El vestido
Tendrías que fijarte mucho y aún así te costaría encontrarlo. Está, o estaba, al final de las perchas, casi escondido, en el fondo del armario, en un lateral de difícil acceso. Nuevo, sin estrenar. Envuelto en una funda de plástico azul, muy tiesa y brillante. Con la etiqueta todavía colgando del cuello y esa tersura de las cosas sin tocar. Ningún piano que no haya sido machacado por las manos del hombre merece la pena, dice Eleanor Parker a un orgulloso Charlon Heston en "Cuando ruge la marabunta". La pureza es un estorbo porque significa, sobre todo, soledad, territorio no amado, no acariciado. El vestido se mantiene perfecto, huele bien, tiene la tela suavemente dispuesta dentro de la funda, el largo elegante, la forma adecuada. Es un vestido que merecería la pena usar si ello fuera posible. Un día recibió una carta de él en la que le decía que pronto habría una cita. Una cena romántica junto al río. Él iría vestido de azul, el color que mejor le sienta, un a