Concha Méndez: un fresno en el centro de la casa


María Zambrano escribe la presentación de este libro que tengo en las manos y que releo mientras escucho a Norah Jones (siempre la misma música). Es un texto breve que sitúa a los principales personajes de esta historia que siempre me parecieron héroes mitológicos, gente que logró empezar de nuevo cuando parecía que todo había concluido. Lo que para algunos fue el final de la guerra para otros, muchos, constituyó el inicio de una aventura vital. Y esto vale no solo para los que se fueron, sino para los que se quedaron. Las guerras son el fracaso de la civilización y de esto sabían mucho los griegos. En 1939 y en los meses anteriores cuando se observaba con preocupación el fin de la democracia en España, por imperfecta que esta fuera y por poca confianza en ella que tuvieran unos y otros, ya hubo movimientos que indicaban que una parte importante de la intelectualidad y de los artistas iban a exiliarse.

La historia del exilio se está construyendo ahora y algunas biografías memorables aciertan a indicar qué significado tuvo en la creación y en la vida personal de sus protagonistas. Siempre defiendo que hay otro exilio interior que afectó a aquellos menos favorecidos por la suerte, las amistades o el dinero, y que ese exilio interior fue tan potente que cambió la vida de generaciones enteras. En realidad, ahora lo sabemos, los tres años de enfrentamiento fratricida nunca han sido superados en nuestra historia.
Paloma Ulacia Altolaguirre es la hija de Paloma Altolaguirre Méndez y esta, a su vez, es hija de Manuel Altolaguirre y de Concha Méndez. Sus palabras de presentación nos dan cuenta de la vida de Concha Méndez en el exilio. Permaneció aislada, nos cuenta. "Los españoles habían sido víctimas de una trampa impuesta por el exterior, que bajo pretexto de defender ideales se habían asesinado entre hermanos, amigos y vecinos" Esa era la opinión que Méndez tenía de todo aquello. Además, hablaba de la misoginia, tan presente, tan evidente cuando Gerardo Diego la dejó fuera de su "Antología". Desde 1944, el año en que Manuel Altolaguirre, su marido, la abandonó, esa marginación de Concha Méndez en el ambiente mexicano fue a peor. "Los exiliados, sobre todo los hombres porque las mujeres se asimilaron a la vida cotidiana, siguieron con sus antiguos pleitos entre partidos políticos, en tertulias, cafés; continuaron siendo víctimas de las ideologías, tan intransigentes como lo fueron durante la guerra, aunque en el exilio sin que el exterior les facilitara las armas para matarse" Concha Méndez lleva sobre sí el sello de haber sido la persona que acogió a Cernuda en su casa de Coyoacán, llamada "Tres Cruces". Su única hija, Paloma Altolaguirre, se casó con Manuel Ulacia en 1952 y un año después llegó Cernuda a vivir con ellos. Todos en la misma casa, una casa pequeña, que tuvieron ampliar no solo por la llegada de Cernuda sino porque tuvieron cuatro hijos.

Mucho del interés que despiertan los Altolaguirre-Méndez tiene que ver con Cernuda y con los poetas y artistas con los que trataron durante su vida. Es un interés de intermediarios. Ellos lo sabían y desde luego eran conscientes. Por lo que cuenta Paloma Ulacia a su abuela esto no le molestaba porque tenía un gran cariño a Cernuda y porque asumía como una parte importante de su vida todas las relaciones que había tenido con esa pléyade de poetas, intelectuales y artistas que se separó tras el final de la guerra.

En una entrevista realizada a Paloma Altolaguirre por James Valender, publicada en la Revista de la Universidad de México, en noviembre de 2013, número 117 de la segunda época, se desgrana con detalle lo referente a Cernuda en Coyoacán y aquí se confirma que el cariño que toda la familia tenía a Cernuda hacía que les importara que la atención de los periodistas o estudiosos se centrara en ellos a través del propio poeta sevillano. Dado que Cernuda vivió ya con el matrimonio Altolaguirre-Méndez en Madrid, está claro que sintió a esta familia como suya, como la familia que quizá nunca tuvo en el sentido que él deseaba.

Pero las memorias de Concha Méndez, escritas por su nieta Paloma Ulacia a través de las grabaciones que realizó a su abuela cuando esta contaba ya más de ochenta años, no son únicamente una reseña más o menos fiable de la relación que tuvo con Cernuda y con otros poetas y artistas en general. Ni siquiera tiene el papel central su matrimonio con Manuel Altolaguirre. Es ella la protagonista, la propia Concha, su vida tal y como ella la vivió, la entendió y la soñó. Esto es una cuestión que puede resultar asombrosa. Cómo es posible que sobresalga en el marasmo de tantas relaciones cenitales la vida de una mujer que parece estar en la sombra...Pues basta con leer el libro para entenderlo. Para conocerlo y asimilarlo.

