Ir al contenido principal

"Heatherley" de Flora Thompson


Heatherley. Flora Thompson
Traducción Pablo González Nuevo
Publicación original 1944
Editorial Hoja de Lata, Gijón, Asturias, 2021
También en este blog: Trilogía de Candleford

*************


 ¡Qué encantador es el caso de Flora Thompson ((Oxfordshire, 1876; Brixham, 1947)! 

Después de publicar la Trilogía de Candleford, la editorial gijonesa Hoja de Lata saca a la luz esta novela póstuma de una autora casi desconocida entre nosotros y que merece la pena conocer. Su obra es muy corta pero su temática y su estilo han conseguido ya multitud de lectores, que disfrutan de sus descripciones campestres y del relato de la vida cotidiana en los pueblecitos ingleses de la campiña. Un escenario que la acerca a Jane Austen, su autora más admirada y a la que dedicó un trabajo en sus inicios que le valió el reconocimiento para empezar a escribir. Ochenta años después de Austen, Flora Thompson sigue encontrando inspiración en esos escenarios donde ocurren cosas menudas y sencillas. 

El centro de la novela es la oficina de correos. En todos los pequeños y adorables pueblos ingleses hay siempre una estafeta de correos que tiene mucha importancia en la vida cotidiana. Allí no solo se reciben cartas, telegramas o giros bancarios, sino que se reúne la gente a comentar cosas, se distribuyen noticias y se conoce la vida de todos y cada uno al dedillo. Una especie de espontáneo club social. Una cálida tarde de septiembre, Laura, que es el alter ego de Flora, llega al pueblo de Grayshott, para encargarse de la oficina. Desde esa atalaya verá cómo la vida, en esos años finales del siglo XIX, va cambiando a pasos agigantados: bicicletas, sufragistas, artistas excéntricos, modas estrafalarias, todo pasa por los ojos encantadores de Laura/Flora para adquirir su significado dentro de la historia. Una historia pequeña pero no insignificante. 

Lo primero que Laura encuentra al llegar a la estación de destino (por supuesto, viaja en tren, algo que no puede faltar en una novela inglesa) es una gran extensión de brezales, y es la primera vez que los contempla, lo que le produce una gran sensación. Se siente segura de sí misma porque lleva un atuendo adecuado para el campo, según le ha dicho su modista y, sobre todo, un sombrero nuevo. De todos es sabido que un sombrero nuevo, si es posible elegante y ajustado al rostro de quien lo lleva, es un seguro para las mujeres que quieren adentrarse en aventuras a veces no permitidas. Como Laura, que lleva una vida poco conformista a ojos de los demás. El brezo es violeta pálido y a ella le recuerdan las descripciones que aparecen en las novelas de Walter Scott, que leía de pequeña. Todos los que hemos leído de pequeños a Walter Scott sabemos de qué habla. 

El pueblo en el que se instala, situado en los páramos, aire fresco a raudales, encima de una colina, tiene casas de tejados rojos, muchas tiendas, algunos edificios modernos y una posada nueva, sobre cuya puerta campea un letrero historiado. Ese es el paisaje que acompañará las peripecias de Laura. La oficina de correos, única en bastantes kilómetros, es de ladrillo rojo y madera, y parece un supermercado porque se venden cosas muy variadas, algunas bastante impropias. Aquí vivirá su aventura. 

Flora Thompson es la muestra viva de una escritora autodidacta. Trabajó desde los catorce años en oficinas de correos pero siempre tuvo en la escritura una de sus satisfacciones. En realidad, sus novelas pueden encuadrarse en lo que hoy llamamos autoficción porque recogen sus propias vivencias y recrea el mundo en el que vivía, con personajes que tienen rasgos conocidos y con hilos autobiográficos. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

“El dilema de Neo“ de David Cerdá

  Mi padre nos enseñó la importancia de cumplir los compromisos adquiridos y mi madre a echar siempre una mirada irónica, humorística, a las circunstancias de la vida. Eran muy distintos. Sin embargo, supieron crear intuitivamente un universo cohesionado a la hora de educar a sus muchísimos hijos. Si alguno de nosotros no maneja bien esas enseñanzas no es culpa de ellos sino de la imperfección natural de los seres humanos. En ese universo había palabras fetiche. Una era la libertad, otra la bondad, otra la responsabilidad, otra la compasión, otra el honor. Lo he recordado leyendo El dilema de Neo.  A mí me gusta el arranque de este libro. Digamos, su leit motiv. Su preocupación porque seamos personas libres con todo lo que esa libertad conlleva. Buen juicio, una dosis de esperanza nada desdeñable, capacidad para construir nuestras vidas y una sana comunicación con el prójimo. Creo que la palabra “prójimo“ está antigua, devaluada, no se lleva. Pero es lo exacto, me parece. Y es importan

Ripley

  La excepcional Patricia Highsmith firmó dos novelas míticas para la historia del cine, El talento de Mr. Ripley y El juego de Ripley. No podía imaginar, o sí porque era persona intuitiva, que darían tanto juego en la pantalla. Porque creó un personaje de diez y una trama que sustenta cualquier estructura. De modo que, prestos a ello, los directores de cine le han sacado provecho. Hasta cuatro versiones hay para el cine y una serie, que es de la que hablo aquí, para poner delante de nuestros ojos a un personaje poliédrico, ambiguo, extraño y, a la vez, extraordinariamente atractivo. Tom Ripley .  Andrew Scott es el último Ripley y no tiene nada que envidiarle a los anteriores, muy al contrario, está por encima de todos ellos. Ninguno  ha sabido darle ese tono entre desvalido y canalla que tiene aquí, en la serie de Netflix . Ya sé que decir serie de Netflix tiene anatema para muchos, pero hay que sacudirse los esquemas y dejarse de tonterías. Esta serie hay que verla porque, de lo c

