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Mostrando las entradas etiquetadas como Invierno 2018

Las mujeres silenciosas de Anna Ancher

Un resplandor dorado contradice el aire callado, el silencio que suena. La habitación permanece a la espera de una buena noticia, una ventura. Las flores se reflejan en la luz de una ventana inexistente y el costurero se abre como una maravilla, un tesoro de hilos, de agujas y tijeras. Las manos se sitúan exactamente sobre la tela blanca y primorosa y ella guarda secretos que nadie más conoce, adornando el silencio con su mirada oculta. A veces una lámpara se enciende en cualquier parte. La ventana se agita y la flor envejece. La mujer se ha parado y se pregunta a solas de qué forma guardarse para sí ese descubrimiento que ha convertido en duda su esperanza. Así, sensatamente, sin tener que engañarse, sin miedos y sin dudas, ella sabrá seguir ese camino claro que acuñó sin quererlo muchos años pasados y escribirá su nombre en cualquier parte, sin permitirse volver el rostro ante el desconocido. Tantas veces la vida te enseña de repente que has gastado las horas en una antig

Esa geometría del desprecio

Acuno soledades y, alguna vez, preguntas. Las certezas no existen, salvo para negarme, para negarlo todo. Avanzo entre las piedras, el suelo tiene la dureza de las tardes oscuras, esas en las que nadie más pisa las calles, esas en las que corro sin sonidos. En uno de los rincones que suelo atravesar está su imagen. Le he perdonado todo, casi todo. Desde el vacío, desde el sueño imposible, hasta la mentira piadosa y la mentira cruel. Todo. Le he perdonado todo. Por eso hoy ya no tengo palabras que ofrecerle y por eso las mezclo con las fotos de un espacio perdido en un país tan lejano como él.  Durante mucho tiempo reuní en pequeños fardos de ignorancia todas las dudas de un tiempo ya caduco y las puse delante de sus ojos porque creía en él. Creía en sus respuestas y en sus vacilaciones. Tan grandes era mi miedo que tuve que creerme que era cierto aquello que decía sin convicción. Mentía. Todo era falso. Era falso y mentía. Eran mentiras llenas de espejismos, de personas sin r

Carta a un hombre que no debió morir

(Gregory Peck fotografiado por Nina Leen en 1947)  Esa noche no me asustaron los fuegos artificiales, no escondí mi cabeza debajo de la almohada. Tampoco me dio miedo la tormenta de meses después. No perdí los nervios en el barco, ni en el avión, ni en ninguna circunstancia. En todos los momentos complicados se oía la balsa serena de tu voz diciendo: Respira. Así que respiré y al final de esa respiración siempre estabas tú. El hombre bueno, el tipo cabal, el enterrador de la zozobra, la terminación del miedo. La única persona que me conocía tal y como soy, a pesar de que no leíste nunca a Jane Austen, a pesar de que no leíste nunca lo que yo escribía. He conocido a muchos hombres. A algunos de ellos los quise. Otros me quisieron. Nadie me quiso como tú. En todas las circunstancias y eso no era fácil. Sabes, sabías, que soy quisquillosa, irascible, miedosa, susceptible. Sabes, sabías, que necesito llevar la razón en algunas cosas. Que conmigo es difícil discutir. Que me enfadan

Una mujer sola

Comenzó un nuevo año y se preguntó qué cambiaría para ella. Si seguirían existiendo esas lagunas de silencio por las tardes. Si al levantarse por la mañana se preguntaría por qué. Si el sonido del teléfono sería una excepción a la regla. Si cada hora, cada segundo, constituirían una continuación irrazonable del paso del tiempo. Tembló de pensar que todo se escribiría de la misma forma, las mismas soledades, el mismo lento transcurrir de los sueños, la desaparición de la esperanza. Y se miró en el espejo para tratar de dilucidar algún secreto, alguna oculta pregunta. Nada de eso le devolvió su imagen. Fueron otras mujeres, en un suave murmullo de opiniones, las que, desde los libros o desde el ordenador, desde las redes o desde la vida, le abrieron una ventana que explicaba algunas cosas. Era una mujer sola. Lo que se entiende en esta sociedad por sola. Una mujer que no tenía pareja. Peor, que la había perdido después de que sus días fueran compartidos. Que conocía gente pero q

La frágil realidad de sus mentiras

(Fotografía: Nina Leen, 1955) Suena la música y se apaga el teléfono. No hay nada que pueda traerte ese sonido, ninguna ilusión, ninguna buena noticia, ningún estremecimiento. La canción se eleva por encima del aire y cubre la habitación como si fuera una cúpula, un lugar extraño, nacido para eso, para entenderse en los peores momentos y en los buenos instantes. Suena la música y no queda otra cosa que esperar, entender y sentir los latidos de las voces, inflamadas del misterio que atrae, desde siempre, a la gente que se ama. Falta el amor y el amor se aloja en cualquier sitio, fuera de tu alcance, fuera de ti misma, fuera de todo, tan lejos. No en un país exótico, no a miles de kilómetros, a solo diez minutos la inmensa realidad de sus mentiras. Así que deja ahora la música sonar, que la música guarda un secreto que nadie más conoce y no olvides que, ante todo, si te has vuelto a engañar no ha sido cosa tuya. Es que, seguramente, hay cosas imposibles que te nublan la vista y l

Le he querido tanto...

Si fuera preciso os contaría el momento exacto en que le vi. Cómo iba vestido, en qué tonos, qué resplandor tenía su mirada. Contaría el movimiento de sus manos y la forma de andar y contaría casi todo sin olvidar un detalle, con la música de fondo de cualquier canción, incluso en silencio. Le he querido tanto...Era una luz, una risa, una esperanza, una huella sin mácula. Una vez llegaron unas flores blancas, con una vela redonda y ámbar, rodeada de hojas secas y de racimos de pequeñas uvas rojas. Era navidad. En otra ocasión fue un estallante cesto de claveles, rosas y lirios azules, colocados con primor en un recipiente de mimbre con un lazo azul claro en uno de los costados. Y hay libros por aquí que llevan su nombre. Y una taza amarilla con la imagen de Jane Austen. Y libretas de colores. Y una bandeja para poder leer sentada en el sofá. Esas cosas. Le he querido tanto...Me estremecía pensar que existía, que estaba en alguna parte, que había alguien como él. Nunca soñaba con qu