Ir al contenido principal

"El misterioso caso de Styles" de Agatha Christie


¿Quién mató a la señora Inglethorp? Esta es la circunstancia que precisa ser aclarada y que constituye el argumento principal del libro.

Para contar la historia, la primera de una larguísima serie de ellas, Christie recurre al capitán Hastings, licenciado de la guerra y amigo de un peculiar detective belga (no francés, cuidado con confundirse), llamado Hercule Poirot. El señor Poirot es delgado, de mediana estatura y luce un poblado y cuidado mostacho, que bien le hubiera merecido la pena cultivar si fuera soldado. Hastings es un hombre enamoradizo, ingenuo y que se deja llevar por sus impresiones inmediatas, lo que se contrapone a la forma de pensar de Poirot, que elabora concienzudamente sus predicciones acerca de lo que ha sucedido en realidad con cada uno de los crímenes que resuelve. 

Hastings y Poirot son, pues, los introductores de la historia, aunque será el primero el narrador y el segundo el investigador. Ambas visiones resultan contrapuestas y, a veces, divertidas, pues Poirot le toma el pelo a Hastings con frecuencia y este llega a desconfiar, en algunos momentos, de la supuesta pericia de su amigo. Desconfianza que deviene en admiración cuando se descubre todo y se ofrece la verdadera explicación, en esas sesiones finales aclaratorias que tanto gustan a la escritora. Una especie de performance colectiva en la que Poirot se suele lucir a modo. 

Las pesquisas de Hastings son migas de pan en el camino de Pulgarcito y tendrán que confrontarse con las más logradas y atinadas observaciones de Poirot, que usa sus “células grises” para lograr el éxito final. Nada de huellas de sangre, restos de comida, análisis de venenos...lo más infalible en este caso es, siempre, la reflexión que hace el detective acerca de hechos y personajes. De esa reflexión sale la luz y esa luz siempre deslumbra a Hastings quien, aunque se acerca siempre a la verdadera solución de las historias nunca atina lo suficiente. 

En el libro no pueden faltar los elementos familiares, los Cavendish; el inspector de policía, Japp; los técnicos, el fiscal Philips, el abogado Wells y el médico Wilkins; la gente de servicio, como Annie, la joven camarera, Dorcas la antigua doncella o Evelyn Howard, la asistente de la señora Inglethorp. El ambiente de "campiña inglesa" que transmina en toda la obra de la escritora aparece aquí detallado de una forma encantadora.

El amor romántico de Hastings es, en este caso, Cynthia Murdoch, protegida de la señora Inglethorp y enfermera. Estos amores le duran al capitán lo mismo que dura una novela y va pasando de uno a otro con total comodidad. El caso es que su corazón esté ocupado y su ilusión en alza. Por su parte, Poirot, más mayor y experimentado, no deja de sentir determinadas tendencias hacia las jovencitas en apuros, a las que suele ayudar con algo más de dedicación de la burocrática.

Las novelas policíacas de Agatha Christie siempre comienzan con una relación, en un orden alfabético convencional, de los personajes que aparecen en el libro, junto a cuyos nombres se describe brevemente quién es. Esta relación es de gran ayuda, lo mismo que el recurso a insertar planos de habitaciones o de sitios, con el fin de contribuir a la comprensión de lo que se relata. Pequeñas argucias y trucos que la dama del crimen convirtió en rutinas muy apreciadas por su legión de lectores.

No voy a revelar quién mató a Emily Inglethorp pero sí diré que, durante mucho tiempo, rebuscaba en las librerías, en las estaciones de tren, incluso en los kioscos, por ver si encontraba un libro nuevo de la señora Christie. Estos hallazgos eran convenientemente celebrados y, uno a uno, compusieron toda mi biblioteca agathistica, en la que están todos sus libros policiacos, las novelas que escribió como Mary Wesmacott, su autobiografía (libro voluminoso) y sus Cuadernos, en los que se recoge su forma de escribir.

Gracias a todo ello mis días han sido y son más placenteros, mis penas más leves y mi sonrisa más amplia. 

Comentarios

Entradas populares de este blog

39 páginas

  Algunas críticas sobre el libro de Annie Ernaux "El hombre joven" se referían a que solo tiene 39 páginas. ¿Cómo es posible que una escritora como ella no haya sido capaz de escribir más de este asunto? se preguntaban esos lectores, o lectoras, no lo sé. Lo que el libro cuenta, en ese tono que fluctúa entre lo autobiográfico y lo imaginado, aunque con pinta de ser más fidedigno que el BOE, es la aventura que vivió la propia Annie con un hombre treinta años más joven que ella, cuando ya era una escritora famosa y él un estudiante enamorado de su escritura. Los escépticos pueden decir al respecto que si no hubiera sido tan famosa y tan escritora no habría tenido nada de nada con el susodicho joven, que, además, podía ser incluso guapo y atractivo, aunque ser joven era aquí el mayor plus, lo máximo. Una mujer mayor no puede aspirar, parece decirnos la historia, a que un joven se interese de algún modo por ella si no tiene algún añadido de interés, una trayectoria, un nombre, u

La primera vez que fui feliz

  Hay fotos que te recuerdan un tiempo feliz, que abren la puerta de la nostalgia y de la dicha, que se expanden como si fueran suaves telas que abrazaran tu cuerpo. Esta es una de ellas. Podría detallar exactamente el momento en que la tomé, la compañía, la hora de la tarde, la ciudad, el sitio. Lo podría situar todo en el universo y no me equivocaría. De ese viaje recuerdo también la almohada del hotel. Nunca duermo bien fuera de mi casa y echo de menos mi almohada como si se tratara de una persona. Pero en esta ocasión, sin elegir siquiera, la almohada era perfecta, era suave, era grande, tenía el punto exacto de blandura y de firmeza. Y me hizo dormir. Por primera vez en muchas noches dormí toda la noche sin pesadillas ni sobresaltos. La almohada ayudó y ayudó el aire de serenidad que lo impregnaba todo. Ayudaron las risas, el buen rollo, la ciudad, el aire, la compañía, el momento. No hay olvido. No hay olvido para todo esto, que se coloca bien ensamblado en ese lugar del cerebro

