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Mostrando las entradas etiquetadas como Verano del 18

Atrapadas

Las ves y han olvidado sonreír. Tienen un aire cansado, como si todo el mundo cayera sobre ellas de vez en cuando. Como si ellas soportaran todo el mundo. Han perdido eso que se llama dignidad y han escalado las cimas del ridículo. Son más de lo que parecen. Tienen cargos públicos, trabajos importantes, inteligencias limpias, miradas puras. Pero cayeron en una red de la que es difícil escapar. Es una red que comienza siendo una gasa suave y delicada que te cubre, adobada con palabras amables, con canciones italianas y películas tristes. Continúa con un péndulo que se mueve, de un lado, los susurros; de otro, los gritos. Como si tuviera un aire bergmaniano inconfundible. Primero, notarás que el lazo te rodea. Después, el lazo será una mano fría. Por último, alguien se reirá de ti y te preguntará por qué no te mueves si en torno a ti no hay nada. Ese es el secreto: no hay nada donde creías que había una huella de calor. Eso que notas no existe, ni fue nunca, es una ensoñación, un

Montmartre, por favor

Nadie está solo si se sienta en Montmartre y abre un libro. En cualquiera de sus cafés de color rosa puede encontrarse el motivo para descubrirse. Estoy aquí, he venido y sé que ahora esta paz me rebosa. Todas las mesas se llenan de libros y personas. Y las ventanas verdes de madera se abren por tiempo indefinido. Nadie sabe cuándo se cerrarán, nadie lo sabe. No hay fechas, ni anuncios, ni aviones que sobrevuelan, ni huelga de pilotos. El suelo está hecho a base de paciencia. Legiones romanas cruzaron las calles y colgaron de cada casa un refrán. Están todos convertidos en sentencias imposibles.  Acuérdate de aquellos días. Era septiembre. Un septiembre más crepuscular, con horas más tardías y sueños más tempranos. Ese vestido a rayas y ese sombrero gris, con el tono de la perla natural que solo se encuentra en las islas más griegas. Acuérdate de las miradas. Tersas miradas sin ocultaciones. Miradas que esbozaban sonrisas. Gente que nos miraba. Nos mirábamos. Recuérdalo. Era se

Seremos olvido

Quiero que pase el día de hoy y que con él termine este dolor que siento. Si alguien te hace daño debería desaparecer de la faz de tu tierra, caer fulminado del fondo de ti y no tener ningún hueco en tus pensamientos. Pero la vida me enseña a cada instante que eso solo es posible para algunas personas y que otras, sin quererlo, quizá porque somos más inseguras o menos racionales, sufrimos demasiado y demasiado a menudo.  Cuando caiga la noche estará a punto de empezar una historia nueva. Hay veces en que no se sabe cómo cerrar capítulos de un libro y cómo iniciar otros. Los venideros no llegan a escribirse sin hacer un balance de todo lo anterior. Tienes que reconocer que mentiste, que te engañaste a ti misma y que convertiste tu vida en una incógnita pesada. Entonces, tras ello, se abrirá ante ti una posibilidad, la de estar en paz, la de la serenidad que ansias desde hace tanto tiempo.  El engaño es el maestro del dolor. La mentira se conjura para hacerte infeliz.

Conclusiones

-¿Qué haces?-dijo él -Te miro-le contestó ella -Y ¿qué ves?- repuso el hombre, esponjándose, saboreando de antemano el regalo de sus palabras -Nada-dijo ella.  Entonces, ella dirigió la mirada hacia su propio interior, pero, sobre todo, miró a los otros, miró el mundo que la rodeaba, agua, árbol, cielo. "¿Qué veo?", se preguntó. "Todo". (Fotografías de Giselle Freund)

