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Mostrando entradas de octubre, 2021

Coimbra

  (Coimbra. Acuarela por Jorge Vieira) Mi amiga Isabel me habla de Coimbra. De su belleza. Una universidad rodeada de una pequeña ciudad, dice. Una isla de saber en un rincón del tiempo. Debo creerla. Y me gusta. Porque creo en las islas y yo misma soy una de ellas. Ser de isla no es lo mismo que ser de mar, es diferente, es una especie de cualidad única, de sentir individual, de esperanza que no deja de notarse aunque te pinches con un huso en el dedo.  He soñado con Coimbra sin conocerla. Algunas veces me sucede y veo las ciudades y los lugares en todo su esplender sin haber estado allí. Veo sus carreteras, sus casas, el color de los árboles, el hueco de los pájaros, las flores, las estrellas de un cielo figurado. También Coimbra está en ese calendario de fortuna que quizá nunca llegue. Me imagino sentada en una de las aulas de esa universidad, oyendo a un profesor que, milagrosamente, entiendo, aunque su idioma es el portugués. En mi sueño, como si fuera un Manderley de lenguas, com

Ciudad de altas murallas

  (Torre Sevilla, obra de César Pelli. Las críticas a su construcción han sido la constante desde el comienzo del proyecto. Foto de la autora del blog)    Vengo de un lugar en el que las murallas están en el cante. Unas murallas que salvaron vidas en una ocasión, cuando la explosión lo convirtió todo en un campo de batalla: Son murallas que separan dos espacios: Cádiz-Cádiz y Puertatierra. Son las únicas murallas que conozco. Por todo lo demás, es un lugar de puertas abiertas, de conocimientos rápidos, de amigos casi inmediatos, de libertad para relacionarte, entrar, salir, sin carnés. Ese día primero del trabajo en el que una compañera me invitó a su cumpleaños, ese día primero en el que apareció el hombre de ojos verdes. No hay que hacer más esfuerzos que dejarse llevar y ya eres uno de ellos. Al menos, ha sido así hasta hace algún tiempo y espero que el paso de este no la haya convertido en una imitación de Sevilla. Demasiado se imita ya el paso de los penitentes (que no, nazarenos)

El tiempo de los abrazos

Miradla, está en el centro de la foto. La niña quiere ser buena pero no consigue que su mirada se centre en el libro que está leyendo. No consigue que se detenga ahí, que se convierta en el motivo principal de su interés. No. Mira más allá, se despliega, se lanza a un universo desconocido, se zambulle en un mar de olas peligrosas y sin fin. Ella, la niña de la foto, se pregunta por algo más que los libros no enseñan. Y esa pregunta es el motivo principal de sus dudas. Y será así siempre, toda la vida, todos los años venideros, toda la gente que va a conocer, representará esa pregunta sin respuesta.  La niña de la foto no sonríe. No tiene el gesto concentrado de la compañera del jersey geométrico, que parece buscar en el libro de al lado algo que en el suyo no existe. Esos ojos fruncidos indican un sentimiento de malestar porque ese otro libro es más interesante que el suyo, más grande, con menos hojas. Tampoco se parece a la niña rubia del vestido bordeado de piquillos. Esta ni

El armario de los juguetes invisibles

(Foto: Horst P. Horst) Ahora que el tiempo ha decaído en otoño, mientras el sol se esconde durante algunas horas y el cielo se pone gris brillante, es cuando miramos desde la ventana para contemplar a los niños que se visten de disfraces y, en lugar de comer castañas asadas, chupan caramelos con forma de calabaza. Es el signo de los tiempos y quejarse de ellos es envejecer más allá de lo que el calendario afirma.  De noviembre a diciembre se siembra la nostalgia y en enero culmina el ciclo con la noche de reyes. Cuando todos los recuerdos han caducado, este de la noche de reyes sigue teniendo el lugar central en la memoria, porque no hay como haber jugado con un artilugio cualquiera para tenerlo presente. En los paquetes de papel de la hamburguesería a la que algunas veces encargamos la cena (volviendo así a jugar como cuando éramos niños) siempre hay pegatinas, estampas y muñecos que nos recuerdan los tiempos en el que todos, absolutamente todos, éramos más niños que adultos. Y ese fo

