"Cumbres Borrascosas" de Emily Brontë
Emily Brontë publicó esta única novela y lo hizo un año antes de su muerte, en 1848, con treinta años. Sus preciosos poemas forman parte del libro conjunto con sus hermanas Anne y Charlotte, su otra obra publicada. Poesía íntima, profunda, impregnada de ese olor a rosas que te abraza el alma sin que puedas evitarlo y que enlaza con la estructura emocional de Cumbres Borrascosas, en donde la venganza y el amor son fuerzas telúricas que amenazan la existencia y, a la par, la sostienen. El amor más allá de la muerte, el amor insondable, la búsqueda del sentido de la existencia, la confrontación que conduce al desastre, la mirada que observa y no actúa, las diferencias de clase, los caracteres que rompen a modo de olas que atraviesan la playa...
Las versiones cinematográficas que se han hecho sobre la historia nos han puesto en contacto con los personajes que, al leerla, habíamos imaginado. Más o menos acertados, más o menos de acuerdo con aquello que nuestra mente creó, las pasiones, los odios, los amores, la vida, se filtran por el argumento y se adentran en las interrogaciones que todos nos hacemos a cada paso de nuestra existencia. Es una historia llena de preguntas. Es una historia de límites que se traspasan. Lo es de perdón y de resistencia. Es una historia oscura en la que emerge una claridad inesperada. Es emoción sin domesticar. ¿Quién no querría despertar una pasión así? ¿Quién renunciaría a sentirse de esa forma en los brazos de un hombre que te ama? Lo dijo Robert Browning y los poetas, ya lo sabemos, no mienten. Al menos cuando escriben oficialmente versos.
Wuthering Heights fue publicado con el pseudónimo de Ellis Bell. El apellido Bell lo habían acordado las hermanas Brontë para la autoría de sus libros. En este caso el recibimiento que la obra tuvo fue mucho peor, por ejemplo, que el que recibió Jane Eyre de Charlotte, más adecuada al gusto del público, aunque, a la larga, con menor repercusión literaria y artística en general. La vida de las Brontë estaba tejida de sorpresas, fantasmas y ritos especiales. Eran, en sí mismas, personajes literarios, y ello se puede comprobar con toda claridad en las biografías que existen sobre ellas. Mujeres raras, diríamos. Extrañamente llenas de ilusiones incumplidas. Inmersas en una realidad que, quizá, no existía. O sí, pero era inasible para los otros, quién lo sabe.
El libro vio la luz en 1847, treinta años después de que Jane Austen falleciera dejando, para que se publicara póstumamente, su Persuasión. Confieso que cualquier obra de Austen, como quizá ya he dejado dicho en miles de sitios, me conmueve y me perturba más que las de estas hermanas. Ese aire fantasmagórico, crepuscular, casi mágico, de los libros brontianos me resulta algo inquietante.
El debate sobre el grado de invención que subsiste en la obra de Emily, su única novela, no es solo cuestión de críticos literarios o de expertos filólogos, sino que surge espontáneamente entre sus lectores. Resulta difícil digerir que alguien como ella pueda escalar así las cumbres del horror y la decrepitud. Escribió mucho pero publicó poco. Eso quiere decir que solo nos ha llegado la punta del iceberg y que mucho de lo que escribió se negó a publicarlo, se guardó bajo siete llaves porque reflejaba su interior. ¿Podemos entender que, al contrario, esta novela era algo ajeno o extraño a su vida?
El verdadero valor de Emily estaba en saber interiorizar aquello que vivía o leía para extraerle un sentido nuevo, una fórmula diferente. Lo mismo que hacía con los versos de Byron, su poeta más amado, ocurría con la vida real, de la que obtuvo aprendizajes que, de ningún otro modo, pudiera haber conocido. Por ejemplo, la visión desoladora de un hombre absolutamente destruido por amor. Así veía ella a su hermano Branwell, después de los juegos sádicos que con él llevó a cabo la señora Robinson. Sin embargo, Charlotte solo lo consideraba un joven talentoso a quien la desidia, la falta de voluntad y de carácter, habían convertido en un fracasado. Cuánto de Branwell hay en Heathcliff es una pregunta recurrente. El paralelismo es evidente si consideramos la fuerza explosiva del amor de ambos por el objeto de su amor. O los accesos violentos. Los gritos, las imprecaciones, las amenazas, la maldad, en suma. El perder el sentido, dominados por otra fuerza superior. Pero la analogía termina al contemplar sus actuaciones. Branwell nunca hubiera podido tramar una venganza tan atroz como la de Heathcliff, ni tampoco llevarla a cabo. Su falta de iniciativa diferencia de forma clara a ambos. Branwell puede estar también en Hindley y sus vicios. O en Hareton y el desperdicio de sus cualidades innatas. Por eso Heathcliff es el resultado del talento de Emily, el crisol que une imaginación y vida. La Verdad con mayúsculas, que decía Jane Austen.


Comentarios