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Mostrando las entradas etiquetadas como Inéditos

Folio en blanco

Pero, seguramente, ella está también mirando ahora la Luna. En cualquier sitio sus ojos contemplan este mismo universo. Quizá eso deba hacer que me sienta menos solo, que note menos el vacío. Pero es difícil. La soledad es un algo frío y perenne que se acomoda en nosotros al menos movimiento de la vida. Esta vez, como casi todas, ha venido sin avisar, me ha cogido de sorpresa. Tendría que presentirla, saber cuándo va a aparecer para llenar mi alma de miles de cosas inútiles que no dejaran ningún hueco vacío. Pero esta vez tampoco lo he logrado.  Todas las cosas desaparecen de pronto y ella también. ¿Cómo habría podido evitar que se fuera? Quizá inventando un tipo nuevo en el calendario, pero no, no sería efectivo, tendríamos que inventar meses eternamente y el tiempo es una cosa muy frágil para asentar en él nuestra dicha.  Más seguro sería borrar el espacio. Todos integrados en el mismo punto de visión, unidos en el mismo ámbito. Así la vería siempre. Pero no estaríamos n

Una distancia cierta

(Pintura de Dorothy Johnstone. 1892/1980) Se le llenaron los ojos de lágrimas. Ella era una ola y se transformó en mesa. En una mesa estática, dura y esquinada de aristas. Nada de la dulzura, nada del tiempo presentido, nada del deseo satisfecho. Entendió, como tantas otras veces, que perseguía un imposible. Un sueño sin respuestas. Ese hombre nunca sería el portador del abrazo que su cuerpo necesitaba con urgencia. Nunca sería el dueño de la sonrisa que le devolvería la confianza en sí misma. Nunca sería nada más que una sombra al otro lado del hilo telefónico. Sintió frío. Le ocurría algunas veces. Cuando, después de un breve momento de euforia, lograba aterrizar y entender en todo su sentido que estaba persiguiendo una inútil empresa. No habría nada en él que a ella le supusiera algarabía, ni esa sensación única del tiempo que pasa muy deprisa porque alguien al otro lado nos espera. Odiaba esa palabra. Esperar es para ella un pecado, algo que nunca se convierte en vida,

El tercer hijo

Cuando era un niño lloraba mucho. Era un río de lágrimas imparables que desesperaba a la familia y que avergonzaba a su padre. Sus dos hermanos mayores, le decía, eran machotes, chavales fuertes que no tenían tanta pamplina ni eran tan tiquismiquis. Entonces, tras la regañina, él se dirigía a escondidas al regazo de su madre y allí seguía llorando un rato más, hasta que ella le daba una onza de chocolate y él se marchaba a rumiar su pena en otro lugar de la casa.  Era una casa grande y muy destartalada. Tenía un patio central y era de una sola planta. La fachada estaba encalada y la cubría una azotea espaciosa y abierta al sol. Una de esas casas de pueblo que se construyen sin criterio, poco a poco, según van naciendo los hijos. Por eso las habitaciones cambiaban de uso a cada instante. Cuando él nació hubo que hacer obras. Era el tercer varón en una familia que ansiaba una niña, así que no le hicieron demasiado caso, pero acotaron un tabique en un cuarto de plancha cerca de

"Tú eres buena, tú eres lista, tú eres importante"

(Aibileen Clark con la niña a la que cuida, Mae Mobley Leefolt en Criadas y señoras, 2011) Una frase puede valer tanto como un tratado. La mayoría de los que escriben darían oro por una buena frase. Las frases son como las ideas: lo más difícil de hallar, lo más fácil de plagiar y lo más duradero. Una buena frase representa un logro para el que la escribe o pronuncia. Detrás de una buena frase siempre hay una idea valiosa. Y, además, una buena frase te hace pensar en cuestiones que merecen la pena.  La película Criadas y señoras (The Help, 2011, de Tate Taylor) incluye esta frase en boca de la criada negra de la niñita blanca: "Tú eres buena, tú eres lista, tú eres importante" . La criada negra no ha estudiado psicología pero ha criado ella sola a diecisiete niños. Todos ajenos. Todos blancos. Resulta incongruente cómo en esta película ( y supongo que también en la realidad que retrata) las mujeres blancas dejan a sus preciosos hijos blancos en manos de criadas

