"Poemas" de Mary Shelley: Luz en lo oscuro

 

La personalidad de Mary Shelley (1797-1851) aparece extraña, difícil, llena de luces y de sombras desde siempre, desde su nacimiento y su infancia hasta su muerte. Por eso la lectura de este libro entra en lo más hondo, en lo más esencial y complicado de su pensamiento y su literatura. Más bien, de su escritura. Escritura como lamento, como forma de reconocimiento humano y de acercamiento a los otros y a sí misma. La mayoría de los que han leído "Frankenstein" no conocen el lado poético de Mary Shelley. Ahora pueden asomarse a esa ventana. Y hacerlo para captar en su integridad la imaginación y la verdad de esta mujer. Imaginación y Verdad que, como siempre afirmó Jane Austen, son los dos sustentos de la creación literaria.    

Esta muestra de poemas que publica Visor tiene mucha importancia. Sirve para mostrarnos esa mezcla de sensibilidad, inteligencia, talento, dolor, intuición, que es la obra literaria de esta escritora. No te deja indiferente y te invita a ahondar en la fuente de esos dones. Percibes una luz que se ha lanzado, como rayo de sol, sobre la oscuridad de algunos capítulos de su vida y sobre la pena que la azota. Lo dijo Françoise Sagan: Una gota de sol en el agua fría. La suerte de esta edición, y no es baladí, es que la haya traducido una poeta (una poeta excelente, además) y que lo haya hecho con el criterio sabio de ser fiel al poema, por un lado, y a la belleza literaria de la poesía en sí misma. Traducir no es solo cambiar una palabra por otra sino, por el contrario, apresar el sentido y colocarlo en un orden exacto, en un orden visual y armónico, para producir esa impresión originaria que el poeta quiso darle. Aquí se consigue. No hay mejor forma de traducir poesía que esta. 

Antes de entrar en el libro quizá venga bien un paseo, siquiera rápido, por la vida de la autora. Y su vida son, primero, sus padres, ninguno de los cuales era una persona corriente. Y el tiempo en que vivieron todos ellos, tiempos de guerra, convulsos, de cambio radical. Desde la segunda mitad del XVIII hasta todo el XIX, las relaciones sociales, personales, políticas y económicas sufrieron uno de esos giros que la historia ofrece y que se estudian con perspectiva. Pero la gente que vivió allí en ese tiempo contempló de primera mano la convulsión y cómo hizo que cambiaran sus ideas y su manera de estar en el mundo. Tiempos difíciles, diferentes, nuevos, aquejados de otros problemas, llenos de vivencias que no habían sido resueltas con anterioridad. Mary Wollstonecraft (1759-1797), su madre, que murió unos días después de que ella naciera (no la conoció, por tanto) era una escritora profesional, una mujer independiente, cuya vida se dio a conocer con detalle después de morir porque su marido, el también escritor y filósofo William Godwin, la relató en unas memorias que no favorecieron nada su imagen porque desentrañó aspectos de la vida privada que no eran entendidos ni aceptados en la época. No creo en la bondad de su intención, más bien en la necesidad de que la vida de ella ejemplificara las ideas de él, por otra parte y como veremos, perfectamente volátiles. Para ella la educación era el elemento fundamental que distinguía a unas personas de otras y que era absolutamente necesaria para las mujeres, la única forma en la que estas podrían salir de una situación de atraso previo y de dependencia de los hombres, no solo maridos sino también padres. 

La vida de Mary Wollstonecraft estuvo llena de amigas del alma con las que mantenía largas conversaciones y compartía pensamientos, en esa clase de camaradería especial que se establece entre el sexo femenino, un acto íntimo, una forma de salir de sí misma y adentrarse en las otras sin excusas ni planteamientos egoístas. Tuvo también dos amantes, con uno de los cuales engendró a su primera hija. Era Gilbert Imlay (1754-1828) un aventurero que fue soldado en las Trece Colonias, hombre de negocios y especulador en la época del bloqueo. Ella se enamoró locamente, contradiciendo sus propias teorías sobre la necesidad de no ser dependiente, ni quiera de modo emocional. El tal Imlay se lució: la dejó abandonada en el puerto de El Havre (Francia), embarazada de Fanny Imlay, en 1792, en pleno fervor revolucionario. Allí estuvo en aquellos años de estallido social Eliza Hancock, recién llegada de la India, casada con el noble De Feuillide, luego guillotinado, que era prima de Jane Austen, hija de Philadelfia Austen, la tía Phila, hermana del reverendo George Austen. 

