(Emil Nolde)
Desde el fondo del agua tu palabra me mira. Asoma la cabeza y yo la reconozco. Sé cuánto tuvo de belleza su eco. Sé cuánto me ha costado olvidar su sonido. Levanto la esperanza por si tuviera tiempo, todavía, quién lo sabe, para encontrar la causa, el tiempo que he perdido, las lágrimas que arrojé a ese vacío de escombros sin medida. Acuno el aire azul de la piscina, remuevo el fondo con las manos frías, me escondo el temblor de tu recuerdo, no siento nada que no tenga la humedad de las lágrimas. Estás y no te fuiste, pienso a veces. Cómo marcharte si nos quedamos solos. La casa se revuelve, las flores se convierten en lisas espinas que trocean nuestra piel y la marchitan. Somos la piel marchita de la casa que fuiste. Abro los ojos y te comprendo todo. Cierro los ojos y te miro al instante. Esa media sonrisa que decía tantas cosas. En ese tierno abrazo que me cubría la soledad entera. He cambiado tu vida transparente por una oscuridad de mentiras y juegos. Quién no podría sentirse que ha perdido, que no ha sabido ser una mujer como aquella que amaste sin medir cantidades ni pedir nada a cambio.
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