Oculta geografía

(Jennifer Lawrence en Nueva York. Fotografía de  Annie Leibovitz para Vogue, septiembre 2017) He vivido en el centro del miedo. He lanzado preguntas y ninguna ha tenido respuesta. He sentido un volcán de lava derretida bajo mis pasos. He soñado que mi vida era otra. He querido ser alguien diferente. He llorado hasta que las lágrimas han dejado de existir. Me ha dolido el corazón sin que nada ni nadie pudiera siquiera darse cuenta de que las notas de mi melodía estaban apagadas. He sido cobarde para amar. He sido valiente para decir adiós.  Pero he aquí que, a miles de kilómetros del mundo, quizá en otra galaxia, la luna se ha adueñado de un firmamento oscuro, yermo de estrellas, escrito en tinta china. El centro de la bóveda rodea el cuarto creciente y debajo, la arena que hace horas abrasaba, se ha tornado en azúcar, cálida y sin terrones. Los pies desnudos, los pies descalzos, todo, desnuda entera yo, mi corazón desnudo.  Me he mirado a mí misma a través de un espejo, Ali

Lo maravilloso

(Pintura: Mary Jane Ansell) H ay gente que trae consigo la palabra. Y otra gente que trae el vacío. Pero, en realidad, soy yo la que adjudico letras, frases y vocablos a todos vosotros, el mundo. No existe lo que veo salvo en mí, soy mi propio juez, la persona que etiqueta, que aplaude o silba esta representación, a ratos improvisada y otras veces con un guion escrito de antemano, que es la vida. E n ese concierto, cuyo director se ausenta cada vez que otro asunto le concierne, le asigné a él (siempre hay un ÉL, aunque no lo expresemos) un papel cenital. Le di el don de regalarme alegrías y de levantar mi espíritu. Le otorgué la capacidad de la tristeza y la huida. Le dibujé con los trazos más exactos, ajustados, livianos y tiernos, que mi propia imaginación oculta. A ese ÉL (como ocurre tantas veces) le concedí demasiada importancia, demasiado poder, demasiada partitura en el conjunto de mi música de fondo. Y a esa extravagante ocurrencia, dictada por no se sabe q

Él y ella

(Fotografía de Nina Leen, 1940)  Él era un hombre de mundo y ella de interior. A él le gustaba el brillo y a ella el matiz cansado de la oscuridad. Él tenía corbatas caras y un traje de Armani a rayas grises. Ella soñaba con verlo a la luz del día sin maquillaje. Él poseía muchas cosas y a mucha gente, pero nunca se consideró dueño de nada ni de nadie. Ella soñaba con él y con su aire de abandono cierto. Él tenía miedo a ser amado y ella a dejar de amarlo sin darse cuenta. Él era un vividor de buen corazón y ella una mujer que ocultaba un secreto. Él había subido muchos escalones y ella había tenido que bajar a los sótanos. Él disfrutaba la vida a ras de soledades y ella ansiaba conjurar el dolor a su lado. Él se sentía ajeno y ella no podía dejar de llevarlo dentro. 