Como a muchos ingleses la revolución francesa les supuso un cambio de vida porque el país se mantuvo durante años en guerra contra Francia y hasta 1815 no terminó este larguísimo período bélico. Su boda con el filósofo defensor del incipiente anarquismo, antes sacerdote calvinista, William Godwin, le trajo su a segunda hija, Mary, que sería luego la famosísima escritora de la que hablamos. La obra máxima de Mary Wollstonecrat es "Vindicación de los derechos de la mujer", publicada en 1792. Antes de eso había tenido sus más y sus menos con el filósofo Edmund Burke, cuya obra "Reflexiones sobre la revolución francesa" de 1790, intentó ella responder. Pero es el feminismo de la primera ola el que la reivindica como miembro destacado por su lucha a favor de la razón, la potestad de las mujeres sobre sus hijos, la posibilidad de ser independientes con un trabajo propio y el control sobre ellas mismas. De esta forma, aparte de consideraciones literarias, la trascendencia de Wollstonecraft tiene fuertes componentes sociales. 

Sobre su padre, William Godwin (1756-1836), hay que decir que en su tiempo sus ideas políticas influyeron en una generación de jóvenes artistas, pero que esa influencia pasó pronto y su propia vida estuvo llena de contradicciones: de sacerdote calvinista a revolucionario anarquista. Ninguna de sus obras filosóficas o políticas, ni tampoco de sus novelas, escritas al final de su vida cuando su estrella pública había decaído y se vio obligado a aceptar un trabajo del mismo Estado al que negaba legitimidad, ha pasado a la posteridad. En esa contradicción entre su pensamiento y su vida está inserto el rechazo contra su propia hija y contra el poeta Percy B. Shelley, con el que ella había huido a los dieciséis años, quizá para escapar del radicalismo de su propio padre. Godwin no perdonó esa acción y les retiró la palabra a los dos. La infancia de Mary Shelley había estado unida a su padre, que fue quien la crió junto a su hermanastra Fanny, lo que sin duda tuvo que influir en su obra y su propia vida, que ella pretendía libre de reglas y con la sola guía de sus propios sentimientos y de su razón. 

Fanny Imlay (1794-1816), por cierto, se suicidó a los veintidós años. Una compleja red de familiares, medios hermanos, amantes, amigos íntimos, seguidores y discípulos, teje la vida de Mary Shelley, incluyendo a los grandes amigos del poeta Shelley, es decir, Lord Byron y John Keats. Al igual que su madre, Mary pretendía llevar una vida acorde a sus ideas, sin dependencia del hombre y con total libertad. Pero la realidad fue muy diferente. Igual que ella sufrió el abandono y la vivencia de ser madre soltera, tuvo que lidiar con la crítica de la sociedad y de su propio padre, que olvidó muy pronto sus ideas ante la situación de su hija, soportar como pudo la pérdida de varios de sus hijos y la devastación que le produjo la muerte de su compañero de vida. El momento político y social, la revolución francesa, las ideas ilustradas, el auge del romanticismo, todo ello está en el telón de fondo de estos escritores que vivieron una época convulsa y que tuvieron una vida agitada y llena de dudas y de situaciones difíciles. La principal contradicción estaba en su feroz individualismo en un tiempo en el que las sociedades pretendían hacer oír su voz colectiva. 