Tristesse

(Juliette Binoche) Los ingleses son más ruidosos y expresivos para la alegría pero nadie como las francesas para mostrar la tristeza. Eso requiere sutileza y requiere abandonarse a las sensaciones que la tristeza produce. Así como el estruendo de la risa es contagioso y requiere salir al exterior, la tristeza es un sentimiento tan hondo que no requiere de manifestaciones externas, es más, que se rompe si se muestra. Es algo íntimo, delicado, que absorbe los sentidos y que hace resplandecer lo que somos por dentro. Hay muchos que opinan que la tristeza es cansina pero confunden la tristeza con la apatía, con el aburrimiento o la depresión. La tristeza tiene una dignidad que pocos sentimientos ofrecen, porque no necesita subterfugios ni puede impostarse.  (Isabelle Huppert) Nada hay sórdido en sentirse triste. Es más, el disimulo convierte la emoción en un juego malabar que no conduce a nadie. Los que no pueden expresar su tristeza terminan haciendo de ella un estere

La trampa del cariño

Adéle tiene una voz aguerrida y lanza notas al aire con la facilidad de un paso de baile. Va subiendo de intensidad la música y entonces, cómo no, se descosen las costuras del alma y tienes que volver a la vida. Has guardado en el último cajón del pensamiento todo lo que le atañe, pero la música es la llave que abre los recuerdos. Y la fatídica trampa del cariño, que convierte en una nítida sensación de pegajosa ausencia tantas horas en las que has procurado no pensar. Paseas por los jardines imaginarios en los que el olor de las plantas te consuela, recorres con los pies desnudos esas playas que nunca pisarán sus pies, pero, a pesar de todo, tienes que intentar recomponer el gesto, porque ninguna mujer debería echar de menos lo que es un motivo de duda, de desconcierto, de pesadumbre. Nadie tendría que vagar en los sueños inexistentes, ni despertarse con pesadillas de lo que no ocurrió porque no había motivos. La voz de Adéle se curva, sube un recodo y te planta arrib

Tormenta de verano

(Fotografía: Tamara Lichtenstein)  A "La, la, land" le faltó una escena de lluvia. Un momento mágico en el que Ryan Goslings y Emma Stone danzaran abrazados, empuñando cada uno de ellos un paraguas rojo. Me gustan los paraguas rojos y el rojo de los bolsos. Si quieres hacerme feliz, no lo dudes, regálame un Kelly de Hermés, de ese rojo intenso que te acompaña en los días más oscuros. "La, la, land" fue la banda sonora de mi invierno pasado. Veía las imágenes e imaginaba que en una esquina de ellas había un hueco para mí, un pequeño lugar escondido, un papel sin importancia, una camarera en patines o una ascensorista con uniforme.  La tormenta de cada verano ha llegado envuelta en la música de la conversación. El final del verano siempre se escribe con unas gotas de agua, unas pocas lágrimas y unas risas compartidas. Hemos vertido junto al café el tarro de los secretos y ahora nos sentimos más ligeras. El día tormentoso es una anticipación del otoño y hac

Una carretera azul

Raoul Dufy podía haber nacido en Cádiz. Sus azules hubieran sido tan turgentes y vivos como pueden apreciarse en sus cuadros. La obra de Dufy es para mí el santo y seña del mar, la auténtica viveza del tiempo de los encuentros, las olas en su navegar hacia la orilla. El océano rodeado de la pequeña y multicolor marea de gente que apenas entiende algo más que ese bienestar irrepetible de su brisa. Mi mar, mi océano, está en los cuadros de Dufy.  El marido de Edna O´Brien aborrecía que ella escribiera. Y tuvieron sus más y sus menos. Diferencias irreconciliables lo llamaría un abogado de divorcios. Yo lo llamo incapacidad para amar y para ser generoso con uno mismo. Envidiar el talento del otro es pecado. Envidiar el talento de alguien a quien deberías querer es mediocridad. Y ser mediocre es peor que ser un pecador.  Cuando Ernest descubrió el borrador en el que ella describía una carretera azul en un paisaje que su cabeza había recreado a partir de las ondas azules del ma