Jane se autopublica

Dado que Jane Austen pudo llevar a imprenta su libro "Sentido y sensibilidad" en enero de 1811 con el sistema, frecuente entonces, de "ir a comisión", puede decirse que lo que hizo fue, con palabras de hoy, autopublicar su libro. El primero que vería la luz de todos los que ya tenía escritos sin suerte alguna. Los escritores de ahora que pierden la esperanza deberían ver este ejemplo. También en tiempos de Jane se publicaban libros malos y se dejaban sin publicar libros buenos. Lo suyo fue una especie de persistencia y, quizá, de justicia divina, pero por poco nos quedamos sin poderla conocer.  "Sentido y sensibilidad" fue aceptado para ser publicado, gracias a la intermediación de su negociante hermano Henry, en el invierno de 1810 por el editor de temas militares Thomas Egerton. La primera tirada constaría de setecientos cincuenta ejemplares, a los que ella aportaría la cantidad de ciento ochenta libras para gastos. Ese dinero, en realidad, no esta

"Tosantos" en el mercado de La Isla

  (Caravaggio. Cesto de frutas) Los Tosantos comenzaban con la llegada de los cestos de fruta y otros productos que el padre hacía enviar a la casa. Peros, granadas, membrillos, boniatos, uvas, manzanas, castañas, nueces, naranjas, almendras...la fruta del tiempo venía en un enorme canasto de mimbre, con unos lazos verdes a cada lado, cortesía de la mujer del frutero. El frutero se llamaba Andrés e Isabel era su esposa y ella siempre iba vestida de colores, como la reina de Inglaterra, por muchos años que cumpliera. Los dos habían llegado de Conil, ese pueblo acostado en el mar que tiene tanta huerta que rebosa. En otro cesto y procedente de la mejor pastelería de la calle Real, envueltos en papel de plata, venían los dulces: los huesos de santo, los buñuelos, las empanadillas de cabello de ángel, las tortas, las canastillas de hojaldre, el mazapán, la fruta escarchada...Dulces dulcísimos y que con un sonido especial: el de los tiempos más felices. El rito de todos los años en estas mi

Everything Happens To Me

(Foto: Peter Lindbergh) Uno de los dos tenía los ojos verdes. Quién puede saberlo después de tanto tiempo...Y sonaba la música sin estorbar, allá, al fondo del local, con esas luces que parecen no alumbrar, que esconden más que muestran. Tan tarde, que los bebedores locales se habían marchado, tambaleándose, a cualquier otro garito de peor fama. La fama de los bares es inversamente proporcional a la bebida que venden, dijo alguien que debía ser muy enterado. Pero nosotros teníamos demasiado poco tiempo como para gastarlo en conversaciones. La música, eso sí, lo hacía por nosotros. Siempre hemos sido muy de jazz y muy de soul, aunque el sur nos haya traído otra cosa en vena. Pero quisimos nacer en el este de los Estados Unidos, y veranear en el oeste, incluso pasear por el norte en tiempo de nevadas y buscar en el sur alguna perla negra. Hans Stamer susurra, Chet Baker recita y Sinatra la eleva al aire. La misma canción puede servir para cualquier cosa que necesites, mucho más si

Ana, lo que cuenta

  Hay una generación de mujeres que construyeron, con un esfuerzo formidable, las bases de la vida que ahora tenemos. Madres de familia, trabajadoras constantes en el hogar, amas de casa. De profesión, sus labores, decían los carnets de familia numerosa y los documentos oficiales. Como si fuera poca cosa. Pero no. Esas labores de las que se habla no terminaban nunca. Desde el amanecer hasta que el último hijo se recogía en la casa por la noche, cuando ya estaban en edad de salir, esas mujeres eran la batuta que dirigía la vida familiar con mano firme. Todas ellas sabían que el sacrificio era su forma de ser y todas entendían que los problemas iban a llegar y a convertir la existencia en un dilema perpetuo. Estaban las alegrías, desde luego, las nochebuenas, las fiestas, las comuniones, los bautizos, las bodas. En esas ocasiones resplandecían los vestidos nuevos, el arreglo de la peluquería, los zapatos que te molestaban un poco. Pero merecían la pena, porque eran los oasis entre lo cot

Esperaste, paciente, la llegada

Podría haber sido una terracita muy coqueta cerca del río. O un antiguo café del centro, de esos que tienen en las paredes cuadros de películas. O la cafetería familiar, la de siempre. O, quizá, siendo aún más exagerados, un pequeño bistrot en la orilla izquierda, un restaurante italiano en horas bajas o la librería que sirve helados en el centro de Dublín.  Nada de eso. En tiempo de tormenta, la bonanza es tan solo un enclave geográfico que tú ni siquiera conoces. Las velas de esos barcos que me tuvieron cerca se volvieron despacio hacia otro lado y tú ni te enteraste, ni te fuiste. Esperaste paciente mi llegada y el artilugio se volvió sonoro, firme, seco, libre, tierno, amable, complaciente y tengo que decir que esperanzado.  Todas las risas y todas las palabras. La camisa en azul, que es el color del tiempo que avecina y promete. Tienes el aire de una película de hombres enamorados. Las manos llevan el aire alado de las cosas que se posan tan solo si el sueño se ha cu