Tiembla la noche

La luna en cuarto creciente y esos versos, esas palabras dichas en inglés, la música, las manos volando sobre las teclas blancas, un espacio breve en el silencio, la noche tiembla, espera, nada. No hables, cállate, mejor así.  Hay flores que se escriben en un beso. Una vez intenté que el carmín se disparara sobre aquella mejilla. Pero huyó, no quiso saber nada. La nada es esa espera, pensé. El rosa de los labios no tiene vocación de posarse en su cara. Pensé, nada es nada.  Así suenan los versos en la música y está todo en inglés y me pregunto si acaso yo no he visto antes de ahora esta misma y volátil sensación de verano en medio del invierno. La luna crece y crecen las palabras, en un compás que las lleva a posarse en el río. Es el río prometido, me digo, fue la nada. Nada. Una barcaza azul y una camisa. Todo azul. Mentiras en azul. Azul falso, azul nada, los azules.  Cómo perder el tiempo en trenzar soledades si aquello fue una basura tierna, pero basura al fin y al

Cuento de navidad: Recuerda por qué brilla ese árbol

La casa estaba encendida. Como otros años, como todos los años anteriores, como muchos años de otros tiempos, la casa estaba cubierta de la pátina del dorado y el rojo. El muérdago aparecía sobre la puerta, como si esta fuera una casa inglesa. Las ventanas tenían figuras imaginadas de renos y viejos con barba blanca. En las esquinas de la entrada, dos maceteros con flores blancas y plateadas saludaban con cierta desgana a los visitantes.  Al fondo del salón, en el sitio de honor que se había logrado despejando hacia un lado la enorme pantalla de la televisión, allí estaba el árbol, un pino natural, porque aquí en estos sures los abetos son solamente de plástico, recogido de un vivero un día antes, plagado de bolitas de colores, cintas de espumillón, casitas de madera, muñecos, todos ellos vestigios de los niños de la casa cuando eran niños. No se trataba de una de esas decoraciones simétricas tomadas de una revista. No, era algo más natural, más íntimo, más cercano.  La ca

He oído florecer a los almendros

He oído florecer a los almendros y la luz amarilla del sol ha aparecido debajo de una sábana. Las lámparas escupen los silencios y el viejo ventanal, apenas entreabierto, trae lunas de otros años, otras vidas. En esa intersección de la amargura, cuando los tiempos tiemblan y vibran sin motivos, he escuchado las voces de todas las historias y escrito sobre el aire un viento lastimero, una nueva razón que tiene la apariencia de ser nada.  (Pintura de Louis Valtat) 

La mujer callada

(Leonor Fini. Autorretrato con sombrero rojo. 1968) No creas que ha sido fácil. Se ha precisado un largo entrenamiento, una aceptación total y un vuelco a la emoción que se lanzaba sola. Antes, cuando todavía el viento oscuro del silencio no había llegado, ella se movía como pez en el agua en las palabras. Asentía, comentaba, contaba, rezaba, cantaba, decía. Los verbos se mezclaban con los ambiciosos adjetivos, de dos en dos, de tres en tres. Los nombres tenían la mayor de las disposiciones para convertir en sueños los deseos y los deseos en realidades. Luego estaban las preposiciones, las conjunciones y las pequeñas partículas de antes y de después, bien ajustadas, compuestas, libres, pero engarzadas en una joya sin precio, en una frase. De esa forma el pensamiento no tenía fronteras, el corazón se ensanchaba cuando iba a pronunciar un pequeño discurso y la boca se movía al compás querido de la brisa. Todo era vivir y así se compartía lo que los hombres tienen más a mano: su s

Pensando en ti mientras no fumo

Hoy he cruzado todos los semáforos. A mi llegada, ha desaparecido el rojo y se ha abierto el verde. Yo, de rojo y de verde hoy, he cruzado todos los semáforos y me he adentrado en el gentío que sube y baja la avenida, la calle, la calzada y la acera, el carril bici y la zona reservada a los taxis. Me he adentrado en el gentío, yo, de rojo y verde hoy, al borde de cualquier semáforo, y he recordado unas manos tibias, manos que nunca temblaban y que sabían a lo mismo que el campo, robustos olivos hechos manos, manos de labrador, de campesino, manos tiernas, tus manos.  Así, en esa imagen de la gente que transita cargada de bolsas de plástico que luego han de reciclar con esfuerzo, colmadas de turrones, llenas de cintas de colores, de pasteles, de enormes cruasanes casi franceses pero sin mantequilla; esa gente, la gente que se mueve de uno a otro lado con presteza, sin miedo, sin pensar que están cruzando un tiempo que ya se les escapa, sin saberlo, sin serlo, sin estar; en esa g