Un mar que no conozco

(Emil Nolde) Desde el fondo del agua tu palabra me mira. Asoma la cabeza y yo la reconozco. Sé cuánto tuvo de belleza su eco. Sé cuánto me ha costado olvidar su sonido. Levanto la esperanza por si tuviera tiempo, todavía, quién lo sabe, para encontrar la causa, el tiempo que he perdido, las lágrimas que arrojé a ese vacío de escombros sin medida. Acuno el aire azul de la piscina, remuevo el fondo con las manos frías, me escondo el temblor de tu recuerdo, no siento nada que no tenga la humedad de las lágrimas. Estás y no te fuiste, pienso a veces. Cómo marcharte si nos quedamos solos. La casa se revuelve, las flores se convierten en lisas espinas que trocean nuestra piel y la marchitan. Somos la piel marchita de la casa que fuiste. Abro los ojos y te comprendo todo. Cierro los ojos y te miro al instante. Esa media sonrisa que decía tantas cosas. En ese tierno abrazo que me cubría la soledad entera. He cambiado tu vida transparente por una oscuridad de mentiras y juegos. Quién no

Valdecaballeros

Valdecaballeros es uno de los diecisiete municipios de la Siberia extremeña, una especie de desierto aliviado con el agua de pantanos y embalses. Un territorio desconocido, en el que viven muy pocas personas y en el que la vida está detenida en muchos aspectos. Leo en la prensa algunas noticias que hablan de él y me viene a la memoria una historia de juventud, casi de adolescencia. Un novio, alguien que tenía todas las cualidades que una muchacha romántica busca en su futura pareja. Atractivo físico, inteligencia, ojos verdes cautivadores, una voz hecha para la radio, unas manos preciosas, estilo a la hora de relacionarse con la gente, bondad, hábito de trabajar mucho y bien, aficiones. La arqueología era una de sus pasiones. También su pueblo, al que adoraba y al que volvía en vacaciones. Cuando yo lo conocí, aún no tenía veinte años y él andaba cerca de los treinta. Tenía una novia en su pueblo de la que recuerdo su nombre aunque no lo escribiré y eso me hacía sufrir horrores. Si

Chanclas de goma, conchas de mar

(Dorothy Bohm, 1959) Cuando descubrimos el joyero de nuestras madres o, mejor aún, los maquillajes, las barritas de labios y el colorete, nuestra vida cambió. Éramos niñas y llevábamos una vida curiosa, arrastrando los pies por las habitaciones, jugando en la calle e intentando atisbar alguna conversación interesante. Algo que se contara entre comillas. Esa vecina que tenía un lío fuera del matrimonio. O aquella otra, cuyo marido se largó en el viaje de bodas. O la de la esquina, que siempre aparecía con tono triste y gafas de sol.  La hora de la siesta era el momento propicio para intercambiar confidencias, en voz muy baja, sentadas en el suelo, evitando que alguien nos mandara a la cama sin querer. En esa hora cada una contaba sus hazañas, describía sus hallazgos. Yo había encontrado una talquera de color rosa, que se abría y lanzaba a la atmósfera un aire lleno de motas de polvo del mismo color, que se metía en la nariz y te hacía estornudar. La borla aparecía rosa en el

Esas pequeñas cosas

Llevo guardado en la memoria del teléfono un mensaje que me mandó hace ya meses. Un ojalá que llegó de su parte sin que yo supiera ubicarlo, ni entenderlo casi. El mensaje era un SOS, como esos que lanzamos al aire por si alguien lo recoge o tiene a bien leerlo. No solo lo leí, me emocionó, lo guardé entre las cosas importantes y lo vuelvo a repasar a veces. Siempre, sin falta, me hace llorar su lectura. Y pienso en ella.  Es la única chica entre varios hermanos. En esos tiempos, cuando era pequeña, no se estilaba en su casa, muy tradicional, que las niñas estudiaran. Solamente los chicos y bien poco. Así que se dedicó a ayudar en casa, ese eufemismo que significa que, a partir de ahora, se acabará la infancia y no existirá la adolescencia y serás una especia de chica para todo, de alguien que tendrá tanto quehacer que no podrá pensar en sí misma. Se casó sin amor y sin conveniencia. Un muchacho que, aunque no parecía merecerla de entrada, al menos la ha querido. Pero la fal