(La única imagen que se conserva de Mary Shelley es este retrato. Se desconoce la edad que tenía en este momento pero lo que más destaca es su mirada, aguda e inteligente)


(El padre de la escritora es William Godwin, cura calvinista, filósofo, librero y luego escritor de novelas, teórico del anarquismo y persona controvertida) 


(Mary Wollstonecraft, precursora del feminismo, escritora y madre de Mary Shelley)


(Percy B. Shelley, poeta, de familia aristocrática y vida agitada, casado en segundas nupcias con Mary Shelley y padre de ocho hijos) 

La relación de Percy B. Shelley y Mary fue fundamental para la vida y la obra de ella. No creo que al revés pueda decirse lo mismo porque los estudios existentes sobre la obra del poeta dan la mayor relevancia a su contacto con Byron y Keats, ambos responsables de estimular la creación del joven Shelley. Cuando se encontraba bajo de forma en lo que se refiere a su capacidad de escribir, ellos le insuflaban inspiración y deseos de seguir adelante con su carrera. Pero no era un hombre persistente ni voluntarioso. Descendía de una familia aristocrática de Sussex, con títulos incluidos, y tuvo una excelente oportunidad, no demasiado aprovechada, de formarse en el elitista Eton y en Oxford. Shelley pronto se llenó de las nuevas ideas (que iban dirigidas a las clases bajas pero emocionaron a las altas) y se dedicó con ahínco desde muy joven a echar a perder su vida. Primero, con diecinueve años, se fugó a Escocia con la hija de un mesonero, Harriet, con la que tuvo dos hijos y se casó. Ella terminó suicidándose ante el abandono que sufrió por su parte, dicen que estando embarazada. Luego se fugó de nuevo, dos fugas en cuatro años, con Mary, la hija de su maestro en ideas, Godwin, al que conocía de frecuentar la librería que este había fundado. No solo Mary se fugó, también Claire, la hija de la segunda esposa de su padre, seguramente harta como ella de sus imposiciones y de su radicalismo. Claire acabó teniendo relaciones con Byron (prácticamente lo persiguió una temporada, dada la volubilidad de él) y dando a luz una hija. Con Mary pudo casarse después del suicidio de Harriet, aunque el matrimonio fue infortunado en lo que se refiere a su descendencia y al tiempo que disfrutaron de estar juntos. Toda esta situación compleja nunca impidió que Mary escribiera, incluso cuando cambiaban de escenario y se movían por Suiza, Italia o los Alpes franceses, en una itinerancia que no ocultaba esa insatisfacción que todos sentían. 

Algunos de los poemas que se recogen en este libro se escribieron tras la muerte de Shelley en un absurdo naufragio sucedido en 1822 cuando aún no había cumplido los treinta años. Casi treinta años, precisamente, son los que ella le sobrevivió. Son poemas de una intensidad desbordante, mezcla de dolor, pérdida, rebeldía y sufrimiento interior. "El elegido" es un poema largo en el que la escritora vuelve con más fuerza la mirada a los días felices vividos con su amor y se para en las circunstancias de su pérdida, recordando a su hijo, que ha quedado huérfano y lo horrible que será vivir sin esa presencia amada: "Y, aunque deba vivir, ¿cómo pasar los días, y cómo amanecer con los ojos sin lágrimas y dormir entre sueños luminosos y plácidos, igual que esas luciérnagas de las noches sin luna?" Cualquier persona que haya perdido a su pareja puede entender sin dudarlo este poema. Cada uno de sus versos escriben una sentencia y su aire, su perfume, su atmósfera, es la de la desolación y la de los interrogantes. Los porqués están cabalgando en cada palabra, la no aceptación, la rebeldía, la lucha contra el destino que ha sido tan cruel, es el fondo de la historia que aquí se presenta en forma de hermosos versos, de lamento poético. 