Un veneno directo al corazón

Ese veneno tuyo directo al corazón no va a surtir efecto. Rebotará como una vieja pelota desgastada y caerá al suelo. Allí la lluvia lo convertirá en nada, el fuego lo arrasará sin duda y el viento va a dispersarlo lejos, lo más lejos posible. Y aunque mis hombros se hundan por un momento, aunque mis lágrimas afloren sin evitarlo, no sembrarás la duda, ni cavarás en mí una zanja profunda por donde habite el odio. Seguiré sin odiarte aunque lo quieras.  Esas frases malvadas que destilas, ese desafío a la bondad y a la pena, esa ausencia de compasión y de sonrisas, todo eso lo conjurará la música, todo eso lo salvará la vida, todo eso se cubrirá de asfalto y desaparecerá contigo, cuanto antes, antes de lo que piensas, antes de lo que creo, antes de que la nueva primavera se trastoque en verano, se llene de azahar reconvertido en tiempo.  Oiré su voz y aprenderé a perdonarme entera. Me enseñará a descubrir mentiras, a ocultar emociones que no sirven y arañan, me enseñará a que

Algunos adjetivos

     Apenas te conozco. Si conocer puede llamarse a ese acto íntimo de oír tu voz entre los instrumentos. O la sonrisa esquiva y tímida en un vídeo de Youtube. Apenas te conozco pero esta es la mañana gris y lluviosa en que pongo tu voz para que acune las palabras que escribo. No hay nada más perro que el amor, dices mientras tecleo con decisión en este ordenador, después de haber dejado a un lado un libro que me ha hecho atrapar las palabras en el aire.           Los dos, el libro y tu música, sois los magos de un día que ha empezado lleno de convicción. Sí, debo hacerlo, lo haré, porque merezco hacerlo, porque no quiero ser cobarde. Porque odio el victimismo y la autocompasión. Esas dos palabras las usa ella, la mujer del libro. Me resuenan en la cabeza y me salen a las manos. Los ojos me lagrimean porque la alergia primaveral está haciendo de las suyas y quizá porque abuso de la lectura en estos días. Qué podía hacer, si no. Dónde podía encontrar consuelo, si no es en las pala

Hombre ansiado

Era una tarde de otoño ventosa y fría. El suelo estaba húmedo. El día anterior había estado lloviendo. Los castaños, perdidas sus hojas, ofrecían sus ramas desnudas a la intemperie. Sonaba a soledad ese camino perdido al final de la casa. Nadie solía andar por allí. Nadie lo conocía. Ella salió de casa apresurada. Como si temiera que alguien la vigilara. Como si cometiera un pecado mortal. Creía en los pecados. Sabía que estaba condenada, porque, cada día de su vida, el pecado la cercaba como algo inevitable. Pero no le importaba. Ahora solo tenía un deseo. Un único deseo. Un deseo irrefrenable. Un deseo que todo lo cubría. Que todo lo ocupaba. Que todo lo llenaba de suaves aristas, instaladas bajo la piel, como si fueran hormigas que corrieran a sus anchas. Como si el surco de las venas se llenara de espejos que le devolvieran su imagen en esos instantes previos. Los ojos llenos de fuego, las manos ansiosas, el cabello despeinado. Un vestido rojo oscuro con las ma