Leonora

[Retrato de Leonora Carrington ©Lee Miller Archive] Lo mismo da que sea en papel de embalar o en una servilleta hallada en la cafetería de la esquina. O en un aeropuerto, una de esas tiras de colores que se adosan a las maletas para cuando se pierden. Escribir un poema, leer un libro, anotar en sus páginas los dictados del viento, acunar un secreto o dibujar, en el espacio blanco de un folio sin usar, la imagen de una nube o de unos pájaros.  Ser libre, en realidad, se tiene que parecer un poco a esto. Tiene que ser bastante insoportable andar atada siempre a una mentira, incluso a una verdad, por muy grande que sea. Tiene que ser difícil, destructivo, pensar mal de una misma y creerse que todo, todo lo que ha encontrado y pulido con el paso del tiempo, hay que desatornillarlo y mandarlo a paseo. No es justo, ni parece bonito hacerlo así.  Quizá en los ojos firmes hallaré algún secreto que todavía no estuvo en la órbita que trazo cada día. En las páginas de un libro mi

Confidencias a media tarde

Hace tanto que no nos vemos...Y eso que he hecho intención de verte muchas veces...Pero, no sé si te lo he dicho, me cuesta trabajo salir a la calle, me abruma la gente. Cuando estoy en casa es como si hubiera un gran paraguas que me cubriera, que evitara el daño exterior, la contaminación de tratar con personas, el ruido de las conversaciones. No puedo prestar atención a la charla, me canso, me entran ganas de desaparecer. Todo lo externo es tan pesado de digerir, que es como si no tuviera ninguna capacidad para soportar a los demás. Hay gente a la que me gustaría ver a menudo, como a ti, por supuesto, pero no creas que lo evito porque no te tenga cariño o porque soy una vaga. No. Es simplemente miedo. El miedo me atenaza mucho más de lo que podría explicarte. Una sensación que antes sentía esporádicamente pero que ahora forma parte de mí misma. Me levanto por las mañanas y pienso en ello. Reflexiono sobre mi cuerpo por si me duele algo y, enseguida, reparo en el miedo. Estoy so

Función de teatro

(Edward Hopper) El sol abría la puerta de todos los veranos. Las salinas hervían. Los parques se llenaban de niños al caer de la tarde. Niños en bicicleta, con patines, niñas que sacaban a pasear a sus muñecas, niñas que se convertían en mamás y discutían entre ellas sobre vestidos, peinados y comiditas. Jugar a las comiditas era una de las diversiones de la calle y las niñas sus protagonistas. Ellos permanecían al otro lado de la acera, huraños, enfadados, dándose empujones o haciendo rodar la pelota. Eran dos mundos que apenas se tocaban, que no se encontraban pese a estar tan juntos.  Solo el teatro obraba el milagro. Se colocaba en una de las paredes del patio, la que estaba entre dos ventanas enrejadas, una colcha de flores usada que servía de bambalinas y de telón, todo al tiempo. La colcha era el fondo en el que se reflejaban las escenas, en el que transcurría la acción. Cada verano se representaban dos o tres obras, adaptadas al gusto infantil por la madre, que h

La Costa Azul: el sueño de cada verano

(Raoul Dufy. La Costa Azul) Todos los años en estas fechas, iniciado ya julio, sueño con que estoy en la Costa Azul. El sueño se repite de noche y se recuerda de día. La vida cotidiana mantiene ese sueño en el aire y el espejismo baila sobre la cabeza y se muestra en cada momento, como si estuviera anclado a una parte de mí, inconmovible. Veo a Max de Winter mientras se enamora de una muchacha sin nombre, que lleva media melena descuidada y una rebeca muy sencilla. Ambos surcan las carreteras orladas de árboles y se deslizan hasta precipicios innombrables, allí, junto a las calas de agua verde y brillante.  En los descapotables viajan las jóvenes con sus mejores trajes, sombreros y fulares al viento, incluso abatidas por el recuerdo de Isadora Duncan y su absurda muerte, pero manteniendo una sonrisa descomunal, como si no pudiera evitarse ese destino ni otros semejantes. Grace Kelly tiene una estampa fulgurante, plantada allí, junto a Cary Grant, que sobrevive entre el enga