El hombre al que amo está comprometido

  Como era corriente en la época "Sentido y sensibilidad" fue publicada en tres volúmenes. El inicio del volumen II nos muestra el conflicto que siente Elinor Dashwood ante la situación creada por su amor, correspondido, por el señor Edward Ferrars. Este sentimiento nació, a mi entender, cuando él se mostró tan comprensivo, cariñoso y atento ante la situación de Elinor y su familia en Norland. La muerte de su padre las había dejado indefensas y solo con la protección de su hermanastro, John, el heredero de la fortuna e hijo de un matrimonio anterior. Esta red de lazos familiares era usual en la época. Los segundos matrimonios eran corrientes, tanto porque morían muchas mujeres en el parto y porque los hombres se pasan guerreando casi cuarenta años. De modo que las cuatro mujeres, la madre, Elinor, Marianne y Margaret, tienen que vérselas con un John que no es capaz de respetar la promesa hecha a su padre, ayudado efusivamente por su propia esposa, la hermana de Edward, Fanny,

Sigue habiendo azoteas

Mucho antes de todo, en la historia antigua de los versos, las niñas saltaban de un tramo a otro de las azoteas corridas que servían de cubierta a las casas blancas con festones amarillos de la calle. Empezaban en un extremo y, haciendo el mayor ruido, podían terminar al otro lado, al borde de las huertas, justo frente a la pantalla del cine de verano. Esta era la última azotea y la que tenía mejores vistas. Nadie era capaz de descubrirlas, nadie sabía de dónde venía ese sonido de la música que las hacía ensayar sus bailes a escondidas.  Si el viento de levante soplaba existían modos de burlarlo. Se parapetaban detrás de algunos de los miradores que coronaban la azotea central, la más grande y opulenta, y allí estaban horas y horas, al abrigo del aire y de las madres, que solían gritar sus nombres empezando por una llamada amable y terminando por una orden imperiosa. Todas querían huir de sus casas y enfilar el horizonte desde aquella atalaya imposible. Todas sentían que les f

"Heatherley" de Flora Thompson

Heatherley. Flora Thompson Traducción Pablo González Nuevo Publicación original 1944 Editorial Hoja de Lata, Gijón, Asturias, 2021 También en este blog: Trilogía de  Candleford *************  ¡Qué encantador es el caso de Flora Thompson ((Oxfordshire, 1876; Brixham, 1947)!  Después de publicar la Trilogía de Candleford, la editorial gijonesa Hoja de Lata saca a la luz esta novela póstuma de una autora casi desconocida entre nosotros y que merece la pena conocer. Su obra es muy corta pero su temática y su estilo han conseguido ya multitud de lectores, que disfrutan de sus descripciones campestres y del relato de la vida cotidiana en los pueblecitos ingleses de la campiña. Un escenario que la acerca a Jane Austen, su autora más admirada y a la que dedicó un trabajo en sus inicios que le valió el reconocimiento para empezar a escribir. Ochenta años después de Austen, Flora Thompson sigue encontrando inspiración en esos escenarios donde ocurren cosas menudas y sencillas.  El centro de la n

Crepúsculo

  Ha durado un instante. El tiempo de acercarse a la ventana. De sacar unas fotos con el móvil. De subirlas a Facebook, a Twitter y de enviarlas por WhatsApp. La costumbre. No basta con mirar, estamos decididos a que nada se pierda, a que ese instante lunar y peregrino se conserve, siquiera sea dentro del artilugio. Decididos a que otros los contemplen, a intercambiar imágenes y momentos del día. El signo de los tiempos.  Ha durado un instante. Cuando te das la vuelta y vuelves a fijar la vista en el horizonte, ya se ocultó el violeta, ya se ha escapado el rosa, se ha marchado el celeste, se ha perdido el dorado de las luces, y ya es noche, tiene fin el crepúsculo tan demasiado pronto que solo el móvil hace la proeza de conservar su efigie que es la muestra, la memoria incandescente de la tarde que acaba.  (Fotos de la autora del blog. Sevilla, Triana)