"Baumgartner" de Paul Auster

  Ha salido un nuevo libro de Paul Auster. Algunos lectores parece que han cerrado ya su relación con él y así lo comentaban. Han leído cuatro o cinco de sus libros y luego les ha parecido que todo era repetitivo y poco interesante. Muchos autores tienen ese mismo problema. O son demasiado prolíficos o las ideas se les quedan cortas. Es muy difícil mantener una larga trayectoria a base de obras maestras. En algunos casos se pierde la cabeza completamente a la hora de darse cuenta de que no todo vale.  Pero "Baumgartner" tiene un comienzo apasionante. Tan sencillo como lo es la vida cotidiana y tan potente como sucede cuando una persona es consciente de que las cosas que antes hacía ahora le cuestan un enorme trabajo y ha de empezar a depender de otros. La vejez es una mala opción pero no la peor, parece decirnos Auster. Si llegas a viejo, verás cómo las estrellas se oscurecen, pero si no llegas, entonces te perderás tantas cosas que desearás envejecer.  La verdadera pérdida d

Siete libros para cruzar la primavera

  He aquí una muestra de siete libros, siete, que pueden convertir cualquier primavera en un paraíso de letra impresa. Siete editoriales independientes de las que a mí me gustan, buenos traductores, editores con un ojo estupendo.  Aquí están Siruela, Impedimenta, Libros del Asteroide, Hermida, Hoja de Lata, Errata Naturae, Periférica. Siete editoriales en las que he encontrado muchos libros bonitos, muchas buenas lecturas. En Errata Naturae los de Edna O'Brien con su traductora Regina López Muñoz, que está también por aquí. De Impedimenta mi querida Stella Gibbons y mi querida Penelope Fitzgerald entre otras escritoras que eran desconocidas para mí. Ah, y Edith Wharton, eterna. Los Asteroides traen a Seicho Matsumoto y eso ya me hace estar en deuda con ellos. Y los clásicos en Hermida. Y Josephine Tey completa en Hoja de Lata. Y Walter Benjamin en Periférica. Siruela es la editorial de las grandes sorpresas. 

Curso de verano

  /Campus de Northwestern University/ Hay días que amanecen con el destino de hacer historia en ti. No los olvidarás por mucho tiempo que transcurra y esbozarás una sonrisa al recordarlos: son esos días que marcan el reloj con un emoticono de felicidad, con una aureola de sorpresa. He vivido mil historias en los cursos de verano. Durante algunos años era una cita obligada con los libros, la historia o el arte, y, desde luego, de todos ellos surgía algo que contar, gente de la que hablar y escenas que recordar. El ambiente parece que crea una especialísima forma de relación entre los profesores y los estudiantes, de manera que no hay quien se resista al sortilegio de una noche de verano leyendo a Shakespeare en una cama desconocida. Aquel era un curso de verano largo, con un tema que a unos apasionaba y a otros aburría, en una suerte de dualidad inconexa. Sin embargo, el plantel de profesores no estaba mal. Había alguna moderna con ínfulas, que este es un género repetido, y también uno

Slim Aarons: la vida no es siempre una piscina

  El modelo de la vida feliz en los cincuenta y sesenta del siglo pasado bien podría ser una lujosa mansión con una maravillosa piscina de agua azul. En sus orillas, hombres y mujeres vestidos elegantemente, con colores alegres y facciones hermosas, charlan, ríen y toman una copa con aire sugestivo. Esto, después del horror de las dos guerras mundiales, bien valía la pena de ser fotografiado. Así lo hizo el fotógrafo Slim Aarons (1916-2006) un testigo directo y también un protagonista entusiasta, del modo de vida de las décadas centrales del siglo XX, en el que había una acuciante necesidad de pasar página, algo que ni la guerra fría consiguió enturbiar. Como si estuviera permanentemente rodando una película y un carismático Cary Grant fuera a aparecer para ennoblecer el ambiente.  Slim nació en una familia judía de Nueva York y tuvo una infancia desastrosa. No había felicidad sino desgracias y eso se le quedó muy grabado. Luego estuvo en la segunda guerra mundial y allí cubrió momento

Días de olor a nardos

  La memoria se compone de tantas cosas sensibles, de tantos estímulos sensoriales, que la mía de la Semana Santa siempre huele a nardos y a la colonia de mi padre; siempre sabe a los pestiños de mi invisible abuelo Luis y siempre tiene el compás de los pasos de mi madre afanándose en la cocina con sus zapatos bajos, nunca con tacones. En el armario de la infancia están apilados los recuerdos de esos tiempos en los que el Domingo de Ramos abría la puerta de las vacaciones. Cada uno de los hermanos guardamos un recuerdo diferente de aquellos días, de esos tiempos ya pasados. Cada uno de nosotros vivía diferente ese espacio vital y ese recorrido único desde la casa a la calle Real o a la explanada de la Pastora o a la plaza de la Iglesia, o a la puerta de San Francisco o al Cristo para ver la Cruz que subía y que bajaba. Las calles de la Isla aparecen preciosas en mi recuerdo, aparecen majestuosas, enormes, sabias, llenas de cierros blancos y de balcones con telas moradas y de azoteas co