Cartas que ya no te escribo

Escribir cartas es un arte. Jane Austen lo poseía. Las que escribió a su hermana Cassandra son las mejores, aunque se conservan muy pocas. El secreto estaba, según ella misma dijo en más de una ocasión, en expresarse de igual forma que lo haría si la persona estuviera presente y hablara con ella. Espontaneidad con estilo. Nada de tiesuras, actitudes impostadas, cursilerías o inventos chinos. Pura y simple naturalidad, ese dejarse llevar por las palabras, por los acontecimientos, ideas, pensamientos y noticias. Mi corazón se transformaba en escritura.  Así eran mis cartas, las que tú no recuerdas. Numerosas, largas, sentidas y tiernas cartas. Las escribía y, como no es caso de usar palomas mensajeras, correos del rey, ni siquiera papel, sobre y sello, te las hacía llegar por el correo electrónico y constituían una prueba segura de que entonces tú merecías la pena. Contar algo, escribir una carta, es una de las muestras más generosas de entrega que pueden hacer los seres humanos.

Aquel fugaz momento en que te amaba

Tú bien sabes que te he querido tanto, que te he querido mucho, que ese mucho lo he dicho y repetido y lo he mostrado sin duda abiertamente y sabes que todo ha sido inútil. Compras en el vivero una maceta, una pequeña planta de colores muy vivos y luego la alimentas, la riegas y la pones al sol. Observas como crece y le dices palabras, porque a las plantas, como a los seres vivos, hay que hablarles para que se sientan comprendidas y amadas. Así lo hice contigo y tus rarezas, contigo y tus extrañas expresiones, contigo y tus ausencias, contigo y tus mentiras.  La planta, sin saberlo, apenas sin motivo, con un motivo solo y tan efímero, estuvo un tiempo a oscuras y la luz que se fue la dejó para siempre varada como un barco en un puerto de árboles ajenos. No recuerda, como yo no recuerdo, aquel fugaz momento en que te amaba y lo mostraba así, sin ocultarlo, sin ocultarme yo, mostrando enteras mis palabras convertidas en dudas y al revés si es que fuera posible.  He tirado aye

Pasiones inteligentes

(Serena Reading by George Romney, 1780-85. Harris Museum & Art) Tengo para mí que " Emma" , de Jane Austen , es una novela que tiene en la inteligencia su principal adorno. No en la belleza, efímera. No en la riqueza, injusta. No en la suerte, arbitraria. Es la inteligencia el don que aquí aparece tan magníficamente retratado, con pinceladas suaves a veces como una foto en blanco y negro o con la espesa pasta pictórica de los impresionistas. O como ese cuadro de George Romney , contemporáneo de Austen , que revela la sencilla inclinación de una mujer leyendo.  En todo caso, la inteligencia fluye en los diálogos, en las descripciones y en las cabezas de aquellos personajes que disfrutan de ese regalo de la naturaleza que esta reparte con la displicencia de lo que es únicamente suyo. Ocurre en "Emma" de una forma extraordinaria pero también en el resto de sus libros, en los que se distingue de inmediato al necio del sabio, al prepotente del humilde

Jane (Austen) enamorada

(Mary Freer, by John Constable 1809, Yale British Art) En enero de 1796 Jane Austen escribe una carta a su hermana Cassandra , que estaba pasando unos días en Berkshire, en casa de sus futuros suegros, los señores Fowle. La carta, que es la más antigua de las que se conserva, es muy interesante. Ella tenía veinte años recién cumplidos pues había nacido en diciembre de 1775. En un cajón de su escritorio estaba guardado, y casi oculto, el manuscrito de Sentido y sensibilidad . Aún no era, en estricto, una escritora, aunque escribía desde niña. Pero esa carta tiene tantos matices, datos e ideas que merece la pena reparar en ella. Porque de su lectura, y de los hechos que después sucedieron, podemos deducir que uno de los protagonistas de la misma es, precisamente, el muchacho de quien Jane se enamoró. Tom Lefroy , que llegaría ser un prestigioso abogado y miembro del Parlamento de Irlanda, confesó en su vejez que había amado a Jane y que únicamente su falta de fortuna