La narración aparece en primera persona. Paloma Ulacia ha recogido fielmente, dice, el estilo de su abuela. Y es un estilo sencillo, sobrio, pero lleno de color, de sentimiento y de belleza. El libro se lee con rapidez y con agrado, a veces con tristeza, otras con un enorme asombro.

Hija de una familia que se enriqueció con las obras, con muchos hermanos y unos padres estrictos, ella siempre quiso volar, siempre quiso ser algo distinto a lo que era. No se conformaba con el destino de las niñas, siempre a la sombra. Por eso buscó la forma de salir de ese círculo tan estrecho y por eso lo consiguió. Fue novia de Buñuel durante siete años, pero era una novia secreta que ni siquiera se trataba con los compañeros de la Residencia de Estudiantes. Quiso conocer a Lorca y lo hizo por sí misma. Igual puede decirse de otros personajes ilustres de la Edad de Plata a la que ella pertenece por derecho propio. La escritura formaba parte de su ser pero no lo sabía y no lo supo hasta pasado un tiempo. Era una muchacha atlética, deportista, trabajadora, a la que no se le caían los anillos por hacer trabajos duros, como manejar la imprenta manual del que fue su marido, Manuel Altolaguirre, el poeta, impresor, dramaturgo, nacido en Málaga y siete años menor que ella, algo que despertó comentarios insidiosos cuando se casaron. Era también una mujer elegante, tanto en su porte como en su conducta. Nunca menciona en el libro a la "otra", la mujer cubana de vida y carácter extraños que fue la segunda pareja de Altolaguirre y por quién él la abandonó aunque fue un abandono muy curioso porque no dejaba de pasar ningún día por su casa a verla a ella y a ver a su hija Paloma, a la que adoraba. La muerte de Altolaguirre, en un accidente de coche en España cuando contaba 54 años y había venido al festival de San Sebastián, supuso una tristeza enorme para ella y también para su hija.

Estuvo rodeada de poetas y de artistas. La Generación del 27 debe mucho a Concha Méndez y a su marido, pues fueron ambos los que dedicaron esfuerzos ímprobos, dinero y trabajo para que se publicaran sus libros. En la colección "Héroe" vieron la luz "Primeras canciones" de Lorca, "Primeros poemas de amor", de Neruda; "El rayo que no cesa" de Miguel Hernández; "Las invitadas" del propio Altolaguirre; "Niño y sombras" de Concha y "La realidad y el deseo" de Luis Cernuda. Este último vio la luz en 1936, en esos momentos difíciles y peligrosos que estaban a punto de partir en dos la vida de los españoles. Lo cuenta ella con detalle, cómo en la velada para leer parte del libro Federico tenía un aire extraño y elogió la obra de Cernuda. Federico nunca elogiaba a nadie, dice Concha, así que todo era muy extraño. Al día siguiente se fue a Granada para encontrar la muerte.

"Alberti se comportó con nosotros de manera desleal y muy desagradable, ya que un día se le ocurrió tomar los nombres de Aleixandre, Cernuda, Moreno Villa, el de Manolo y el mío para incluirnos en un manifiesto comunista para el cual necesitaba el apoyo de los escritores. Los tomó, poniéndonos en peligro, sin que ninguno de nosotros estuviera de acuerdo con la infiltración de la ideología comunista en España" Esta afirmación da cuenta de las ideas políticas de Concha Méndez que tuvo la clarividencia de entender que esa guerra era mucho más que una guerra cualquiera. "España fue utilizada para discutir y plantear problemas ajenos a ella. Por un lado, los nazis habían comprado a los militares encabezados por Franco y por otro, se infiltró la ideología estalinista. Ellos pelearon entre sí y a nosotros nos confundieron. Los españoles peleaban entre hermanos y todos perdimos, en ambos lados se cometieron horrores e injusticias. Empezaron a pasar cosas de infamia, en los famosos "paseos", tanto los de izquierdas como los de derechas, sacaban a sus opositores de "paseo" y los fusilaban". 

Concha Méndez expresa con mucha suavidad su queja hacia algunas de las personas que se encontró en su vida. Nunca lo hace de manera agresiva sino con cierta grandeza de miras, como si, en realidad, todo eso fuera accidental y lo importante quedara a salvo, resguardado. Tener ochenta y tantos años y mirar por la ventana de su casa para ver el jardín, eso es un regalo de la vida después de haber pasado incluso por un intento de suicidio. Tenía cierta conciencia de que Cernuda en realidad no la quería, aunque lo atribuía a su carácter difícil y retraído, porque sí observó que quería a sus nietos y lo demostraba. Dejó que figurara como alma mater de la revista "Caballo verde para la poesía" a Pablo Neruda aunque todo el trabajo, el dinero y la gestión de la misma era de ella y de Altolaguirre. Agradece la intervención de algunas personas que la ayudaron en determinados momentos pero también muestra una templanza de carácter que la distinguen de una forma inequívoca.