Un aire del pasado

  (Foto: Manuel Amaya. San Fernando. Cádiz) Éramos un ejército sin pretensiones de batalla. Ese verano, el último de un tiempo que nos había hechizado, tuvimos que explorar todas las tempestades, cruzar todas las puertas, airear las ventanas. Mirábamos al futuro y cada uno guardaba dentro de sí el nombre de su esperanza. Teníamos la ambición de vivir, que no era poco. Y algunos, pensábamos cruzar la frontera del mar, dejar atrás los esteros y las noches en la Plaza del Rey, pasear por otros entornos y levantarnos sin dar explicaciones. Fuimos un grupo durante aquellos meses y convertimos en fotografía nuestros paisajes. Los vestidos, el pelo largo y liso, la blusa, con adornos amarillos, el azul, todo azul, de aquel nuestro horizonte. Teníamos la esperanza y no pensamos nunca que fuera a perderse en cualquier recodo de aquel porvenir. Esa es la sonrisa del adiós y la mirada de quien sabe que ya nunca nada se escribirá con las mismas palabras.  Aquel verano fue el último antes de separa

“Anna Karénina“ de Lev N. Tolstói

Leí esta novela hace muchos años y no he vuelto a releerla completa. Solo fragmentos de vez en cuando, pasajes que me despiertan interés. Sin embargo, no he olvidado sus personajes, su trama, sus momentos cumbre, su trasfondo, su contexto, su sentido. Su espíritu. Es una obra que deja poso. Es una novela que no pasa nunca desapercibida y tiene como protagonista a una mujer poderosa y, a la vez, tan débil y desgraciada que te despierta sentimientos encontrados. Como le sucede a las otras dos grandes novelas del novecientos, Ana Ozores de La Regenta y Emma Bovary de Madame Bovary, no se trata de personas a las que haya que imitar ni admirar, porque más que otra cosa tienen grandes defectos, porque sus conductas no son nada ejemplares y porque parecen haber sido trazadas por sus mejores enemigos. Eso puede llamarse realismo. Con cierta dosis de exageración a pesar de que no se incida en este punto cuando se habla de ellos. Los hombres que las escribieron, Tolstói, Clarín y Flaubert, no da

Rocío

  Tiene la belleza veneciana de las mujeres de Eugene de Blaas y el aire cosmopolita de una chica de barrio. Cuando recorríamos las aulas de la universidad había siempre una chispa a punto de saltar que nos obligaba a reír y, a veces, también a llorar. Penas y alegrías suelen darse la mano en la juventud y las dos conocíamos su eco, su sabor, su sonido. Visitábamos las galerías de arte cuando había inauguración y canapés y conocíamos a los pintores por su estilo, como expertas en libros del laboratorio y como visitantes asiduas de una Roma desconocida. En esos años, todos los días parecían primavera y ella jugaba con el viento como una odalisca, como si no hubiera nada más que los juegos del amor que a las dos nos estaban cercando. La historia tenía significados que nadie más que nosotras conocía y también la poesía y la música. El flamenco era su santo y seña y fue el punto culminante de nuestro encuentro. Ella lo traía de familia y yo de vocación. Y ese aire no nos abandona desde ent

La construcción del relato en la ruptura amorosa

Aunque  pasar por un proceso de ruptura amorosa es algo que ocurre a la inmensa mayoría de las personas a lo largo de su vida no hay un manual de actuación y lo que suele hacerse es más por intuición, por necesidad o por simple desesperación. De la forma en que se encare una ruptura dependerá en gran medida la manera en que la persona afectada continúe afrontando el reto de la existencia. Y en muchas ocasiones un mal afrontamiento determinará secuelas que pueden perdurar más allá de lo necesario y de lo deseable.  Esto es particularmente cierto en el caso de los jóvenes pero no son ellos los únicos que ante una situación parecida se encuentran perdidos, con ese aire de expectación desconcentrada, como si en un combate de boxeo a uno de los púgiles le hubieran dado un golpe certero que a punto ha estado de mandarlo al K.O. Incluso cuando las relaciones vienen presididas por la confrontación, cuando se adivina desde tiempo atrás que algo no encaja, la sorpresa del que se ve aban

Siete mujeres y una cámara

  La maestra de todas ellas y la que trajo la modernidad a la escritura fue Jane Austen. La frescura de sus personajes puede trasladarse a cualquier época, de modo que no se puede considerar antigua ni pasada de moda, todo lo contrario. Cronológicamente le sigue Edith Wharton pero entre las dos hay casi un siglo de diferencia y en un siglo puede pasar de todo. Austen fue una maestra con una obra escasa y Wharton cogió el bastón de la maestra y llevó a cabo una obra densa, larga y variada. Veinte años después nació Virginia Woolf y aquí no solo se reverdece la maestría sino que, en cierto modo, hay una vuelta de tuerca porque reflexionó sobre la escritura, sobre las mujeres que escriben y lo dejó por escrito, lo que no quiere decir que Edith y Jane no tuvieran ya claros algunos de esos postulados que Virginia convierte en casi leyes. Ocho años más tarde que Virginia nació Agatha Christie y aunque su obra no tiene nada que ver con las anteriores dio un salto enorme en lo que a considerac