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Mostrando entradas de febrero, 2019

Algunos adjetivos

     Apenas te conozco. Si conocer puede llamarse a ese acto íntimo de oír tu voz entre los instrumentos. O la sonrisa esquiva y tímida en un vídeo de Youtube. Apenas te conozco pero esta es la mañana gris y lluviosa en que pongo tu voz para que acune las palabras que escribo. No hay nada más perro que el amor, dices mientras tecleo con decisión en este ordenador, después de haber dejado a un lado un libro que me ha hecho atrapar las palabras en el aire.           Los dos, el libro y tu música, sois los magos de un día que ha empezado lleno de convicción. Sí, debo hacerlo, lo haré, porque merezco hacerlo, porque no quiero ser cobarde. Porque odio el victimismo y la autocompasión. Esas dos palabras las usa ella, la mujer del libro. Me resuenan en la cabeza y me salen a las manos. Los ojos me lagrimean porque la alergia primaveral está haciendo de las suyas y quizá porque abuso de la lectura en estos días. Qué podía hacer, si no. Dónde podía encontrar consuelo, si no es en las pala

Una historia real

Esta película bien podría catalogarse de cine histórico. Aunque los personajes sean inventados.  Aunque los escenarios sean inexistentes. Porque uno de esos personajes guarda un sospechoso parecido con alguien que incendió un continente. Y el otro es la viva imagen de las miles de personas que sufrieron cárcel, tortura o muerte. No es una película histórica al uso, pero habla de una historia que no deberíamos olvidar.  El discurso final de “El gran dictador” puede ser el alegato más vibrante contra el totalitarismo que hayamos oído nunca. Solo por ese discurso valdría la pena la película. Algunas de sus frases asaltan nuestro pensamiento una y otra vez: Los seres humanos queremos vivir para la felicidad del otro, no para su desgracia. Pero hemos perdido el rumbo, la codicia ha envenenado el alma del hombre. Nuestro conocimiento nos ha hecho cínicos. Pensamos demasiado y sentimos muy poco. No desesperen. El odio del hombre pasará y los dictadores morirán. Soldados, no sois má

Hombre ansiado

Era una tarde de otoño ventosa y fría. El suelo estaba húmedo. El día anterior había estado lloviendo. Los castaños, perdidas sus hojas, ofrecían sus ramas desnudas a la intemperie. Sonaba a soledad ese camino perdido al final de la casa. Nadie solía andar por allí. Nadie lo conocía. Ella salió de casa apresurada. Como si temiera que alguien la vigilara. Como si cometiera un pecado mortal. Creía en los pecados. Sabía que estaba condenada, porque, cada día de su vida, el pecado la cercaba como algo inevitable. Pero no le importaba. Ahora solo tenía un deseo. Un único deseo. Un deseo irrefrenable. Un deseo que todo lo cubría. Que todo lo ocupaba. Que todo lo llenaba de suaves aristas, instaladas bajo la piel, como si fueran hormigas que corrieran a sus anchas. Como si el surco de las venas se llenara de espejos que le devolvieran su imagen en esos instantes previos. Los ojos llenos de fuego, las manos ansiosas, el cabello despeinado. Un vestido rojo oscuro con las ma

El amor es una obra de teatro

Oh, el teatro. Recuerdo con nostalgia los amados días en los que formaba parte de un grupo que creía en el Método y en Stanislavsky. Pasábamos las tardes ensayando y, cada cierto tiempo, un estreno. Después de los ensayos, nos reuníamos en un bar de mala muerte, casi una taberna, para comentar las incidencias del día. El director, invariablemente, me reñía por ser tan díscola y decir los textos a mi manera. Así fui, entre otros personajes, la Viola Trance de Nabokov, la Magdalena de Gosdpell y la Antígona de Anouilh, con permiso de Sófocles. Oh, el teatro… El río de Londres divide el territorio de los ricos y el de la fe en que la vida puede ser mejor. En esta zona, los dos teatros compiten por el favor del público, un público poco entendido, compuesto de mosqueteros, prostitutas, vagabundos y algunos caballeros y damas que disimulan su presencia. El pueblo llano amando el verso. El Teatro de la Rosa y el Teatro Curtain acogen, con permiso del maestro de festejos, a la Compañí

