Aquel fugaz momento en que te amaba
Tú bien sabes que te he querido tanto, que te he querido mucho, que ese mucho lo he dicho y repetido y lo he mostrado sin duda abiertamente y sabes que todo ha sido inútil. Compras en el vivero una maceta, una pequeña planta de colores muy vivos y luego la alimentas, la riegas y la pones al sol. Observas como crece y le dices palabras, porque a las plantas, como a los seres vivos, hay que hablarles para que se sientan comprendidas y amadas. Así lo hice contigo y tus rarezas, contigo y tus extrañas expresiones, contigo y tus ausencias, contigo y tus mentiras.
La planta, sin saberlo, apenas sin motivo, con un motivo solo y tan efímero, estuvo un tiempo a oscuras y la luz que se fue la dejó para siempre varada como un barco en un puerto de árboles ajenos. No recuerda, como yo no recuerdo, aquel fugaz momento en que te amaba y lo mostraba así, sin ocultarlo, sin ocultarme yo, mostrando enteras mis palabras convertidas en dudas y al revés si es que fuera posible.
He tirado ayer tarde a la basura, con cierta pena pero no demasiada, los restos de la planta, calcinados de un calor que atraviesa la atmósfera, sin flores y sin hojas, un furioso esqueleto, una matriz de un calendario absurdo, nada que demostrar, nada que verse, que merezca la pena de guardarse, frío y sin corazón, dentro de las páginas de cualquier libro. Y con la planta lo he arrojado todo, incluso me he lanzado a mí a esa clase de olvido que consiste en andar sin volver la cabeza. No estoy, diré, no soy, no he sido, ni siquiera recuerdo aquel fugaz momento en que te amaba. Me volveré invisible. Y un cuaderno de notas recogerá el testigo.
(Título: un verso de Ángel González) (Pinturas impresionistas de Edward Cucuel, 1875-1954)
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