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Mostrando entradas de agosto, 2018

Tormenta de verano

(Fotografía: Tamara Lichtenstein)  A "La, la, land" le faltó una escena de lluvia. Un momento mágico en el que Ryan Goslings y Emma Stone danzaran abrazados, empuñando cada uno de ellos un paraguas rojo. Me gustan los paraguas rojos y el rojo de los bolsos. Si quieres hacerme feliz, no lo dudes, regálame un Kelly de Hermés, de ese rojo intenso que te acompaña en los días más oscuros. "La, la, land" fue la banda sonora de mi invierno pasado. Veía las imágenes e imaginaba que en una esquina de ellas había un hueco para mí, un pequeño lugar escondido, un papel sin importancia, una camarera en patines o una ascensorista con uniforme.  La tormenta de cada verano ha llegado envuelta en la música de la conversación. El final del verano siempre se escribe con unas gotas de agua, unas pocas lágrimas y unas risas compartidas. Hemos vertido junto al café el tarro de los secretos y ahora nos sentimos más ligeras. El día tormentoso es una anticipación del otoño y hac

Novedades literarias para el otoño de 2018

De igual manera que imaginas bonitos planes de viajes que muchas veces no se cumplen, o te haces propósitos de enmienda en todo aquello que sueles hacer mal. De igual forma que la moda se te aparece en las páginas webs o en los escaparates. Así como el verano se escapa y haces balance y, aunque haya sido difícil o aburrido, echarás de menos algo que aprendiste… Las editoriales lanzan sus novedades para otoño y tú te fijas en aquellas que, de antemano, te dan la impresión de que van a gustarte, en esa intuición especial que cultivas desde hace tiempo en torno a los libros.  De la nueva cosecha me quedo con dos libros que hablan de escritura: “¿Por qué escribir?” de Philip Roth (Random House) y “El reino del lenguaje” de Tom Wolfe (Anagrama), ambos recién desaparecidos. Diferentes pero unidos por poseer un estilo, eso que buscamos todos los que nos dedicamos a escribir.  Luego, otro libro de cuentos de Lucia Berlin. Después del éxito de “Manual para mujeres de l

Una carretera azul

Raoul Dufy podía haber nacido en Cádiz. Sus azules hubieran sido tan turgentes y vivos como pueden apreciarse en sus cuadros. La obra de Dufy es para mí el santo y seña del mar, la auténtica viveza del tiempo de los encuentros, las olas en su navegar hacia la orilla. El océano rodeado de la pequeña y multicolor marea de gente que apenas entiende algo más que ese bienestar irrepetible de su brisa. Mi mar, mi océano, está en los cuadros de Dufy.  El marido de Edna O´Brien aborrecía que ella escribiera. Y tuvieron sus más y sus menos. Diferencias irreconciliables lo llamaría un abogado de divorcios. Yo lo llamo incapacidad para amar y para ser generoso con uno mismo. Envidiar el talento del otro es pecado. Envidiar el talento de alguien a quien deberías querer es mediocridad. Y ser mediocre es peor que ser un pecador.  Cuando Ernest descubrió el borrador en el que ella describía una carretera azul en un paisaje que su cabeza había recreado a partir de las ondas azules del ma

Un paseo con Edith Wharton

Edith Newbold Jones (de los Newbold Jones de toda la vida), o, lo que es lo mismo, Edith Wharton (Nueva York, 1862- Saint-Brie-sous-Fôret, 1937), reaparece cada vez que vuelvo a buscar en la estantería de los libros amados. Allí está “La edad de la inocencia” . Están “La solterona”, “Santuario”, La renuncia, Estío , Las hermanas Bunner  y algunos más, incluidas sus memorias. Está también una rareza, “La soñada aventura” , en una publicación de la editorial Juventud de 1925, aunque el ejemplar que manejo, de la Colección Universal, es de 1994.  Sin Edith Wharton no hubiéramos podido conocer las interioridades de las familias ricas del Nueva York de  finales del XIX y  principios del siglo XX. Ella, que era considerada en su círculo una excéntrica por dedicarse a escribir, tuvo la suerte de tener abiertas las puertas de los salones y, a través de una observación minuciosa y una descripción detallada, mostrarnos una sociedad que, aunque estaba decayendo a ojos vista, todavía que

Un mar que no conozco

(Emil Nolde) Desde el fondo del agua tu palabra me mira. Asoma la cabeza y yo la reconozco. Sé cuánto tuvo de belleza su eco. Sé cuánto me ha costado olvidar su sonido. Levanto la esperanza por si tuviera tiempo, todavía, quién lo sabe, para encontrar la causa, el tiempo que he perdido, las lágrimas que arrojé a ese vacío de escombros sin medida. Acuno el aire azul de la piscina, remuevo el fondo con las manos frías, me escondo el temblor de tu recuerdo, no siento nada que no tenga la humedad de las lágrimas. Estás y no te fuiste, pienso a veces. Cómo marcharte si nos quedamos solos. La casa se revuelve, las flores se convierten en lisas espinas que trocean nuestra piel y la marchitan. Somos la piel marchita de la casa que fuiste. Abro los ojos y te comprendo todo. Cierro los ojos y te miro al instante. Esa media sonrisa que decía tantas cosas. En ese tierno abrazo que me cubría la soledad entera. He cambiado tu vida transparente por una oscuridad de mentiras y juegos. Quién no

