una mirada perfecta, verde y atlántica, a pesar de que vivías tierra adentro y no eras un hombre de mar. Los hombres que han nacido en la mar no tienen ese ansía de mujer que tú gastabas. Más bien parece que el agua los limpia del exceso de deseo. Pero la gente de tierra adentro sabe muy bien cómo el abrazo es el pasaporte perfecto para la noche y el día. Para la mañana y la madrugada.  Había feria en no sé qué pueblo de las cercanías y tú me invitaste a ir contigo. Eso salvó la fecha de cualquier otra incidencia y la convirtió en la antesala de la gloria. Mi risa retumbaba desde el amanecer cuando el calor me apartó de la cama y me lanzó casi derecha a la piscina, tanta era la resaca de una noche baldía de descanso. El mediodía, pleno de confidencias, hizo que bebiera algo más de lo que podía s

Todo lo que existió estaba en sus manos

(Jeanne Hebuterne. Amedeo Modigliani) Un día el sol quemaba y, al día siguiente, las nubes habían arrebatado el aire y ya no existía sino un frío polar, un viento desapacible, un anuncio cierto de tiempos más oscuros.  En la mecedora, el balanceo de su cuerpo era imperceptible. Las fuerzas se concentraban solamente en sus manos. Manos aladas, manos llenas de dolor, manos ancladas en el paso de las horas. Las manos se movían cada vez menos y eso era el final. Todos lo sabían.  También ella lo supo. Amaneció con la esperanza de un milagro. Pero los milagros no existen. Y, si existen, son milagros piadosos que recortan el eco de sufrir y no se convierten en minutos de vida, sino en duelo sin remedio.  Lo supo y anduvo despacio, sin hacer ruido, cuidando de que la escasa sonrisa se mantuviera al menos. No hablaban de la muerte, esperaban la vida. No se dijeron cosas. No ajustaron las cuentas. Todo quedó en el limbo de lo que no se dice, de lo que no se cuenta, de lo

Madre

Tus libros y tus cosas. La blanca estantería. La ventana. Asomarse y retener el sol en las pupilas. Mirar el horizonte. Buscar, en la cartografía de la memoria, el paisaje perdido de la infancia; el pueblo aquel, sus casas y su gente. Tus amigas, tu escuela, tu maestra. Tu padre, en la distancia. Tu madre, en la retina.  En ti vivía la risa. Reías por cualquier cosa. Una risa rotunda, convincente. Una risa capaz de hacer creer que eras la Campanilla de la historia. Una niña con alas, un hada, una borrosa forma blanca y transparente mezclada con el sol de los esteros y el resplandor del aire de poniente.  Ay, tus viejas películas. Ese amor al cine que escribiste en tus ojos cada noche, cada tarde, a escondidas en la butaca oscura del teatro, cerca de las estrellas, en la noche, en cines de verano trashumantes, que buscabas sin dudarlo siquiera. Toda tu vida soñaste con el cine que los días eran otros, que transcurrían en la serena humedad de la costumbre, sin miedo a sobr

Papá

Los niños andan atareados. En todas las clases hay barullo de papeles de colores, de lápices, de rotuladores, de tijeras...Todos, incluso los que son menos mañosos, se afanan en decorar una tarjeta, hacer un recortable o un cuento. Preparan los regalos del día del padre. Los llevarán a casa y esperarán la mirada satisfecha de su papá y quizá una lágrima furtiva que a algún padre se le escape.. Esto no tiene que ver con la lista de regalos de los grandes almacenes, ni con los anuncios de la tele, sino con el invisible lazo que une a los hijos con sus padres, un lazo indestructible, aunque invisible. Estos padres de ahora no son, a simple vista, como los de antes. Tienen la enorme suerte de poder estar más tiempo con sus hijos y no los ven ya acostados, como solía pasar cuando el trabajo los ataba tristemente a ser una especie de fantasmas con escasa presencia. Pero, aún entonces, desde lejos, los padres eran el referente único al que uno volvía la vista en todas las ocasiones, la seg