Oculta geografía


(Jennifer Lawrence en Nueva York. Fotografía de Annie Leibovitz para Vogue, septiembre 2017)

He vivido en el centro del miedo. He lanzado preguntas y ninguna ha tenido respuesta. He sentido un volcán de lava derretida bajo mis pasos. He soñado que mi vida era otra. He querido ser alguien diferente. He llorado hasta que las lágrimas han dejado de existir. Me ha dolido el corazón sin que nada ni nadie pudiera siquiera darse cuenta de que las notas de mi melodía estaban apagadas. He sido cobarde para amar. He sido valiente para decir adiós. 

Pero he aquí que, a miles de kilómetros del mundo, quizá en otra galaxia, la luna se ha adueñado de un firmamento oscuro, yermo de estrellas, escrito en tinta china. El centro de la bóveda rodea el cuarto creciente y debajo, la arena que hace horas abrasaba, se ha tornado en azúcar, cálida y sin terrones. Los pies desnudos, los pies descalzos, todo, desnuda entera yo, mi corazón desnudo. 

Me he mirado a mí misma a través de un espejo, Alicia sin vestidos, sin números ni reinas. He cruzado el umbral y allí, sin esperarlo, he entrevisto mi imagen, asomada a un espacio que no aguanta mentiras. Soy yo. Esta que ves. Así. Completamente. Soy yo.  Lejanos los deseos, lejanas las pasiones, lejanos los conflictos. Soy yo. No siento miedo. El miedo se ha marchado. La noche no es oscura. No estoy sola en el mundo. No lo he perdido todo. No tuve un él ausente. No tengo un tú imposible. 

Sigiloso, un violín irrumpe en el silencio. Su doliente susurro me secuestra, me llama. Acallo su sonido con el mío. Como si me escucharas, entono desde dentro una canción muy vieja, una canción que se cose a mi piel desde que existe. Entonces sueño con mi vuelta a la vida, a esa callada, oculta, geografía de los besos. 

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