Ir al contenido principal

Cuando Austen dijo "no"

Corría el año 1802. Jane Austen tenía 27 años aún no cumplidos. Ella y su hermana Cassandra hicieron una visita a sus amigas Catherine y Alethea Bigg, que vivían en Manydown Park, a unos siete kilómetros de Steventon, la rectoría en la que Austen había nacido y que, a la sazón, era ahora la casa de su hermano James y su esposa Mary. 

En ese periplo que solían hacer, de casa en casa, incluso pasando algunos períodos frente al mar, ese espacio de agua que había sido descubierto como placer precisamente en la época georgiana, llegaron a la casa de las Bigg. El padre de la familia era un terrateniente, magistrado y benefactor de pobres. Además de esas dos chicas tenía también un hijo, Harris Bigg-Wither. Este era un hombre altísimo y eso era lo más que podía decirse de él, porque, a lo que parece, también era bastante soso y aburrido, poco talentoso, poco lleno de ingenio. 

La tarde del 2 de diciembre, catorce días antes del cumpleaños de Jane, esta tuvo la sorpresa de recibir una proposición de matrimonio de parte del joven Harris. No conocemos con detalle los pormenores del caso porque la familia de Jane Austen se ocupó mucho de ocultarlo y se conjuraron para ello. Pero lo que sí está claro es que ella aceptó. La propuesta le convenía a todas luces, al menos desde el punto de vista mercantilista que era el que primaba en muchos aspectos. No sería ya una soltera pobre, podría ayudar a su hermana y a su madre, que estaban también indefensas en el aspecto económico; sus futuras cuñadas eran grandes amigas y el pretendiente, aunque poco dotado intelectualmente, era un buen hombre y sabría ser un buen caballero rural llegado el momento. Todo parecía estar a la altura de las pretensiones de las dos familias. 

No era nada baladí eso de estar soltera y sin medios económicos. Las privaciones a las que vivían sometidas las mujeres que no lograban casarse y no eran ricas (y ricas las había contadas con los dedos) eran terribles. También lo era el peso que suponían para sus hermanos varones o para sus hermanas casadas, que tenían que cargar con ellas toda la vida. Una situación nada agradable y contra la que se rebela en muchas ocasiones Jane Austen de la mejor forma en que sabía hacerlo, por medio de sus novelas. Además, la escasez de hombres era alarmante. Las guerras contra Napoleón habían esquilmado el país de jóvenes en buena edad y la cosa no parecía tener fin. La mayor parte de la existencia de Jane Austen transcurrió en guerra contra los franceses así que la influencia en la demografía era aplastante. 

La última circunstancia a favor de este matrimonio era la casa, poseer un hogar que podía llamar suyo, ser señora en su casa. Eso tenía un enorme peso en cualquier decisión porque no era agradable andar de un lado para otro visitando a los parientes más afortunados. Además de la rectoría en la que nació, Steventon, Jane Austen tuvo luego un número importante de domicilios provisionales, los dos internados, las casas alquiladas en Bath, que fueron varias, las casas de sus hermanos y amigos, incluida la de Londres de su hermano Henry, así como las estancias en Lyme Regis o en Southampton, por ejemplo. De manera que tener una casa tan agradable como esa era un punto fundamental a tener en cuenta. 

Supongamos que Jane no quería a Harris Bigg. Si era una persona sensata, y sabemos que lo era, el amor podría llegar con el tiempo y, si no era así, al menos el respeto, la comprensión y la ayuda mutua. Casarse implicaba también tener hijos y aunque estos daban quebraderos de cabeza y producían un descalabro en la salud de las madres a tener en cuenta (muchas morían en los partos), no se consideraba que una mujer estaba completa sin una larga descendencia. 


A la mañana siguiente, muy temprano, al alba, Jane se levantó y se apresuró a hablar con Harris Bigg rompiendo el compromiso. ¿Por qué lo hizo? Este es uno de tantos enigmas de los que rodean su figura. Al menos cinco hombres aparecen en su vida en diferentes momentos y con diferentes roles pero, que sepamos, esta es la única propuesta de matrimonio que rechaza. Y, después de darle vueltas a las circunstancias en que se produce esa vuelta atrás quizá la única respuesta es que ella consideró que jamás podría amar, siquiera mínimamente, a Harris. Su torpeza, su debilidad física, su tartamudeo, su escaso intelecto, todo eso tuvo que suponer un enorme peso en la decisión, que opaca todo lo demás. Las ventajas eran muchas pero los inconvenientes eran definitivos. 

Como todas sus protagonistas, Jane Austen estaba decidida a casarse por amor. Y eso, lejos de ser muestra de un temperamento romántico al uso, como se le achaca (cosa absurda puesto que aún el romanticismo no estaba ni siquiera esbozado como tal) lo que indica es una modernidad absoluta. Nadie en nuestro tiempo pensaría en casarse por el interés o, al menos, no se vería obligada a hacerlo. Pues eso es lo que hace Jane Austen. Utilizar su libre albedrío, su libertad, sus deseos, por encima de las conveniencias. Por eso es la escritora que rompe con las novelerías góticas y la que prepara el camino de la novela moderna. Ella, en sí misma, es tan moderna como tú y como yo. 


(Pinturas de la época georgiana)

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac