Ciudad de altas murallas

 


(Torre Sevilla, obra de César Pelli. Las críticas a su construcción han sido la constante desde el comienzo del proyecto. Foto de la autora del blog) 

  Vengo de un lugar en el que las murallas están en el cante. Unas murallas que salvaron vidas en una ocasión, cuando la explosión lo convirtió todo en un campo de batalla: Son murallas que separan dos espacios: Cádiz-Cádiz y Puertatierra. Son las únicas murallas que conozco. Por todo lo demás, es un lugar de puertas abiertas, de conocimientos rápidos, de amigos casi inmediatos, de libertad para relacionarte, entrar, salir, sin carnés. Ese día primero del trabajo en el que una compañera me invitó a su cumpleaños, ese día primero en el que apareció el hombre de ojos verdes. No hay que hacer más esfuerzos que dejarse llevar y ya eres uno de ellos. Al menos, ha sido así hasta hace algún tiempo y espero que el paso de este no la haya convertido en una imitación de Sevilla. Demasiado se imita ya el paso de los penitentes (que no, nazarenos), olvidándose de que los cargadores de la Isla llevan siempre el andar más hermoso. Demasiado se imita ya la cerrazón en las ferias, cuando nuestras ferias de la bahía no pusieron nunca ningún obstáculo al encuentro colectivo. 

  Sevilla, por cierto, a la que acabo de aludir, es una esplendorosa ciudad, bellísima, digna de aparecer siempre en imágenes, fotogénica al máximo, llena de riquezas monumentales, de una paisaje cítrico y florar exuberante, rodeada de una cornisa en la que se plasman las bondades del clima y de las huertas, cercana a todo y llena de historia local y universal. Tiene tantas cosas buenas que la elegí para vivir y, al igual que el amor se elige, la ciudad en la que vives por tu elección es el resultado de una pasión sin medida. Por eso, después de tanto tiempo, causa pesar llegar a la conclusión de que quizá te equivocaste y elegiste mal. Sevilla es una ciudad de soledades y Cádiz lo es de cálidos encuentros. No se puede volver atrás por eso lo escribes simplemente, por eso lo constatas con palabras. 

   Sevilla es perfecta. Pero tiene murallas. Las murallas de Sevilla no son las que se conservan por algunas zonas, no son murallas físicas, son murallas imaginadas pero con tanta fortaleza como aquellas. La ciudad está organizada como en la época feudal, ni siquiera es barroca o neoclásica. El feudalismo, que quizá vivió someramente, está enraizado en su forma de ser y por eso todo son puertas cerradas, ventanas cerradas, escotillas cerradas. Si fuera un barco, Sevilla estaría fuertemente anclada al suelo y no vería el mar por ningún hueco. Sevilla es, por eso, inhóspita para todos aquellos que no siguen las reglas y convierte en extranjero a todos los que no bailan al mismo son. 

    Llevo más tiempo en Sevilla que en mi tierra natal y sigo siendo aquí una outsider que todavía no entiende las normas no escritas ni las reglas señaladas a fuego. No he comprendido que es imposible sobrevivir socialmente aquí si no eres de una cofradía, si no estás afiliada a un equipo de fútbol, a un partido político, a una asociación de vecinos, a una caseta de feria. Todo se va en "ser de algo". Si eso te obliga a seguir una senda trazada, entonces tendrás que seguirla, de lo contrario, estás fuera del juego. Podía representarse una serie de esas distópicas en la que los ciudadanos fueran arrojados extramuros a vivir en un campamento de bárbaros si no se respetaban al pie de la letra los preceptos establecidas. Una ciudad de imposiciones. 

    Lo que más sufre con esta situación anclada en el tiempo y desde hace siglos, después del ser humano, condenado a una soledad social indudable, es la propia cultura. Cualquier intento de cambiar la fisonomía de la ciudad, de plantear una forma nueva de relaciones sociales, de producir obras de arte del signo que sean, se encuentra con los muros, alzados de nuevo, en forma de críticas, abandono o ninguneo. Si no eres del grupo correcto no van a publicar tus libros; si no eres del partido correcto, no vas a disfrutar de determinadas ventajas; si no estás en el lado correcto, seguirás en el ostracismo. Muchos artistas se fueron y se siguen marchando porque aquí, en esta maravillosa ciudad, única, espléndida, bella, hermosísima, las puertas siguen cerradas y las murallas continúan existiendo. Autocensura para todos los que quieran sobrevivir. Silencio y a callar. Y a obedecer. En Sevilla hay un refrán que campea por encima de todos: "Quien no tiene padrinos, no se bautiza". 

     La falta de perspectiva cultural, la falta de ideas, la existencia de grupos de presión y poder que lo controlan todo, han sumido a la ciudad en un desierto, donde se oyen siempre las mismas voces y donde se han urdido una red de contactos, una trama de afectos que mantienen cerradas a cal y canto las puertas de las murallas. Todo el que está fuera es un extranjero sin derechos y para entrar hay que pasar por determinadas condiciones que no todo el mundo puede aceptar. Otras ciudades menos pujantes, menos hermosas e históricas, han resuelto la ecuación y abierto su horizonte. Por eso el aire se renueva de vez en cuando y por eso no hay miedo a disentir. Pero aquí, con sus instituciones culturales ocupadas, sus ateneos, academias, ayuntamientos, entidades, orientadas todas al mismo sistema, con el mismo engranaje, resulta imposible respirar, resulta imposible que el aire se renueve. Pobre Sevilla, hermosa y esclava. 

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