"La enemiga" de Irène Némirovsky
Irène Némirovsky explora como nadie las difíciles relaciones entre madres e hijas. En este caso no hablamos de la rivalidad que tantas veces asoma en otras autoras, ni de la diferencia de opinión. Edna O'Brien se oponía a la concepción extremista de la religión que tenía su madre. Vivian Gornick, recientemente, ha contado cuántas cosas le molestaban de su progenitora. En el caso de Irène hablamos de abandono, puro y simple abandono. Nacida en una familia de la burguesía acomodada, que poco podía presentir el trágico final que el nazismo iba a darles, ella nunca se sintió querida por su madre, a la que veía muy poco y con la que no tuvo lazos de cariño o afinidad. Su infancia fue el germen de una especie de odio que la acompañó siempre en relación con la figura de su madre y que aparece en muchos de sus libros, como "El baile", o "El malentendido". También aquí, en "La enemiga", donde la efervescencia de una adolescente que no recibe atención ninguna por parte de sus padres es el detonante de la trama, psicológica y llena de comportamientos abusivos por parte de los adultos y de incomprensión por parte de los niños. La protagonista y su hermana, ambas descuidadas a pesar de la opulencia económica, representan la triste situación de los niños sin amor, de los que nacen en familias donde el apego, la complicidad, la compañía y la vida compartida, no tienen sentido alguno y producen secuelas imposibles de borrar.


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