Su hija Paloma nació en Londres y sus padrinos fueron Vicente Aleixandre y su cuñada Conchita. Esto nos muestra hasta qué punto estaba separada y distante de su familia, a la que volvió a ver muchos años después de marcharse con ocasión de una única visita que hizo a España en 1966. Parece que era una mujer que tenía la facilidad de adaptarse allí donde estuviera y que veía el lado bueno de las cosas sin engañarse. Tampoco era nada fanática, ni tenía ningún interés en mantener discusiones políticas después de que el fantasma de la guerra la hubiera convertido en exiliada. En realidad, era una mujer libre de pensamiento y de convicciones, que deseaba disfrutar al máximo de la vida sin que le pusieran cortapisas. Pero eso era todo. No fue a la universidad y eso es algo que le pesó. Dejó el colegio a los catorce años pero aprendió pocas cosas de las que a ella le interesaban realmente. "Las niñas no son nada" le dijo un amigo de su padre de visita en la casa cuando ella manifestó que quería ser capitán de barco. Ser la mayor de once hermanos le imprimió personalidad y responsabilidad, pero no dejó nunca de tener esa rebeldía innata que la hacía pasear por la Gran Vía con su gran amiga Maruja Mallo y sin llevar sombrero.

La gran virtud de Concha Méndez fue esa, adaptarse a las circunstancias. Se adaptó al abandono amoroso de Buñuel, que la dejó a los siete años de novios, y de Altolaguirre. Se adaptó al exilio y al vaivén de un país a otro. Se adaptó a la enfermedad, cuando, tras una caída al venir a España estuvo atada a la cama durante meses y perdió su anterior movilidad. Se adaptó a la misoginia que le impuso la invisibilidad de que su poesía estuviera siempre a la zaga de la de los hombres. Se adaptó a no poder ir a la Universidad. Se adaptó a vivir de una forma sencilla, a no tener dinero, a no tener vestidos, a desaparecer de la vida social, al silencio.

Y, sin embargo, esa adaptación inteligente nunca significó sumisión, ni servilismo, ni abdicación de sus ideas y sus principios. Los mantuvo pese a todo y hasta el último momento ejercitó esa labor empática, esa actitud de escucha comprensiva que hacía que la gente se le confiara de forma espontánea; esa generosidad apabullante; ese abrirse a todos y a ofrecer lo que tenía para ser compartido. Por todo ello fue polifacética: poeta, editora, impresora, viajera, campeona de natación, sinsombrero, activista de la vida, compañera, esposa, madre, abuela, amiga. Risueña encantadora de serpientes. Admiradora de poetas sin suerte. Defensora de la tauromaquia, a la que defendió delante de unos ingleses críticos; inspiradora de artículos de arte, según le confesó Juan de la Encina; pionera del asociacionismo femenino pues fue una de las fundadoras del Liceo Club Femenino de Madrid, en donde las mujeres se reunían para tener voz y palabra y adonde se negaban a asistir algunos conspicuos intelectuales, como Buenamente, que contestó a la invitación "¿Cómo quieren que vaya yo a dar una conferencia a tontas y a locas?"...Amante del arte, amiga de artistas, aventurera.

La historia de Concha Méndez merece ser leída. No encontrarás lugares comunes, tópicos, eslóganes. Los nombres que en ella aparecen, por rutilantes, no opacan su figura sino que, al contrario, la realzan y complementan. Las anécdotas de la vida cotidiana son aquí el espacio esencial porque es lo que importa después de todo, viene a decirnos. Por sobre todas las cosas es una llamada de advertencia contra el dolor que ocasiona la guerra, ese mal que nunca se despeja del todo y que desune familias y alimenta el odio. El amor en todas sus manifestaciones es una fuente esencial de alegría y de dolor, ambos unidos y mezclados. La amistad y la duda. El camino por recorrer y los sueños hallados. La literatura. Concha Méndez reivindica su escritura, esté o no en las Antologías. Reivindica su talento para escribir, la facilidad con que la poesía rebosa su espíritu y se plasma en papel. La suerte que la vida le ha deparado, el quedarse con lo mejor, el sentir que hay que expresarse porque esa expresión es lo que nos es dado como el mayor regalo de todos. Memorias que son vida. Imposible no quedarse con las enseñanzas que nos muestra tan sencillamente. Imposible no pensar en que, sin duda, hay mujeres de luz, hay personas de luz. No creo, estoy segura, que la Generación del 27 hubiera sido lo mismo sin gente como ella. Portera de las noches y el insomnio, vital soporte de las penas más duras, ella,  la luz, la casa, un fresno en el centro del salón para recoger las hojas en el otoño y las flores en cuanto salta en primavera la estación de los sueños.

Concha Méndez. Memorias habladas, memorias armadas. Paloma Ulacia Altolaguirre. Presentación de María Zambrano. Biblioteca del exilio. Editorial Renacimiento, 2018.

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