Hammett y Chandler

La editorial RBA sacará próximamente una nueva biografía de Dashiell Hammett a cargo de Nathan Ward. No es la primera que recoge las peripecias emocionantes de la existencia de este hombre que tuvo muchos trabajos y en todos ellos experimentó la pasión y el riesgo. Leerlo es vivir la plenitud de la novela negra y, también, acercarte a otros autores que, por algún motivo, aparecen relacionados. Si te gusta la novela negra has tenido que toparte ya con estos dos. Contemporáneos, pero distintos, aunque ambos comparten la gloria de la creación de un género que, desde entonces, ha hecho disfrutar a miles de lectores. En esto, como en botica, hay gustos para todos. Unos son más de Dash (Hammett) y otros son más de Ray (Chandler). Los lectores tenemos confianza con nuestros idolatrados escritores así que los llamamos por sus diminutivos, como si fueran gente de la familia. Y no diría yo que no lo son, en realidad.  Pero ahí quedan sus paralelismos. En todo lo demás son diferentes. Da

Fundido en nieve

…Tan difícil como tener los ojos color violeta… Dicen las crónicas rosas, que son las que se ocupan con profusión de airear el detalle del color de los ojos de la jet, de los astros del celuloide y de las royals, que hay poquísima gente con ojos color violeta en todo el mundo. Una de esas personas, parece ser, era Elizabeth, Liz, Taylor. No sé, a mí siempre me pareció una actriz asombrosamente irregular. Sus enfrentamientos filmados con el gran Richard Burton, maravillosa y shakespeareana voz, llenaban páginas y páginas, lo mismo que la lista de sus ex maridos. Por el contrario, su obra es menos interesante, salvo algunas excepciones. Una de ellas, sin duda, este drama tórrido, lleno de sensualidad, con un tono ambiguo y calculado en los afectos.  El encuentro entre Liz y Paul Newman levantó chispas, aunque al actor le iban más las rubias con aire de intelectuales. En la película no hay besos, ni siquiera con los ojos cerrados. No hay abrazos. Lo que hay es una contenida f

"Una isla de papel" cumple diez años

Este 2019 se cumplen diez años del nacimiento de este blog, "Una isla de papel". Es un número redondo y, como todas las efemérides, tiene el valor del recuento y el balance. "Una isla de papel" es, en efecto, una isla de libros, quizá de palabras, rodeada por la vida cotidiana. Las islas son el gran paraíso ansiado que me unen con mi infancia y mi adolescencia. Una isla es el eje de mi vida y todo lo que la rodea, el mar océano lleno de azules y verdes cambiantes, el paisaje central de las emociones.  En estos diez años he plasmado aquí lo que me han sugerido muchos libros que he ido leyendo y releyendo. Lo he hecho a mi manera, sin pretender agradar a nadie, sin seguir consignas, con independencia de criterio. Los libros que me gustan son un modo de relacionarme con los otros, un puente para hallar afinidades. Escribir sobre libros es parecido a escribirlos. Los que escribo están en un cajón pero aquí están los de otros, tan interesantes, geniales y estimula

"Cuentos completos" de Katherine Anne Porter

En una breve introducción que la autora escribió a este libro cuando se publicó en 1965 encontramos una justa descripción del proceso creativo: "Un día de fiesta" representa una de mis luchas más prolongadas, no por cuestiones formales o estilísticas sino por mi propio choque moral y emocional frente a una situación humana con la que era difícil lidiar en mi juventud; sin embargo, la historia me persiguió durante años y escribí tres versiones distintas, si bien continuaba escapándoseme de las manos, así que la dejé, desapareció entre otros papeles y acabé olvidándola. Un cuarto de siglo después la encontré en otra de mis cajas y me senté emocionada a leer las tres versiones. Enseguida vi que la primera era la correcta y, dado que la enojosa cuestión que me había parado los pies tiempo atrás se había resuelto sola en el transcurso de mi vida, me pregunté cómo había llegado a perturbarme en algún momento de un modo tan profundo y secreto. Cambié un párrafo corto y un pa