Dufy en una carretera azul

Raoul Dufy podía haber nacido en Cádiz. Sus azules hubieran sido tan turgentes y vivos como pueden apreciarse en sus cuadros. La obra de Dufy es para mí el santo y seña del mar, la auténtica viveza del tiempo de los encuentros, las olas en su navegar hacia la orilla. El océano rodeado de la pequeña y multicolor marea de gente que apenas entiende algo más que ese bienestar irrepetible de su brisa. Mi mar, mi océano, está en los cuadros de Dufy.  El marido de Edna O´Brien aborrecía que ella escribiera. Y tuvieron sus más y sus menos. Diferencias irreconciliables lo llamaría un abogado de divorcios. Yo lo llamo incapacidad para amar y para ser generoso con uno mismo. Envidiar el talento del otro es pecado. Envidiar el talento de alguien a quien deberías querer es mediocridad. Y ser mediocre es peor que ser un pecador. Cuando Ernest descubrió el borrador en el que ella describía una carretera azul en un paisaje que su cabeza había recreado a partir de las ondas azules de

Cambio de armarios

  (Tom Blackwell, 1938. Fotorrealismo americano) De vez en cuando se hace evidente la lentitud del paso de los días. El calendario no existe sino sus interpretaciones. La publicidad te avisa con anticipación y es muy difícil sustraerse a ese aviso. Nuestra casa es el trasunto del alma: se va acomodando a las estaciones, a la temperatura, a las necesidades. Todos los armarios se convierten en una batalla campal un par de veces al año, salvo en esos casos excepcionales en los que hay vestidores eternos, que nunca terminan. El cambio de la ropa es el símbolo de las expectativas. Pantene te dice cuál es el color de moda y las marcas de cosmética avanzan que tienes que usar delineador de labios, volver a los noventa, llevar en el bolso un gloss, cortarte el pelo por los hombros...Cambiar los armarios es un signo de esperanza. Comprarte ropa es un signo de esperanza. Cuando las esperanzas vuelan, se dice adiós a la peluquería, a los estrenos, a los zapatos nuevos y a los encuentros con las a

Planetas detenidos

(Hiperrealismo americano, Don Eddy, 1944)  Salta la noticia del nuevo premio Planeta, esos libros que tienen en sus casas los que no leen. En mi calle de la infancia estaban en el salón-comedor de una familia que nunca los abría. Todos encuadernados en piel, derechos, sin que nadie los tocara año a año, engrosando su número, pero sin calor. Así deben seguir en muchas casas: hay gente que es lo único que compra al año. En esta ocasión llevaba trampa: una mujer se ha convertido en tres hombres y los tres andaban tan contentos en el escenario como si hubieran querido hacer un truco de magia. Y los que les dan el premio, que no se han sorprendido para nada con el resultado de su pesquisa, como siempre ocurre, tan felices de que todo el mundo, en lugar de hablar del libro, que trata de lo de siempre, cuenta y no acaba del tres en uno. Algún autor de esos por encargo debería hacer alguna vez una trampa y presentar un libro en blanco, sin palabras, solo con el título. O un libro con un solo p

Youtubers : la vida entre canales

  Este pasado verano he entrado en el mundo YouTube. Antes me servía para ver las ceremonias de entrega de los Oscar, las conferencias de algunas entidades, para escucha música, para ver museos y otras curiosidades. Pero nunca me había fijado con detenimiento en los youtubers, esos "creadores de contenido", como se definen, que tienen un canal o varios y que ofrecen a sus suscriptores o miembros (todo este vocabulario lo he aprendido recientemente) directos o vídeos con opiniones, noticias y otros condimentos. Por razones que desconozco ese merodeo me llevó a los canales de salseo, que es como se definen aquellos que tocan temas del "corazón", no en plan medicina sino en plan rosa, algo así como la parte de comentario "social" de la plataforma. Hay muchos, no imaginaba que tantos. Y he asistido en directo a unos movimientos internos y externos, polémicas, luchas, entrevistas, nacimiento de nuevos canales, etcétera, que me ha llevado a pensar sobre el fenóm

Pensando en ti mientras no fumo

Hoy he cruzado todos los semáforos. A mi llegada, ha desaparecido el rojo y se ha abierto el verde. Yo, de rojo y de verde hoy, he cruzado todos los semáforos y me he adentrado en el gentío que sube y baja la avenida, la calle, la calzada y la acera, el carril bici y la zona reservada a los taxis. Me he adentrado en el gentío, yo, de rojo y verde hoy, al borde de cualquier semáforo, y he recordado unas manos tibias, manos que nunca temblaban y que sabían a lo mismo que el campo, robustos olivos hechos manos, manos de labrador, de campesino, manos tiernas, tus manos.  Así, en esa imagen de la gente que transita cargada de bolsas de plástico que luego han de reciclar con esfuerzo, colmadas de turrones, llenas de cintas de colores, de pasteles, de enormes cruasanes casi franceses pero sin mantequilla; esa gente, la gente que se mueve de uno a otro lado con presteza, sin miedo, sin pensar que están cruzando un tiempo que ya se les escapa, sin saberlo, sin serlo, sin estar; en esa g

