"Y todo será mudo y amarillo" de María Sanz
Los libros de poesía se leen en una tarde y se releen durante toda la vida. La permanencia de los versos supera la de cualquier otro conjunto de palabras. Aprendemos poemas, los recitamos y se convierten en una parte más del cosido del alma, en un atributo casi inseparable de nosotros.
"Hay que vivir por mandato del aire" es el verso de los que aquí se contienen que podía resumir su intención. No es este para la autora un libro cualquiera sino que tanto por su dedicatoria como por su contenido, podría suponer una exceptio al modo latino, una rara avis en su dilatada producción poética. Hay veces que los acontecimientos de la vida van marcando el compás de lo que somos y hacemos. En este caso, la muerte de la madre se constituye en punto y aparte, en hecho diferenciador de la vida, el antes y el después. María Sanz dedica su libro a su madre fallecida ("dichosa para siempre"), pero no como ofrenda únicamente, sino como respuesta a lo hondo de la pena. Si te fijas, hay mucho más y recorriendo sus páginas, leyendo esos versos, puedes hallar pistas del duelo, ese proceso ineludible que convierte los días en negras sombras.
"La vida se detuvo aquel día de mayo". Sabemos cuándo sucedió todo. Cuando se cerró el círculo, cuando las cosas comenzaron a llamarse de otra forma. La ventana y la plaza, hija del otoño, son la prueba de que la vida se contempla ya a lo lejos, como una espectadora sin papel y, al tiempo, convirtiendo cada asunto, cada cuestión cotidiana, en un recordatorio de todo lo que antes existía. La ausencia aquí es el resultado de la pérdida. Y, a la vez, es la causa de la desolación.
"Esta aurora de ocasos cuya luz no termina". Cada cual conoce cómo es su dolor, cómo escribe su propio duelo. Cada día tendrá que enhebrar las cuentas de lo que constituye el vivir cotidiano y hacer de eso algo que tenga algún sentido. Aunque no lo percibas. Esa contradicción entre el querer estar y el ser se plasma en algunos de los versos que muestran ya, sin ambages, que la soledad ha venido a asentarse en una silla.
"Hoy tampoco vendrá". Convencimiento de lo que ya no es, ausencia de esperanzas de lo que fue algún día, detalles simples que se convierten en vertido de lágrimas. Las ventanas como símbolo de lo que queda fuera, de la vida que pasa y no te entiende. El duelo avanza y se reconoce en múltiples silencios, en huecos conocibles y en voces conocidas. El duelo es una lluvia negra que arrasa sin pedirte permiso.
"No consigues hallarte en los recuerdos". La voz es lo primero que se olvida. Las fotos te recuerdan los momentos felices, los momentos curiosos, los momentos. Pero la voz se esfuma, la voz se convierte en agua clara, dispersa, que ronda la memoria de los desaparecidos y nunca se concreta. La voz no existe más, se ha derrumbado. Y no consigues recordar el eco. El oído es el primer sentido que empieza la lenta tarea de simular olvido.
"Y pasarán las tardes sin final ni principio". Al final todo se concreta en el paso del tiempo inalterado, sin nada que concrete su presencia, huérfano de la risa y el abrazo, huérfano de historias, de comentarios sin importancia, de confidencias vanas. La alegre y sin interés en apariencia vida cotidiana se repliega en sí misma a costa de zarpazos. Ya nada es como era. Ni tú misma.
María Sanz es una poeta de formas clásicas, fiel a la armonía de los versos, al ritmo exacto y fiel a la tradición, a la belleza de la imaginación y a la verdad de las emociones. De esta forma ha compuesto un poemario en el que el equilibrio se convierte en columna para no derrumbarse, en el que las palabras son un bálsamo imposible para la recuperación, en el que la figura de la madre es, a la vez, cercanía y distancia, posesión y pérdida. El libro ha ganado un premio de poesía en la cercana Córdoba, el premio Artemisa, y de ahí su publicación por la editorial Detorres, que ha cuidado mucho la edición en todos sus detalles, algo de agradecer siempre cuando se trata de envolver los poemas en un formato lo más bello posible. El título, ese verso de Juan Ramón de un hermoso poema, cierra el círculo de la belleza nostálgica en esta obra mayor.



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