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El amor es una obra de teatro


Oh, el teatro. Recuerdo con nostalgia los amados días en los que formaba parte de un grupo que creía en el Método y en Stanislavsky. Pasábamos las tardes ensayando y, cada cierto tiempo, un estreno. Después de los ensayos, nos reuníamos en un bar de mala muerte, casi una taberna, para comentar las incidencias del día. El director, invariablemente, me reñía por ser tan díscola y decir los textos a mi manera. Así fui, entre otros personajes, la Viola Trance de Nabokov, la Magdalena de Gosdpell y la Antígona de Anouilh, con permiso de Sófocles. Oh, el teatro…

El río de Londres divide el territorio de los ricos y el de la fe en que la vida puede ser mejor. En esta zona, los dos teatros compiten por el favor del público, un público poco entendido, compuesto de mosqueteros, prostitutas, vagabundos y algunos caballeros y damas que disimulan su presencia. El pueblo llano amando el verso. El Teatro de la Rosa y el Teatro Curtain acogen, con permiso del maestro de festejos, a la Compañía del Chambelán y a la del Almirante. Todos hombres, todos devotos del verso y de la escena. Las mujeres se limitan a inspirarlos, porque el teatro es inspiración y nada hay como el lecho para lograr que los autores se vean invadidos por el efecto de las musas. Competencia entre todos, también entre empresarios, Feniman y Burbage siempre mal avenidos. 

Al maestro Shakespeare no le van bien las cosas. Will ha perdido su don. La hoja en blanco y la mente en blanco. De abrazo en abrazo nocturno, parece que ni Ethel, ni Rosalinda han conseguido devolverle la pluma. Escribir es un don, por eso hay que buscar el remedio en pócimas, ungüentos o sortilegios. ¿Qué pasa cuando al autor lo abandonan las palabras? Por contra, todo parece irle a favor de corriente a su contrincante, el famoso Christopher Marlowe, que goza del favor del público y de los empresarios. 

Pero he aquí que, como en una comedia de enredo, en una de sus idas y venidas, el joven Will se cruza con los ojos que han de abrirle la puerta al sentimiento y este, a su vez, a la palabra escrita, los versos son, al fin y al cabo, el mejor trasunto del amor compartido, incluso del amor que no se deja comprender o no tiene final o todo es término. Viola de Lesseps se enamora de Will antes de conocerlo, a través de sus obras. ¿Es esto posible? ¿Puede amarse a alguien por su escritura? ¿Puede el verso, la palabra, el texto, darnos noticia cierta de cómo es esa persona a la que amamos? Viola piensa que si. Y ella no se equivoca. Porque es rica, hermosa, fértil y poco obediente. Ella quiere poesía, aventura y amor. Un amor del que es capaz de derrumbar la vida. 


“Romeo y Julieta” se escribe a la vez que se vive. Vida y obra se mezclan, se confunden. El cruce de miradas en el baile. Wesex mira a Viola. Viola observa a Will. Will se funde en los ojos de ella. Y el ama lo observa todo. Las manos que se tocan en el baile. Los cuerpos que se mecen en el baile. Los cuerpos que se encuentran tras el baile….Y las manos que corren buscando ya la pluma, la pluma que recorre rauda el papel y que pergeña la primera historia, una historia que crece como si fuera la espuma de los días, como si todo se confabulara para hacerla crecer. Es esto la creación, no tengo duda. Ay, que el amor inspira. Y así nacerá, por una vez, una comedia sin perro que haga llorar a todos, incluso a Queen Elizabeth, que la contemplará apenas escondida con un rictus de nieve mezclado con la tierra. 

“¿Quién es? Nadie, el autor”. “Los actores y el autor cobran de los beneficios… Nunca los hay… Claro que no”. Afición, solamente afición. Will dejará de ser un poeta sin palabras, que huye del lecho gélido de Strafford, donde deja a una esposa y a unos hijos gemelos para convertirse en el feliz creador de una comedia que se transforma en drama, que hace llorar a la vez que reir, que remueve el corazón de forma que puede reflejar su verdadera naturaleza. Viola lo quiere tanto a él como a sus versos, pues así los quiso antes de conocerlo. Pero, en el final, entenderá razones que antes no comprendía “Amaba al escritor y me entregué por completo por un soneto” “Te amo, más allá de la poesía” 

Todo está lleno de supremos gestos de amor. Burbage, el empresario, cederá su teatro para que se pueda representar la obra. Ben Affleck, el primer actor de la compañía del Almirante, morirá en su papel de Mercuccio casi al principio. Colin Firth será un antipático Lord arruinado. Marlowe, en la imagen de Rupert Everett, hará una aparición efímera, que no se recoge ni en los principales créditos. 

Y el amor triunfará en la distancia. Cada uno sabe que, cuando acabe la representación, los ricos serán ricos y los pobres volverán a su pobreza. Incluso el cura, volverá a sus misas, después de aplaudir rabiosamente esta obra sacrílega. “Debo saber de ti todas las horas”, dice ella, “Hay tantos días en cada minuto”. Despedida. “Nunca envejecerás para mí, ni te marchitarás” contesta él, tan importante el recuerdo de la juventud adorada de su amada, como para todos los poetas. 


Un barco inexistente cruzará el Támesis y saldrá al Atlántico. Llegará a Virginia y así caerá el telón. 


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