Ámame de cualquier modo

Apretadísimos corsés, enaguas de seda roja, sombrillas y sombreros, abrigos de terciopelo, vestidos blancos para coquetear, vestidos rojo sangre para la luna de miel, vestidos verdes para pedir dinero, vestidos negros para mover los pies al ritmo de la música, guantes de finísima gamuza, combinaciones de encaje, mañanitas de suave lana, chalecos bordados… Una chica de rostro angelical, mirada violeta, boca traviesa, sonrisa cautivadora, manos delicadas, cuerpo tibio…Una chica nacida en la India, una chica que emerge, de sorpresa, en el momento en que arde Atlanta. La chica no sabe lo que quiere, no sabe a quién ama de verdad, la chica busca un imposible y, al fin, se da cuenta de que se ha equivocado, de que siempre ha mirado en la dirección errónea. Es una chica díscola, atrevida, coqueta. Es, por siempre, Escarlata, Escarlata O´Hara. Mueve con sensualidad su 1,61 de estatura y tropieza, allá abajo, en la escalera, con un hombre muy alto, de 1,85, vestido elegantemente, con l

Quédate conmigo

La última vez que Rupert Everett apareció guapo en el cine fue en esta película. Había declarado ya públicamente su condición de homosexual, lo que le trajo no pocos problemas en la industria y un encasillamiento inmerecido, pero aquí ofrece todavía un rostro fresco, limpio de cirugía (de la que luego abusaría sin que sepamos la causa) y un aire frívolo que le sienta muy bien. Hizo un Shakespeare en el cine en el que todavía estaba reconocible, pero era un papel de fauno y ese no cuenta. En cambio en esta película es el perfecto amigo gay que todas quisiéramos tener. Y esto no es un artificio literario. Algunas de mis amigas lo saben muy bien.  La última vez que Julia Roberts resultó una chica apetecible y ¿pacífica? es, precisamente, aquí. Antes dio la campanada con “Pretty woman” pero eso es jamón de pata negra comparado con el resto de su filmografía. Luego se teñiría el pelo y se trastocaría en la combativa Erin Broncovich, sin glamour y sin ropa de marca. Dicen las malas

La última vez que pronunció mi nombre

( Dorothea Lange. Mother and Child. San Francisco, 1952)  Yo subía la escalera. Ella estaba allá arriba, en el descansillo, delante de la puerta del piso, un quinto, en el que se iban cerrando habitaciones porque cada vez vivía menos gente. Los hijos que se van, el marido que muere. Ella allí, en lo alto, asomada apenas, y yo subiendo despacio, uno tras otro, los escalones, con miedo, cómo no, el miedo de saber que, quién quiera que fuese, ya no era lo que era.  Entonces me miró solo un instante. Un momento fugaz. Un aire, una huella, el pequeño fulgor de un resplandor sin llama. Me miró y sus ojos parecieron hablar aunque callaron. Me miró y pronunció mi nombre con la total certeza de otros días. Dijo mi nombre en voz muy baja, pero era su voz y mi nombre era. Lo dijo y me miró. Reconoció la figura expectante que subía la escalera y cruzamos miradas hacía tiempo imposibles.  Después de aquello, nada.  (Dorothea Lange. May Day Listener at Rally. 1934) 

Microrrelato del amor olvidado

Así que eso era todo: decir adiós sin más, sin otra explicación que el cansancio del tiempo. Nada de aquella chica rubia, nada de aquellos ojos verdes, nada de mi mirada triste, nada de mi cansancio, nada de mí...No tuviste piedad y tuve que marcharme, oírte era un imposible sufrimiento. Dejar atrás el mar, dejar la infancia, dejar la casa, dejar el corazón, dejarlo todo… Ahora sé que mi cura no vino únicamente por las voces amigas o por la edad (tan sólo veinte años). Fue la quietud del campo, las luces de neón abandonadas, el suelo, tenso y tibio, el calor, las noches bañadas por un silencio fijo. Baeza me recibió como si yo misma fuera Machado, como si hubiera perdido a Leonor, como si tuviera que marcharme al exilio, como si mi madre preguntara entrando en la ciudad: "¿Llegaremos pronto a Sevilla?". Baeza abrió los brazos y entendió que llorara una semana entera, los siete días primeros de mi estancia, porque el amor se iba y yo no lo entendía.  Luego, vino