Amores que no matan (II)

Era la isla de todos los azules. Existen carreteras azules, azules trenes, lagos azules y un azul cielo en todos los amaneceres. Cuando el banco fondeó en la bahía vi levantarse a lo lejos los contrafuertes de la catedral, de piedra sólida, con un destello azul imperceptible. Azules son sus ojos, pensé en aquel castillo donde los figurantes vestían de túnicas moradas y llevaba sables de juguete o de atrezzo. Azules son sus ojos y yo los atisbaba en la noche de bengalas que cruzaban el tiempo de un abrazo. Era mi compañero, un amigo del alma, ma cherie, me llamaba y las voces se unían. En las tardes de sol y en las mañanas frescas nuestros pasos mezclaban en un mismo horizonte todo lo que pensábamos, todo lo que sentíamos. Ese mar tan azul, con esas vistas, el aire que azotaba la falda y se movía, los ojos en los ojos, tan azules los suyos, y yo prendida siempre pero sin entenderme.  Me quisiste hasta el fondo y yo no te creí. No supe interpretar la avidez de tus manos, la crista

Amores que no matan (I)

Míralo. Es el chico más guapo de la reunión. De la boda. Y eso que la gente va tan compuesta, tan de fiesta, que resulta difícil destacar. Pero él ha destacado siempre. Por eso nunca me ha hecho ningún caso. Cuando yo era una niña de ocho o nueve años ya moceaba y todas las tías y las primas comentaban esa belleza única. Los ojos verdosos con un fondo de color miel, que los hacían más dulces e inexpertos. Las manos, grandes pero con la tibieza de quien sabe acariciar sin esperas. El cuerpo, ágil, gentil, alto, dispuesto. Un pelo echado hacia atrás pero no lacio, sino con ese suave ondulado que en esta tierra se agradece tanto. Y la risa, oh la risa. Una manera de fruncir los labios como si fuera a darte un beso. Es el chico más guapo de la reunión. Lo dicen todas. Y hoy viene especialmente atractivo. Con un traje que le sienta tan bien. Y esa camisa blanca que hace brillar sus ojos, y los gemelos, impolutos, y el pantalón que le queda perfecto como casi todo. Es tan hermoso que pa

Valdecaballeros

Valdecaballeros es uno de los diecisiete municipios de la Siberia extremeña, una especie de desierto aliviado con el agua de pantanos y embalses. Un territorio desconocido, en el que viven muy pocas personas y en el que la vida está detenida en muchos aspectos. Leo en la prensa algunas noticias que hablan de él y me viene a la memoria una historia de juventud, casi de adolescencia. Un novio, alguien que tenía todas las cualidades que una muchacha romántica busca en su futura pareja. Atractivo físico, inteligencia, ojos verdes cautivadores, una voz hecha para la radio, unas manos preciosas, estilo a la hora de relacionarse con la gente, bondad, hábito de trabajar mucho y bien, aficiones. La arqueología era una de sus pasiones. También su pueblo, al que adoraba y al que volvía en vacaciones. Cuando yo lo conocí, aún no tenía veinte años y él andaba cerca de los treinta. Tenía una novia en su pueblo de la que recuerdo su nombre aunque no lo escribiré y eso me hacía sufrir horrores. Si

Cabeza, corazón, modales y espíritu

     (Emma le cuenta una confidencia a Harriet Smith en la película de 1996)        H e aquí los cuatro elementos que Jane Austen (Steventon, Inglaterra, 1775-Winchester, Inglaterra, 1817) muestra en sus personajes. Cabeza, corazón, modales y espíritu (head, heart, manners y spirits) . Por eso las descripciones físicas son tan escasas y, cuando aparecen, solo sirven para aportar un detalle que ayude a entenderlos. Esa es una de las características de su estilo literario y yo diría también de su concepción de la escritura, incluso de la vida. En lo que se refiere al aspecto físico algunas pinceladas bastan pero nunca tienen un aire hiperbólico, no son esenciales. No hay grandes bellezas ni fealdades, ni deformidades exageradas, sino gestos, miradas, movimiento de las manos, andares, todo eso que forma la imagen de una persona mucho mejor que los rasgos puramente físicos. Por eso mismo, de Elizabeth Bennet dice que tiene unos ojos expresivos, un aire ingenioso y una figura ag

Cuando Austen dijo "no"

Corría el año 1802. Jane Austen tenía 27 años aún no cumplidos. Ella y su hermana Cassandra hicieron una visita a sus amigas Catherine y Alethea Bigg , que vivían en Manydown Park, a unos siete kilómetros de Steventon, la rectoría en la que Austen había nacido y que, a la sazón, era ahora la casa de su hermano James y su esposa Mary.   En ese periplo que solían hacer, de casa en casa, incluso pasando algunos períodos frente al mar, ese espacio de agua que había sido descubierto como placer precisamente en la época georgiana, llegaron a la casa de las Bigg . El padre de la familia era un terrateniente, magistrado y benefactor de pobres. Además de esas dos chicas tenía también un hijo, Harris Bigg-Wither. Este era un hombre altísimo y eso era lo más que podía decirse de él, porque, a lo que parece, también era bastante soso y aburrido, poco talentoso, poco lleno de ingenio.  La tarde del 2 de diciembre , catorce días antes del cumpleaños de Jane , esta tuvo la sorpresa de