Las odiadas

Hay un montón de mujeres a las que odio sin conocerlas. Ese odio viene de ti, procede de ti y me lo has inoculado. No tengo ninguna razón objetiva para odiarlas, es más, ni siquiera las conozco. No las he visto nunca, no sé cómo respiran, cómo hablan, qué sienten. No he contemplado nunca sus rostros de cerca, ni sé cómo huelen, qué perfumes usan, cuál es su número de pie. No he compartido con ellas tertulia, charla, encuentro, copas. No sé nada de ellas salvo lo que tú mismo me has contado. Esas confidencias que parecen surgir a regañadientes, que no tienen forma directa, sino que son un subterfugio. Una manera estudiada de dejar caer datos, de convertirte en la víctima de las situaciones, de hacer que yo me sienta perdida, arrollada por unas circunstancias que no puedo controlar. Hablas de ellas y yo intento averiguar en mi interior si te han dejado huella, si sientes algo, si ese algo es bueno o es dañino. Intento averiguar sin hacer preguntas porque las preguntas están prohibid

Periodismo low cost

Aprendí a leer leyendo el periódico. No porque fuera una inmigrante, como esa señora Smith de "El cuarto poder", sino por la sencilla repetición de un rito: todos los días mi padre llegaba a casa con el periódico. Todos los viernes traía también un semanario local. Y todos los sábados, además, las revistas que a mi madre le gustaban, muchos tebeos para nosotros y los libros y suplementos que el periódico solía acompañar a su edición de los fines de semana.  El momento de su llegada era glorioso. Nos abalanzábamos sobre él y repartíamos las hojas del periódico, haciendo apresurados turnos. Cuando pude conseguirlo, pasar las páginas del periódico la primera, sin que nadie tuviera ese privilegio antes que yo, me parecía la gloria. Todo esto quiere decir que nos hemos criado en la creencia de la que la prensa era confiable, que tenía la voz que nosotros no podíamos alzar y que nos representaba de algún modo. Al crecer, los debates y discusiones en torno a las noti

Heterónimos

Durante muchos años solo escribía poesía. Está por ahí, oculta. Ni siquiera sé si es algo o es nada. El año en que conocí a Pessoa, era verano y fue en Baeza. Un curso de poesía mística en el que estaban también San Juan de la Cruz y Santa Teresa. Ya no recuerdo si alguno más. Los santos eran conocidos, el portugués no, o apenas. Entraron en bandada todos los heterónimos y la clase se llenó de gente. Los profesores de la Universidad de Granada y de la de Lisboa se empeñaron en hacernos ver que no era un solo poeta ni un solo escritor, sino esa masa definida, esa maravillosa multitud que lo acompañaba.  Eran días intensos de trabajo y de sol. El calor oscuro de Baeza, ese espacio misterioso rodeado de un mar de olivos, se deja sentir desde por la mañana. Las piedras resuenan al toque de las sandalias y caminar por allí, al mediodía, es cruzar el fuego. Las mañanas se ocupaban en escuchar lecciones magistrales de gente convencida, que afirmaba con rotundidad opiniones certeras y

El patio de vecinos

Cada uno en su habitación, decorándola, llenándola de fotos, de ideas, de dibujos, de adornos...En la zona común, el patio, y, en el patio, los macizos de flores o los arriates con plantas olorosas...Cada uno en su habitación y, de vez en cuando, una flor que se agita y que queda sin hojas, una mirada no correspondida, un deseo insatisfecho, una risa que no tiene respuesta, una forma de hablar en voz muy baja, un encuentro feliz, la única manera de verse en mil años… Eso es internet. Un patio de vecinos virtual, en la que hay sentimientos, vanidades, orgullo, prejuicios, sentido, sensibilidad, mentiras, algunas verdades, esperas, búsquedas, razones...Cada uno cuida de su habitación y pretende que cuando alguien la visite se quede prendado de su olor, de su buen gusto, de cómo ha servido esa tacita de té a las cinco en punto de la tarde...Escribe la soledad...Porque, si tú estuvieras, el patio tendría la luz de tus ojos y no harían falta las palabras. (Fotografías de I