"Al leer los versos de Wordsworth sobre el castillo de Peele" es un poema netamente romántico, en el que la naturaleza protagoniza los sentimientos de la escritora. Y lo hace de forma constante y consciente, apareciendo en cada esquina y lugar, en cada sensación, física incluso, que se muestra. Ahí están el agua, la tormenta, las olas, el viento, la tempestad, el horizonte, la playa, el mar ("quizá jamás consiga volver a ver el mar"), y, para terminar, la emoción en forma de lágrimas ("tantas lágrimas"). En "Ausencia", el llanto es ya lamento que se grita a la vida sin cortapisas: "Él se ha marchado y me he quedado sola". Lo mismo que "Un canto fúnebre" que comienza con el barco de Percy B. Shelley lanzándose al mar ("tu galante navío"), como una metáfora del hombre mismo, joven, en su plenitud. El mar se ha tragado la vida y la ha sepultado, acabando con las esperanzas del muerto y de sus deudos. El resto de los poemas tienen este mismo tono melancólico, a veces rebelde, en otras ocasiones laudatorio, recordando días felices en Italia, su paraíso, mencionando a personas que la han hecho feliz, con las que ha compartido algo de su vida anterior. El último poema "Ven a verme en mis sueños, amor mío" es tan sencillo como bello. No necesita recurrir a extrañezas ni a un vocabulario rebuscado, simplemente se desliza con suavidad sobre el sentimiento que posee a quien se ha quedado sola tras un naufragio que no solo fue real, sino emotivo. Visto que la persona ha desaparecido y que el amanecer ofrece una vida sin que esté a tu lado, es la noche la que puede compensar esta situación, son los sueños los que pueden hacer el milagro de la presencia. La escritora alude a una fábula en la que se relata la visita de Amor a una muchacha griega en medio de los sueños de una noche, aunque ella y su curiosidad, terminó por destruir la posibilidad de unión porque rompió el hechizo despertándose. Mantener el sueño firme, que no llegue el día, que no amanezca, para que los que visitan a sus amantes de noche puedan disfrutar de esa especial relación que se establece entre ambos. Escalofriante y certera muestra de poesía amatoria más allá de la vida con la que se cierra el libro. En relación con este poema está "Tu sol sigue brillando, hermosa Italia", lugar de descanso eterno de Shelley, al que dedica unos pocos versos, cinco, poniendo de manifiesto su belleza y su deseo íntimo de estar junto a él en su último descanso. Conmovedor. 

Mary Shelley era un talento natural y precoz, crecido en las circunstancias más adversas. La educación que recibió al lado de su padre, una persona radical cuyas ideas se desvanecieron con rapidez y que no ha dejado ninguna obra relevante, no fue la más adecuada para una niña tan sensible. Quizá si su madre hubiera podido vivir con ella las cosas habrían sido distintas. No obstante, el talento terminó por salir y lo hizo a tempranísima edad. En 1818 publicó "Frankenstein o el moderno Protemeo", una novela gótica en la que crea uno de esos personajes únicos e inmortales de la historia de la literatura, tanto es así que sobrepasa la propia fama de su autora. Se trata de un texto con alusiones morales, religiosas, filosóficas y éticas, que va más allá de lo que una novela gótica podía suponer. Ha sido considerado el primer libro de ciencia ficción de la historia. A la fecha de publicación ella tenía veintiún años, lo que indica que fue creado con menos de veinte, una suerte de precocidad que muestra sus dones con toda claridad. Shelley fue contemporánea de Jane Austen y esta publicación tuvo lugar, precisamente, al año de la muerte de la escritora, cuando salían a la luz sus novelas póstumas "Persuasión" y "La abadía de Northanger", una sátira de la novela gótica hecha con enorme ingenio. La importancia y la repercusión de Frankenstein hasta la actualidad puede observarse en la proliferación de personajes similares o inspirados en él, así como en las adaptaciones a todos los formatos de la historia, incluido el cine, el cómic o las series de televisión. De todos los escritores que hemos mencionado aquí, es Mary Shelley y su Frankenstein el que goza de mayor favor popular. 

Aparte de sus novelas, de sus libros de viajes, la poesía fue un terreno fértil para Mary Shelley, aunque muy desconocido. Por eso la publicación de libros como este sirven para conocer esta faceta que, a poco que se observe, constituye una de las más relevantes de su obra, posiblemente la más unida a su propia personalidad y la que mejor muestra sus emociones y la deriva de sus sentimientos, tan apegados a la pérdida y a la rebeldía por la marcha de los seres queridos. Y, volviendo a la edición, qué feliz idea la de que una poeta traduzca a una poeta. Tantas veces sentimos, al leer versos traducidos, que se ha respetado su literalidad pero que se ha escapado su hondura, su verdadera esencia. En este sentido, el libro es tanto de Mary Shelley como de Victoria León. 

Mary Shelley. Poemas. Edición bilingüe inglés, español. Traducción de Victoria León. Colección Visor de Poesía. Visor libros. Edición al cuidado de Nicole Brezin. Cubierta "Hero" de Edward Byrne-Jones. Madrid, 2021. Nota a la traducción de Victoria León. 78 páginas.                                                                                                                                        

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