Yo era una de esas estudiantes primerizas que no había logrado superar el asombro ante la gran ciudad. La recorría palmo a palmo. La calle era mi casa. En aquel tiempo tuve un novio cabrón, de esos que te abandonan todos los fines de semana contándote una milonga; y una amiga acogedora que se hacía cargo de mí en los naufragios. Los dos han desaparecido de mi vida porque yo soy de esas que no conserva nada salvo la memoria y la palabra. Una de las noches de mágica primavera en que dejaba en un rincón los libros y me lanzaba al mundo buscando no sé qué (seguramente a ti aunque no lo sabía) topé con un concierto de Aute en la plaza de San Francisco. Yo iba sola, como me gustaba hacer en mis merodeos urbanos. Sola, pero tan viva, sola pero con tanta luz que no necesitaba sino el andar de mis zapatos tímidos sobre ese feroz asfalto que no dejaba de ofrecer cosas nuevas. La plaza de San Francisco estaba llena como en un mitin de Felipe en sus mejores tiempos o como si fuera a pasar la p
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