Un broche de flores y un collar de perlas

 El trasiego de las redes contrasta con la delicadeza de las fotos que hizo Nina Leen. El mundo femenino que ella retrata tiene un aire callado que no concuerda con el ruido. El sosiego es el paradigma más exacto. Como esta mujer que aparece en la revista Life y que se inclina con suavidad sobre la nota que está escribiendo, una carta, un recado, una disculpa, una declaración de amor, quién sabe. Precisamente ahí está su secreto, en no saber qué está escribiendo y a quién va dirigido. Quizá a ella misma, muchas veces nos escribimos a nosotros mismos, a lo mejor siempre, aunque haya otras personas que terminen leyéndonos. Qué despacio parece pasar el tiempo para esta mujer que se inclina levemente para escribir... Sabes lo que sucede cuando tienes algo que decir y no logras expresarlo. O cuando parece que las palabras van a fluir y se detienen. O, todavía peor, cuando no hay nada más y las expresiones desaparecen, todo desaparece, hasta las ganas de estar y de contar. Contar las histori

La Paqui

  La Paqui tiene sesenta y tantos, un marido, dos hijos y cuatro nietos. Como ella dice, los hijos, un chico y una chica, le han salido buenos y los nietos de momento están encarrilados en los colegios y no dan demasiado la lata. Te enseña las fotos de los dos niños y las dos niñas con orgullo y se da cuenta entonces de que tiene una buena familia, tan buena como la suya propia, aquella que presidían Manolita y Manolo, sus padres, y que estaba llena de varones con una sola chica, ella. La Paqui aprendió de su madre a llevar la casa, a cocinar, planchar, lavar, limpiar, no solo las tareas sencillas sino también las duras, como encalar o pintar, por ejemplo. Siempre ha trabajado duro y eso no le ha borrado nunca la sonrisa. Dejó el colegio muy chica para ayudar en la casa pero, en cuanto pudo, se enganchó al centro de adultos y ahí ha hecho amistades con otras mujeres y con el conocimiento, con los libros y el saber. Hubiera sido una maestra estupenda, porque tiene paciencia y arte con l

Clubs de lectura: ese territorio tan femenino

  (Reunión del club de lectura de María Marqués. Foto cedida por la Librería Troa Garbí, 6 de octubre de 2021) Existe un arte de leer como existe un arte de escribir. Y ambos son complementarios, tan unidos entre sí como la palabra al pensamiento. El escritor sabe que el libro no termina de cumplir su cometido hasta que ha llegado al terreno del lector y este es consciente de que su veredicto importa. Da igual que sea un best-seller, un clásico, una novelita romántica mal escrita de esas que ahora proliferan, o cualquier otro producto. En tiempos de Jane Austen era frecuente que las tertulias giraran en torno a las novelas que se leían. El género estaba floreciendo y ella misma contribuyó a darle un aire moderno e intemporal. Cuando leían en voz alta los textos que escribía y escuchaba los comentarios de familiares, amigas y vecinas, seguro que estaba sentando las bases de uno de estos clubs de lectura que en nuestros días están de moda. No son un fenómeno reciente pero sí se han exten

Las palabras son alas de mariposa

  Los que escriben no saben el motivo. No me refiero a los escritores de fama y éxito, que escriben para publicar, saben que sus libros aparecerán en las estanterías de las librerías, obtendrán premios y reseñas, verán la luz y agradarán a sus lectores. Me refiero a los otros. Me refiero a nosotros, escritores sin público, sin editoriales, sin premios, sin lectores. Me refiero a los que escriben palabras sin saber el motivo, salvo que siempre han escrito, salvo que no pueden dejar de hacerlo, salvo que esa es su forma de estar en el mundo.  Los escritores sin público escriben todos los días, no por disciplina sino porque tienen que hacerlo. Si no escribieran sentirían que hay algo que pugna por salir dentro de ellos, como si una botella de gaseosa nunca dejara salir el aire y explotara hacia el interior. Resulta una tarea ardua porque todas esas palabras, todos esos textos, incluso todos esos libros enteros, parece que no cumplen su misión si alguien no los lee. Y nadie los lee, nadie