La libertad de las azoteas

 


(Puerto Real desde una azotea. Foto Juan José Iglesias, 2023)

Cuando el mar se junta con el cielo y sus azules se mezclan, cuando el horizonte no tiene límite y las piedras se vuelven rosadas y perfectas, cuando la palmera mueve sus hojas impenitentes, sin reparar en que el viento siempre le gana la partida, cuando la arquitectura se motea de azul y de siglos, entonces observa el perfil detallado de tu tiempo, de tu tierra, de tu gente y tus horas. 

Hay un silencio acompasado en observar desde las azoteas, ese territorio soleado y enfrentado a la umbría, ese lugar que recoge secretos, confidencias de niños y llamadas de madres. Las voces de las madres cruzan el espacio de la azotea y llegan a tus oídos: quieren que bajes a comer, que dejes de estar tumbado al sol o que abandones el libro que no sueltas desde hace varios días. Las madres convocan a los hijos para el gran rito de la olla humeante, abajo en la cocina, el lugar de culto de todas las casas andaluzas. Hay tiempo para todo, dicen las madres cuando los hijos les piden un rato más de contemplar el día, un momento más de apreciar el salino sabor del aire que circula, un tiempo más largo para que la soledad haga su efecto. Las madres no quieren soledades, prefieren los abrazos y cuando los hijos se marchen tendrán siempre un dolor inexacto en el costado, un hueco, una verdad, un sentimiento. Bajad de la azotea que la comida está lista, dicen siempre las voces de las madres. 

Hay un orden interno en esos elementos inconexos, restos de construcciones, puertas sin dinteles ni hojas, ventanas entreabiertas, superpuesta presencia de la modernidad que tiene un nombre raro en cualquier caso. Al fondo, sin embargo, la torre ha decidido convertirse en el eje de la fotografía y la perspectiva se agranda con su fugaz presencia, con su esbeltez presentida. Es así como la mirada se detiene en lo más alto y cómo el azul se transmite a la piedra de siglos y cómo los ojos, abiertos siempre a la contemplación de la belleza, ahondan en la memoria y se sienten atados y cubiertos de un recuerdo que no es otra cosa que la huella de la vida. La libertad errante de las azoteas, la dejadez aparente de sus contornos, las subidas y bajadas, las escaleras mal dispuestas, los colores inconclusos, los perfiles extraños, todo converge en el sueño de lo que fuiste y todo termina siendo un gran contenedor de la nostalgia. Libre para recordar lo que fuiste, libre para esperar que nada acabe. 

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