Ensalada de sesos sobre un lecho de azúcar glass

Quentin Tarantino decidió un día reírse de los espectadores. Así concibió y realizó esta película, “Pulp Fiction” que apareció en las pantallas en el año 1994. El casting tuvo que ser un ejercicio de heroica memoria histórica.  John Travolta, recuperado de sus bailoteos adolescentes y convertido en un matón que se interroga acerca de las cosas y al que le surgen “necesidades perentorias” en medio de las matanzas. Samuel L. Jackson, pasado por la peluquería para una permanente floja y armado con citas filosóficas y bíblicas. Ambos anticipan la estética “men black”, pero en paleto. Tim Roth, desquiciado ante la imposibilidad de robar en una cafetería llena de gente. Rosanna Arquette, preocupada por la calidad de sus diecisiete piercings, algunos de los cuales no podrías nombrar dónde se encuentran y para qué sirven. Bruce Willis, dejando atrás sus camisetas llenas de descosidos y de sangre fresca para convertirse en un boxeador sentimental, anclado en un reloj y en una amante fr

Hombres difíciles, chicas soñadoras

Los hombres atormentados atraen a las buenas chicas . Esa es una realidad que el cine reafirma en un sinfín de ocasiones. Son hombres con un perfil muy variado pero con un denominador común: son seres adustos, que guardan secretos del pasado, que necesitan imperiosamente la redención por el amor. Sus biografías son convulsas. A veces aparecen como altos ejecutivos de trajes impecables y ganancias estrepitosas; en otros momentos son militares que se lanzan a regenerar su vida por la vía de la disciplina; por fin, también los hay artistas que han tenido una infancia difícil y no soportan lo de estar a la sombra de los mediocres. Gente poco asertiva. Gente que no ha pasado por las manos de un buen coaching que les haya enseñado eso de hay que ser feliz, hay que mostrarse encantador, hay que mejorar la personalidad en seis cómodas lecciones.  Tres tipos complicados que, en el cine, bien podrían llevar los nombres de Edward Lewis (Pretty woman, 1990), Johnny Castle (Dirty Dancing

"Independencia" otro cuento de Edith Pearlman

Cornelia Fitch ha trabajo de médico especialista en digestivo hasta su jubilación. Cuando esta llegó se compró una casa en New Hampshire, junto a un lago que recibe su agua de un manantial. La casa, el lago y el manantial son los tres elementos de la vida de Cornelia en ese retiro deseado en el que, sin embargo, no está sola. Hay vecinos, hay otros jubilados, hay gente que vende en la tienda que tiene de todo. Cornelia Fitch es viuda y tiene una pierna más larga que la otra. También tiene hijas que no entienden muy bien por qué esa marcha de la ciudad, aunque Cornelia ha sido precavida y conserva su piso urbano, pequeño pero bien situado, tres habitaciones, para entrar a vivir.  Cornelia sabe lo suficiente de medicina como para estar casi segura que esa casa del lago será su última casa. Nada tranquilamente, se imagina que es más grácil y ligera que nunca. Sueña sin dormirse en que es joven, es torpe y comete inutilidades. Eso que tanto rejuvenece llegado el momento. Su viudez i

"Dirección norte" un cuento de Edith Pearlman

(Fotografía: Amy Stein, EEUU, 1970) Desde Minnesota, la familia vuela a Cambridge, Massachussets, para visitar, entre otros lugares apreciados, la universidad de Harvard. La antigua universidad fundada por el clérigo John Harvard y que tiene una extraordinaria biblioteca. Las bibliotecas atraen a la familia. La niña mayor, Sophie, es una consumada visitante de bibliotecas y una amante de los libros, como su padre, Ken. La madre, Joanna, avanza sorteando los obstáculos con la sillita en la que se sienta la niña pequeña, de dos años, Lily, con síndrome de Down. Sencillamente.  Los viajes con niños están llenos de mochilas de colores, de pañales de recambio, de ropa de repuesto. También, de un cuidado extremo para que ninguna de las niñas se pierda y para que, cada una de ellas, pueda aprender algo del entorno, de esos maravillosos lugares que sus padres recuerdan afanosamente. Cruzar la calle, por ejemplo, es un momento delicado. Hay que tener una exquisita prudencia y hay q